Relatos sorprendentes

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Tétrada Oscura Capitulo N° 1 Apocalipsis 15 noviembre 2017

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Boris Oliva Rojas

 

Tétrada Oscura
Capitulo N° 1
Apocalipsis

 

-Buenos días, aquí Cristina Ramírez transmitiendo en directo desde el Teatro de la Ópera, el esperado concierto del gran artista que nos visita hoy; presentó la periodista a su público televisivo.

El teatro rebosaba de público de todos los estratos sociales, ya que no era común que se presentase un espectáculo de nivel mundial en forma gratuita. Hasta autoridades de gobierno estaban presentes y ella no perdería la oportunidad de entrevistar a alguna. Precisamente en ese momento llega una gran escolta de motociclistas y automóviles negros; todos los periodistas se agolparon en la alfombra roja; el recién electo Presidente de la República estaba llegando.

Como se encontraba junto a la puerta principal del teatro, Cristina tuvo que correr entre un mar de gente para no perderse la llegada del mandatario. Con zapatos de taco alto cada paso era una odisea, pero tenía que llegar a donde estaría el Presidente.

Solo cinco metros más y….La joven reportera se detuvo de golpe, de pronto se encontró corriendo en medio de un bosque. La confusión la paralizó instantáneamente; recién estaba en el centro de la ciudad y ahora se hallaba rodeada de árboles y más árboles en un bosque que no conocía.

-¿Qué pasa?; se preguntó a sí misma, mirando sorprendida alrededor suyo. En un abrir y cerrar de ojos se encontró sola en medio de una foresta sin saber cómo había llegado allí.

-¡Cristina!, ¿estás bien?; preguntó el camarógrafo que la acompañaba, sacudiéndola de un hombro.

La joven miró y vio que estaba en medio de un mar de gente que esperaba al Primer Mandatario de la República frente al teatro.

-Sí, sí, estoy bien, me sentí un poco mareada; respondió ella a su compañero.

-Es porque hoy no almorzaste; la reprendió él. -Tienes que alimentarte mejor.

-Está bien, llegando a casa comemos algo rico; aceptó sonriendo ella.

Hacía un par de horas que Marcia y Timi se habían acostado y Tomás quería hacer lo mismo con su esposa.

-La película esté entretenida; comentó Isabel a Tomás. -Quiero comer algo dulce; dijo ella poniendo pausa al video y levantándose a la cocina.

Tomás se quedó mirando las bien torneadas piernas color miel de su esposa, mientras ella caminaba contorneando sus caderas. De un mueble Isabel sacó una barra de chocolate; al volverse vio un extraño ser que cruzó corriendo entre los árboles. La cocina había desaparecido de improviso; la blanca baldosa había sido reemplazada por tierra y hojarascas. Con la boca abierta por la impresión, la rubia mujer caminó un par de metros en medio de un bosque en que sin saber cómo se hallaba ahora. Incrédula cerró los ojos y los volvió a abrir; desde el living Tomás la llamaba.

-No te demores tanto, voy a darle a la película; la apremiaba él.

-Ya voy; contestó confundida ella.

Como si nada, pero muy intrigada en realidad, Isabel se sentó nuevamente junto a su marido frente al televisor.

-Me habré quedado dormida de pie y lo soñé; pensó ella en silencio. -Pero se veía tan real. ¡Qué raro!

La noche estaba relativamente tranquila en el hospital y Mireya caminaba lentamente por un pasillo leyendo la ficha de uno de sus pacientes; en uno de sus pasos, su pie rompió una rama tirada en el suelo; confundida bajó la vista y vio con estupor que tanto la baldosa como el blanco pasillo habían desaparecido; la fría luz de los tubos fluorescentes dio paso a la luz de una extraña luna fracturada, que iluminaba un extraño bosque de árboles más extraños aun.

-Doctora Mireya Rivas, por favor diríjase a la habitación número diez; solicitó una mujer por altoparlante.

Como saliendo de un sueño la doctora se encontró nuevamente en el pasillo del hospital, con una expresión de preocupación en el rostro.

En la habitación número diez la esperaba un paciente junto con una enfermera.

-¿Qué tenemos aquí?; preguntó como siempre.

-Caída de escalera doctora; respondió la enfermera.

Tras examinar las radiografías del paciente, Mireya dio su diagnóstico.

-Fractura simple de tibia, aplique yeso y cite a control en una semana; ordenó ella. -Señorita, ¿me escuchó?; preguntó a la enfermera que estaba estática junto a ella. El paciente tampoco movía ni un parpado, lo mismo que el reloj de la pared que estaba congelado.

Como si nada hubiese ocurrido, todo recobró su movilidad.

-Sí doctora, como diga; respondió la enfermera.

-Bueno ya terminó mi turno, así es que me retiro; se despidió Mireya.

-Que descanse doctora; respondió educadamente la enfermera.

Mientras conducía por las calles de la ciudad, Mireya meditaba sobre los extraños acontecimientos de hace un rato; podía solo tratarse de su imaginación, pero también podía ser otra cosa. Al entrar a su casa se dirigió directamente al subterráneo; su marido y sus hijos no la molestarían y dormirían hasta que ella lo desease.

Un salón subterráneo de piedra más grande de lo que se podía suponer la recibió con un pentagrama invertido grabado en el piso y un caldero humeante a los pies de la estatua de un demonio. Alzando los brazos hacia la estatua se paró junto al caldero.

-Muéstrame lo que los demás no pueden ver; ordenó Mireya, con su negro y ondulado cabello mecido por una extraña corriente de aire.

Los ojos de la estatua se iluminaron y el líquido contenido en el caldero comenzó a hervir con fuerza. Una neblina se formó en la superficie líquida y como si de una película se tratase, se vio un extraño bosque que parecía penetrar en medio de la ciudad; la luna sufría una rajadura y nunca vistas criaturas se movían por todos lados.

-¡Por las alas de Lucifer!; exclamó Mireya ante la visión. -Es una grieta entre las dimensiones astrales.

Los ojos de la estatua se iluminaron más.

-Sí, lo entiendo, hay que cerrar la ruptura antes de que ese plano penetre completamente en el nuestro; respondió Mireya a alguien. -Pero necesitaré ayuda para ello.

Isabel estaba haciendo sus compras habituales en el supermercado cuando una mujer se le acercó.

-¿Isabel Oyarzo?; le preguntó la mujer.

-Depende de quién lo pregunte y para qué; respondió ella en forma ambigua.

-Quería hablarte sobre el posible fin del mundo que se acerca; respondió la mujer.

-No tengo tiempo para conversaciones religiosas; cortó Isabel.

-Ni yo, pero si te interesa el bienestar de tu familia me vas a escuchar; agregó la mujer.

-Si pretendes lastimar de alguna forma a mis hijos o esposo, te advierto que es una muy mala idea; contestó Isabel ante la velada amenaza.

-No es mi intención, es solo que lo que lo que se avecina les afectará directamente. De hecho, le afectará a todo el mundo si no me ayudas a detenerlo; insistió la mujer.

-Mejor aléjate; advirtió molesta Isabel, o llamaré a la policía.

-Espera, no soy ninguna loca o fanática religiosa; respondió la mujer tratando de convencer a su interlocutora.

-Mi nombre es Mireya Rivas, soy médico cirujano y yo también estuve en el mismo bosque que tú anoche.

Isabel miró con sorpresa y curiosidad a la mujer que tenía enfrente. Aparentemente no era la única que había tenido esa extraña experiencia la noche anterior.

-Tan solo déjame intentar explicártelo; pidió Mireya a Isabel.

-Habla, te escucho; respondió ella.

-No aquí, vamos a mi casa mejor; sugirió Mireya.

Dentro del vehículo Isabel miraba con desconfianza a su enigmática acompañante. Después de un rato de conducir en silencio Mireya estacionó el auto frente a su casa.

-Lo que viste anoche no fue ninguna ilusión; dijo Mireya a su casi forzada invitada apenas cerró la puerta. -Como te lo  dije, yo también lo vi.

-¿Y qué es entonces?; preguntó Isabel a la defensiva aun.

-Aunque parezca increíble, fue un cruce de dimensiones que se produjo por una ruptura entre los distintos planos astrales; explicó Mireya.

-¿Ya?; preguntó algo sarcástica Isabel.

-Algo o alguien está tratando de fundir su mundo con el nuestro y necesito tu ayuda para detenerlo; continuó Mireya.

-Definitivamente necesitas ayuda, pero te equivocaste conmigo; respondió Isabel tomando por loca a Mireya.

-Yo pienso que no; dijo ésta alzando sus brazos.

De improviso un negro pantalón ajustado cubrió las piernas de Isabel y una blusa sin botones también negra reemplazó a su delgado  vestido, en tanto que una especie de enredadera a modo de cinturón se ciñó a su cintura, sujetando también un extraño puñal con extraños símbolos grabados en él; el cabello rubio de Isabel se tornó intensamente negro, lo mismo que sus brillantes ojos azules, ahora profundos como una noche sin luna; finalmente sus finas orejas terminaron volviéndose alargadamente puntiagudas.

-¿Cómo lo hiciste bruja?; preguntó la elfa oscura echando mano a su puñal.

-Esperas no soy tu enemiga; se apuró en decir la bruja para evitar un ataque que difícilmente podría detener.

-Habla; ordenó Ethiel con el cuchillo en la mano.

-Dije que necesitaba tu ayuda para salvar este mundo; explicó Mireya. -El bosque que vimos es real y debemos juntas sellar la ruptura que se formó en él y como tú te mueves muy bien en los bosques debes ayudarnos.

-Hablas en plural, ¿quién más está en esto?; preguntó Ethiel.

Mireya movió una mano y la imagen de una mujer apareció en un espejo en la pared.

-Es la periodista del Canal 6; observó la elfa.

-Ella también se puede mover con cierta soltura en un bosque y tiene ciertas habilidades que nos pueden ser de mucha utilidad; contó la bruja.

-Hola, disculpa, ¿podemos hablar?; preguntó Mireya a Cristina.

-¿Nos conocemos?; consultó ella.

-No, pero tenemos información que a ti te podría interesar; contó Isabel.

-Explíquenme rápido de qué se trata; dijo la periodista. -Estoy un poco apurada.

-Es sobre una especie de conspiración; explicó Mireya.

-¿De qué tipo?; quiso saber Cristina.

-Para destruir el mundo; agregó la doctora.

-Ya he escuchado eso muchas veces y siempre resulta que son delirios afiebrados de fanáticos religiosos; contestó ella sin interés. -Ahora por favor discúlpenme que tengo trabajo de verdad que hacer.

-Como quieras; contestó Isabel. -Conozco a un periodista del Canal 8 al que estoy segura que le interesará hacer el  reportaje de la década; dijo en voz alta a Mireya para asegurarse de que la reportera la escuchara.

-Esperen, en realidad no tengo mucho trabajo, puedo concederles unos minutos para que me cuenten todo; accedió Cristina a las dos desconocidas. Podía ser solo una tontería, pero si no lo era, sería su ascenso a las ligas mayores; no tenía nada que perder.

-No aquí, por favor acompáñanos a un lugar más privado; pidió Mireya.

-Está bien, pasemos a esa cafetería; ofreció Cristina.

-Es mejor que sea en mi casa; propuso Mireya.

-Está bien, vamos; aceptó la reportera.

En el auto de la doctora, Cristina comenzaba a arrepentirse de haber aceptado. Si se desaparecía toda la tarde su jefe la reprendería; pero le diría que estaba tras la pista de algo grande.

-No está mal la casita; dijo la joven cuando el auto se detuvo frente a una casa en la que todo su departamento parecía poder caber completo en el living.

-Digamos que me va bien; comentó Mireya.

Una vez dentro Cristina pidió explicaciones de la supuesta conspiración.

-Bueno, soy todo oídos, ¿de qué se trata?; preguntó a su anfitriona.

-Aquí no, bajemos al sótano; pidió la dueña de la casa.

-Si no hay remedio; aceptó resignada la joven.

Al bajar los peldaños y ver el interior del sótano Cristina terminó de inquietarse. Aparentemente había sido embaucada por un  par de locas. Un pentagrama dibujado en el suelo, un caldero con líquido hirviendo, una estatua  rara y un árbol grande la convencieron de ello.

-Vaya decoración; observó tratando de aparentar tranquilidad. -Nunca se me habría ocurrido plantar un árbol grande dentro de un sótano.

-Fue idea de Isabel; explicó Mireya. -No es precisamente mi idea de una planta de interior, pero mientras tengamos que trabajar juntas lo dejaremos.

-Bueno, ahora sí. ¿Qué es todo eso de la conspiración?; preguntó Cristina.

-¿Por casualidad una de estas noches te viste inexplicablemente en medio de un bosque desconocido?; preguntó Mireya.

-¿Cómo lo supiste?; quiso saber la joven. -No le conté esa alucinación a nadie.

-No fue una alucinación; explicó Isabel caminando lentamente hacia el árbol y apoyando una de sus manos en el rugoso tronco.

Incrédula la reportera vio como varios zarcillos salían del árbol y se enrollaban por el brazo de Isabel y luego por todo su cuerpo. Su veraniego vestido fue reemplazado por un negro traje ceñido a su cintura por una enredadera que sujetaba un extraño puñal.

-¿Pero qué truco es este?; se preguntó.

Los ojos de la rubia mujer se volvieron negros como el carbón más negro y su cabello se oscureció hasta convertirse en una mezcla entre un pozo sin fondo y la noche más oscura y su cabeza quedó adornada por un par de puntiagudas orejas alargadas.

El cabello de Mireya se elevó y comenzó a mecerse por un viento inexistente.

Si esto era un truco era bastante bueno. En un momento Cristina pensó que ambas mujeres parecían personajes sacados del Señor de los Anillos; sin embargo, su intuición le indicaba que este no era ningún truco. Instintivamente la joven tensó todos los músculos de su cuerpo mientras sus ojos castaños se volvían como dos brillantes gotas de oro fundido y su cuerpo se cubría completamente de un sedoso pelaje negro; sus uñas crecieron hasta convertirse en afiladas garras y su pequeña boca se llenó de monstruosos colmillos de fauces más monstruosas aun. Con una altura de dos metros ahora, la agresiva criatura gruñó amenazante a las dos mujeres.

-¿A esas habilidades te referías?; preguntó la elfa a la bruja, sin quitarle los ojos de encima a la bestia.

-Precisamente. Cristina es una mujer lobo y bastante fuerte por lo que parece; respondió Mireya.

Ante un gesto que indicaba un ataque inminente de parte de la loba, Ethiel movió una de sus manos en el aire y rápidamente varias enredaderas crecieron del árbol, enrollando firmemente a la licántropa, apresando sus manos, sus brazos y sus piernas, impidiéndole todo posible movimiento a pesar de lo poderosa que era su musculatura.

-Quédate quieta o te pongo un bozal; advirtió Ethiel a la loba.

-No queremos lastimarte; dijo suavemente Mireya. -Lo de la conspiración para destruir el mundo es real y queremos impedirlo, pero necesitamos de tu ayuda para poder lograrlo. Por favor déjanos explicarte.

A pesar de su aspecto y fiereza, la licántropa parecía entender todo cuanto le decían. Lentamente su respiración se relajó, al mismo tiempo que su tamaño volvía a su normal metro con sesenta y cinco centímetros y recuperaba nuevamente la apariencia de la periodista Cristina Ramírez. Sin ninguna dificultad, gracias a su talla considerablemente menor, pudo soltarse de sus ataduras vegetales.

-Vaya, no me esperaba esto; dijo Ethiel algo molesta de que su prisionera se hubiese librado tan fácilmente de sus amarras.

-Escucho. Ya se ganaron mi atención; dijo Cristina ordenando su cabello.

-¿Cómo me descubrieron?; preguntó la licántropa.

-De la misma forma en que la descubrí a ella; contestó Mireya, indicando a Ethiel. -Me guiaron a ustedes.

-Mmm, una elfa oscura y una bruja; observó Cristina.

-¿Qué sabes de mí?; preguntó incómoda Ethiel.

-Solo lo que cuentan las leyendas de mi pueblo; respondió Cristina. -Que los elfos oscuros son muy agiles, rápidos, totalmente adaptados para la noche y con un control total sobre los elementos de la naturaleza; y que no hay que hacerlos enojar porque son algo sicóticos.

-No está mal; aceptó la elfa.

-Recuerda que mi pueblo ha cazado por miles de generaciones en los bosques; observó la joven. -Necesariamente teníamos que enterarnos de todo lo que ocurre en ellos. En cuanto a ti; esta es la primera vez que conozco a una bruja, así es que no sé nada más de lo que se cuenta en las películas y cuentos.

-Algo tienen de real y la mayor parte está equivocada; observó Mireya.

En eso estaban las tres cuando una especie de corriente de energía las sacudió y se encontraron en un pantano donde se suponía que antes era la casa de la bruja. La atmósfera se sentía cargada de energía negativa y una luna fracturada iluminaba mortecinamente el paisaje.

Otro golpe de energía estremeció a las tres mujeres, quienes nuevamente se hallaron paradas en el piso de piedra del sótano de la bruja.

-¿Qué fue eso?; preguntó intrigada Cristina.

-Nuestro plano astral se está uniendo a otro plano astral, por una fisura en el continuo espacio temporal que los separa; explico Mireya.

-¡Ayy! No entendí nada; se quejó la periodista.

-Mira niña, es como si la cortina que separa dos habitaciones se hubiese roto y hay que remendarla; aclaró Ethiel en forma mucho más simple.

-Sí, eso mismo; apoyó Mireya.

-Eso está más claro; aceptó la periodista. -Pero hay muchas cosas que no entiendo de todo esto.

-Ni yo; apoyó Ethiel mirando interrogativamente a Mireya. -Por ejemplo qué o quién está provocando todo esto.

-¿Y por qué nos reuniste a nosotras?, ¿y quién delató nuestra existencia?; agregó Cristina.

-Yo me enteré de que algo malo estaba pasando al mismo tiempo que ustedes; explicó Mireya. -Hay alguien que desea hablar con nosotras; dijo al ver iluminarse los ojos de la estatua del demonio.

El caldero comenzó a burbujear con más fuerza y una espesa nube de vapor comenzó a elevarse y a moverse hasta tomar la apariencia de un distinguido caballero. Mireya sabiendo de quién se trataba, inclinó respetuosamente la cabeza.

-¿De qué se trata todo esto?; pregunto Ethiel con la frente en alto y los ojos fijos en los del hombre.

-Ethiel, siempre tan altiva y rebelde entre los rebeldes; saludó el hombre con una sonrisa de satisfacción en los labios.

-Veo que sabe quién soy y que no me gusta ir con rodeos; respondió ella.

-Tranquila pequeña, no todo es correr rápido en medio del bosque; dijo el caballero. -También debes ser paciente y esperar el momento justo para lanzarte sobre tu presa. ¿No es así Cristina?

-Creo que también me conoce señor, aunque no tengo yo el placer, aunque si me concede una entrevista lo podemos solucionar; respondió en broma la periodista.

-La loba que se atrevió a vivir lejos de la manada; la saludó el extraño.

-Quería conocer el mundo de los humanos y necesitaba un poco de espacio; explicó Cristina.

-Bien, la explicación a por qué las reuní a las tres, es que dentro de sus respectivos pueblos son las únicas que han aprendido a convivir con otros pueblos y no son tan cerradas a la cooperación; explicó el hombre. -Su propia rebeldía y ruptura con sus leyes y tradiciones las ha hecho más capacitadas para trabajar en equipo.

-¿Por qué se rompió la barrera entre los planos astrales?; preguntó Mireya.

-Alguien descubrió que juntando dos planos astrales puede crear un tercero; explicó el hombre.

-¿Y qué pasa con los otros dos?; preguntó Cristina.

-Se destruyen para, con la energía  liberada, formar el tercero; explicó el extraño.

-¿Y dónde lo podemos encontrar?; preguntó Ethiel.

-No pueden; aclaró el hombre. -Él no pertenece a ninguna de las dos dimensiones astrales y desea crear la suya propia para gobernarla a su antojo.

-¿Pero si no pertenece a ninguno de los dos planos, quién o qué es?; preguntó intrigada Mireya.

-Es uno de mis hermanos; respondió el hombre.

-Pero mi señor, ¿pretende que nosotras nos enfrentemos a un espíritu inmortal y todo poderoso?; dijo incrédula la bruja.

-Él podría destruirnos con solo pensarlo; opinó Ethiel, comprendiendo de qué clase de enemigo se trataba.

-Solo podría hacerlo si ocupase un cuerpo físico; pero solo puede hacerlo dentro de su propio plano astral; aclaró el hombre. -Así como yo no puedo intervenir directamente en su mundo, él tampoco puede hacerlo en éste; por lo cual debemos valernos de soldados que peleen nuestras batallas. Sin embargo, sus súbditos si pueden hacerles daño y ustedes a ellos.

-Así es que solo somos carne de cañón; comentó la elfa. -¿Por qué deberíamos pelear en su guerra?

-Porque este plano me resulta útil y quiero que se conserve como está; además porque ustedes así impedirán la muerte de sus familias y seres queridos; explicó el hombre. -Y sobre todo porque en este plano astral yo soy todo poderoso y si lo deseo puedo hacerlas desaparecer ya sus familias con ustedes y busco otros colaboradores.

-Recuerde que el tiempo se está agotando señor y no creo que tenga la oportunidad de reunir a un equipo mejor en tan corto lapso; observó Cristina tratando de calmar el evidente mal humor del hombre.

-Son buenas, pero recuerden que existen más cosas entre el cielo y la tierra de las que sueña su imaginación.

-¿Cómo sellamos la ruptura?; preguntó Mireya.

-Con la ayuda de estos anillos mágicos; explicó el hombre.

-Esto me va a estorbar cuando me transforme; observó Cristina al sentir la rigidez del metal.

-Se adaptará a tu cambio; indicó el hombre. -Verán que son armas y herramientas muy útiles.

-Prepárense para el viaje; dijo el extraño mientras se iluminaba el pentagrama en el suelo.

Cuando la bruja y la loba entraban y desaparecían en el símbolo grabado en el piso, el hombre afirmó del hombro a Ethiel.

-Cuídalas, se van a mover en tu territorio y tú eres la mejor; dijo el hombre con algo de ternura en la voz. -Traten de volver las tres con vida.

-Descuide jefe, estaremos bien; respondió la elfa oscura desapareciendo en el portal abierto en el piso.

-Buena suerte hijas mías; se despidió el poderoso demonio.

Las tres mujeres aparecieron en medio de un bosque tétrico y en el que se respiraba muerte. Los sonidos de los animales nocturnos no resultaban familiares para la licántropa que acostumbraba a cazar entre árboles, ni para la elfa que disfrutaba corriendo en medio de la foresta en la noche. Hasta el viento sonaba como un quejumbroso lamento al pasar entre las marchitas ramas de los moribundos árboles. Si esto no las convencía de que ya no estaban cerca de su hogar, tal vez lo haría la luna rota por un cataclismo de proporciones titánicas, que gravitaba en un extraño cielo, alumbrando con su luz mortecina un paisaje subyugante y opresivo que hasta para la elfa oscura resultaba desagradable.

Un punto luminoso comenzó a crecer frente a las tres enviadas, hasta mostrar el rostro de su señor. -Dejen que el brillo de sus anillos las guie a su destino y cumplan con su misión; ordenó el demonio.

En medio de la noche desconocida, en el bosque fuera de este mundo comenzó la marcha de las tres. Ethiel corría por delante guiada por sus instintos y sus sentidos adaptados para moverse entre sombras. Aunque mantenía su forma humana, Cristina corría a la misma velocidad que la elfa; sus oídos, sus ojos y su olfato le hacían llegar todo cuanto ocurría en torno a ellas; la loba controlaba ese cuerpo humano lista para salir si se requería.

Por más que lo intentaba, Mireya no podía seguirle el paso a sus compañeras corriendo; sin embargo, de ninguna manera podía alejarse demasiado de ellas. El tiempo apremiaba por lo que no podía detenerse a actuar en forma muy sutil, así es que se decidió a hacer uso de su magia; elevándose por sobre el suelo el viento la llevó en sus manos, alcanzando rápidamente a sus sobrenaturales compañeras.

Cayendo desde una rama les cortó el paso una criatura peluda de sobre dos metros de alto; armada de un grueso garrote se lanzó contra ellas. En un rápido movimiento Cristina dejó emerger completamente a la bestia que habitaba en su interior y al pasar junto al ser que intentaba detenerlas, desgarró de un zarpazo su garganta.

-Por lo visto ya saben que estamos aquí; comentó Mireya.

-Eso parece; coincidió Ethiel tomando un palo del suelo, el que en su mano se convirtió en un estilizado arco.

-Esto se va a poner caliente parece; opinó la bruja mientras un extraño báculo se materializó junto a ella.

Cristina solo respondió con un gruñido, manteniendo su forma de licántropo.

-Manténganse alerta, nos están rodeando; ordenó la elfa a la carrera.

Desde el arco de Ethiel una flecha  silenciosa salió veloz contra un blanco, clavándose de lado a lado en el cuello de un enemigo que solo ella vio. La criatura sin pronunciar ni un ruido cayó del árbol donde vigilaba, sin siquiera poder dar la voz de alarma.

-Ocúltense en los árboles; susurró Mireya mientras se elevaba hasta una alta rama que la dejaba lejos de la vista desde el suelo. Su percepción extrasensorial había detectado la proximidad de una patrulla que se acercaba. Sin dudarlo siquiera sus compañeras la imitaron sigilosas.

-Sigamos; dijo Cristina en su forma humana cuando la patrulla se perdió de vista.

El bosque parecía no tener fin. Mientras más penetraban en él, más oscuro se tornaba.

-Que horrible es este lugar; observó Cristina. -Si fuera humana sentiría terror se estar aquí.

-Démonos prisa y terminemos con esto; interrumpió Mireya.

Ethiel en silencio tomó su puñal y giró por detrás de un árbol; sosteniendo por la boca a uno de esos gigantescos simios  rebanándole la garganta.

Sin  aviso previo se vieron rodeadas por unos diez enemigos.

-Se acabaron las sutilezas; dijo la elfa, ensartando una flecha en el corazón de una de las criaturas.

Cristina alcanzó a agacharse cuando un  garrote que se estrelló contra un tronco le rozó la cabeza. Sin que su atacante lo esperase, experimentando una súbita metamorfosis, ensartó sus garras en su abdomen; sorprendido por el golpe recibido, no alcanzó a reaccionar cuando las fauces de la licántropa se cerraron desgarrando su garganta.

Un gigantesco simio levantó su hacha con intensión de lanzarla contra Cristina, pero su mano se abrió crispada de dolor cuando su cuerpo fue envuelto por las llamas que brotaron del báculo de Mireya.

Quedaban solo siete enemigos, pero Ethiel sabía que pronto habría muchos más, ya que una de las criaturas huyó del lugar. Ante un gesto de su mano dos afiladas ramas se proyectaron contra el que intentaba escapar, atravesando su espalda. Al mover la elfa rápidamente las manos, las ramas se separaron violentamente, partiendo en dos a su presa.

Un gesto de una mano de Mireya lanzó violentamente a uno de los simios contra un gran árbol, rompiéndole la cabeza; mientras Cristina por otro lado giraba el cuello de otro.

Una flecha hizo caer a otra criatura, mientras el puñal de Ethiel volaba hasta clavarse en la frente de otra. Dos chorros de fuego de la bruja dieron cuenta de las últimas criaturas.

-Alejémonos cuanto antes de aquí; ordenó la elfa enfundando su puñal.       -Antes de que lleguen más.

La mirada de la bruja se posó en el negro líquido que corría por el brazo izquierdo de Ethiel. -¿Qué tienes ahí?; preguntó Mireya.

-Es solo un rasguño, no tiene importancia; contestó la elfa.

-Eso déjame decidirlo a mí; ordenó Mireya, como lo hacía cada vez que alguno de sus pacientes pretendía dárselas de médico. -Es un corte profundo pero no grave, por ahora debe ser desinfectado y vendado. Lo que realmente me preocupa es que tu sangre se haya teñido de negro.

-¿Y qué tiene eso de raro?; preguntó Ethiel. -La sangre de todos los elfos oscuros es negra; aclaró ella.

-Vaya, no lo sabía; comentó la bruja. -Bueno hay que buscar agua para lavar esa herida, para que no se infecte.

-No se infectará; respondió Ethiel algo impaciente poniendo su mano en un árbol. Pequeños sarcillos corrieron a lo largo de todo el miembro, enrollándose en torno a la herida, terminando por cubrirla completamente a modo de vendaje.

-Por favor movámonos luego; pidió Cristina. -Esos simios están cerca.

Después de correr cerca de media hora, una espesa y mal oliente niebla inundaba el aire. El suelo se sentía más húmedo y desagradables animales trepaban por los árboles y corrían por los matorrales.

-Debemos estar cerca de un pantano; opinó Cristina. -Tengan mucho cuidado donde pisan.

La visibilidad era bastante limitada, así es que debían caminar muy despacio. El brillo de sus anillos les indicaba hacia donde debían dirigir sus pasos.

-Escuchen; dijo Ethiel a sus compañeras después de un rato,

-Yo no escucho nada; observó Mireya.

-Precisamente; hizo notar la elfa. -No hay ningún ruido.

-Al menos ya no nos siguen esos simios; dijo la bruja.

-Esto no me gusta nada; opinó preocupada Cristina, quién conocía muy bien los bosques y sabía que siempre hay algún animal, por pequeño que fuera, que hiciese un ruido por mínimo que fuese.

Lentamente llegaron junto a la orilla de un pestilente pantano de aguas aceitosas, del cual se desprendían espesos vapores.

Pensativa Mireya golpeaba el suelo con su báculo, tratando de encontrar una solución.

-Es demasiado grande como para intentar cruzarlo nadando; observó la bruja.

-Y no sabemos qué cosas puedan haber bajo su superficie; meditó Ethiel.

-Debemos tratar de rodearlo; sugirió Cristina.

-El jefe dijo que los anillos nos guiarían; recordó Mireya. -Necesitamos otro camino; dijo moviendo lentamente la mano, hasta que el brillo de su sortija aumentó, indicándoles una ruta alternativa.

-Muy bien, vamos por…; la elfa no alcanzó a terminar de hablar cuando una viscosa cosa, como un muñeco hecho de barro se alzó tres metros sobre sus cabezas.

-¡Cuidado!; gritó Ethiel mientras rápida como un rayo disparaba dos flechas contra el monstruo.

Con frustración vio que sus proyectiles eran inútiles, ya que caían resbalando por su grasosa superficie; era como estar disparando sobre barro casi líquido.

Cristina lanzó con toda su fuerza un grueso tronco, el que se hundió en el pecho de la cosa, no provocándole el menor daño.

Insistentemente la elfa volvió a lanzar sus flechas, apuntando esta vez a la cabeza de la cosa; las cuales la atravesaban sin encontrar ninguna resistencia a sus afiladas puntas, terminando por clavarse en un árbol cercano.

Antes de que pudieran reaccionar, la mole viviente cayó como una avalancha sobre las mujeres, quienes apenas atinaron a cubrirse en forma instintiva con sus brazos. Una gran masa de barro ocupaba el lugar donde recién estaban paradas. Una violenta vibración hizo temblar la tierra y crujir los árboles; un intenso resplandor se elevó a través de la sepultura de barro, haciéndola volar por los aires. Los anillos entregados por el demonio formaron un escudo que las protegió de morir aplastadas por la mole de barro.

-Pensé que aquí me moría; comentó Cristina.

-Yo nunca perdí la fe en mi señor; dijo devotamente Mireya.

-Sí, cómo no; lo dudó burlona la elfa.

-Sigamos será mejor; opinó Cristina.

-Esto nos va a demorar mucho; comentó Mireya.

-Es mejor a ser aplastadas por una masa de lodo y no poder completar la misión; observó Ethiel.

Para no desviarse demasiado se fueron caminando por la orilla del pantano, teniendo que soportar la pestilencia del aire y la viscosidad del suelo, que les hacía avanzar más despacio de lo deseado.

-¡Cuidado!; gritó Cristina cuando las luces de un camión se aproximaron veloces hacia ellas.

Las tres corrieron nerviosas hacia la vereda para salir del paso del vehículo. Justo cuando el camión pasó junto a ellas pusieron pie en el viscoso pantano.

-Los mundos se están juntando más rápido; observó Cristina.

-Debemos darnos prisa; apremió la elfa.

-¡Ayúdenme!; gritó la bruja. -Caí en arenas movedizas.

-No te muevas, voy por ti; respondió Cristina.

La licántropa se acercó hasta el borde de la trampa de arena, pero ni estirando los brazos hasta sentir dolor lograba alcanzar a su compañera, la que se hundía rápidamente.

Con un movimiento de la mano de la elfa, la rama de un árbol se inclinó, alargó y enrolló a Mireya por debajo de sus brazos, levantándola lentamente y liberándola de la fuerza que la arrastraba.

-Gracias, no podía salir sola; explicó la bruja.

-El tiempo se está agotando; observó la elfa. -Apurémonos, ya nos hemos retrasado demasiado.

Después de varios minutos de caminata, lograron dejar atrás el pantano, retornando nuevamente al bosque. Era tan deprimente la ciénaga, que hasta la vista de ese paisaje que no estaba ni muerto ni vivo, resultaba más acogedor.

-Sigamos por aquí; dijo Ethiel, mirando el brillo de su anillo, que seguía guiándolas a su destino.

De nuevo a los agudos sentidos de la licántropa y la elfa llegaban los extraños sonidos y aromas de ese bosque de otro mundo. Los ojos de Cristina se volvieron luminosamente dorados cuando dejó salir a la loba y atrapó un hacha que volaba directamente hacia la elfa. Sin que hubiese separación entre un movimiento y el otro, arrojó de vuelta el arma a su dueño, clavándosela en el pecho.

-¡Agáchate loba!; gritó la bruja disparando una llama de fuego mágico que pasó a escasos centímetros de la cabeza de Cristina, envolviendo a una criatura que se disponía a lanzar una gran hacha contra ella.

Ethiel disparaba una tras otra todas sus flechas, provocando una gran mortandad entre los atacantes; tanteó con sus dedos su carcaj y con preocupación comprobó que estaba vacío. Todas sus flechas se habían acabado y no tenía tiempo de procurarse más. Sin poder prestar ninguna utilidad, su arco era solo un estorbo; por arte de magia y bajo la voluntad de su ama, el arma cambió en su mano convirtiéndose en una afilada espada de madera, más resistente y cortante que el acero.

Los brazos de la loba chorreaban la sangre de todas las criaturas que había destrozado con sus garras.

Del cuerpo de la bruja emanaba una niebla negra, indicio de toda la energía que estaba generando en su fuego mágico y en su campo telequinésico.

Las criaturas cubrían el bosque con sus cadáveres; las pocas que quedaban se reagruparon para lanzarse en un último ataque contra las tres intrusas que intentaban estropear los planes de su señor. El cansancio se empezaba a dejar sentir en el cuerpo de las tres mujeres, cada una de las cuales, en forma silenciosa e íntima se preparaba para entregar la vida en los instantes que seguían; listas o no, las criaturas se disponían a atacarlas.

Un fuerte viento atravesó el campo de batalla, lanzando lejos a varios de los simios, cuya sangre salía a borbotones de sus gargantas cortadas, mientras que las entrañas de otros eran abiertas por una espada invisible.

Las tres compañeras no sabían lo que acababa de ocurrir, excepto de que algo o alguien les había prestado ayuda en el momento más oportuno. De pronto un remolino de viento las rodeó un instante.

Atónitas vieron que una joven de poco más de veinte años, vestida con jeans, botas y chaqueta de cuero las observaba con sus intensamente rojos ojos, mientras golpeaba entre sí las garras de sus manos, que más parecían las patas de un ave de presa que de una mujer.

-Bonjour; saludó la joven en francés. -Por lo visto llegué justo a tiempo.

-¿Quién eres y qué haces aquí?; preguntó Ethiel poniendo su espada en posición de ataque.

-Por favor disculpa a mí compañera; pidió Mireya. -Con todo lo que está pasando está un poco alterable.

-Tienes un olor extraño; observó Cristina olfateando el aire.

-Y eso que me baño todos los días; contestó la joven.

-No es eso; insistió la licántropa. -No sé realmente qué es.

-Lo tengo. Es un vampiro; concluyó Mireya. -Miren sus colmillos.

-Una corrección por favor. Soy una vampiresa, no un vampiro. Y dicen que una muy sexy; corrigió la joven. -Y no se preocupen, no fue nada; agregó mirando el montón de cadáveres que ella sola había dejado.

-Mmm, gracias; contestó Ethiel al fin, comprendiendo lo oportuna que había resultado la intervención de la joven vampiresa.

-¿Cómo llegaste aquí?; preguntó Mireya.

-Primero dinos tu nombre; solicitó Cristina.

-Está bien, mi nombre es Francine; se presentó la joven. -Bueno, yo estaba paseando por un parque en París; había cenado recién y como siempre me puse a caminar para bajar la comida. Entonces se me apareció un señor muy atractivo y me dijo que necesitaba mi ayuda para impedir el fin del mundo. Al principio no le creí mucho pero cuando el parque se convirtió en un bosque me convencí. Luego me contó que necesitaba que yo les ayudara a ustedes. No teniendo nada mejor que hacer acepté y me mandó aquí por un portal.

-Entiendo; comentó Mireya. -Nuestro señor se adelantó a la situación, afortunadamente para nosotras.

-Aclárame una cosa por favor; pidió Cristina. -¿Cómo supiste exactamente dónde nos encontrábamos?

-Fácil; respondió Francine. -Seguí sus huellas de calor con mi visión infrarroja.

-Ya veo; aceptó la loba.

-No logro entender bien cómo es que no percibimos tu presencia; meditó Ethiel.

-Supongo que porque estaban preocupadas de que esos bichos no las mataran; pensó la vampiresa. -Además de que yo me puedo mover muy rápido.

-Bueno, bienvenida Francine; la aceptó Mireya.

-Gracias chicas, pero no estoy tan segura de sí es tan bueno haber venido; dijo la vampiresa dudándolo al mirar a su alrededor.

-Claro que fue buena idea; opinó Cristina. -Gracias a eso estamos vivas.

-Supongo que serás de gran ayuda para cumplir esta misión; concluyó Ethiel bajando su espada.

-Bueno, ya basta de conversaciones y pongámonos en marcha; ordenó Mireya.

Con la incorporación de una poderosa vampiresa al grupo, parecían haber aumentado las probabilidades de poder completar con éxito la tarea de cerrar la fisura por la que se estaban fusionando los mundos y así impedir la destrucción de ambos. Sin embargo, el tiempo apremiaba y era necesario darse prisa.

Pasó casi un día entero sin ninguna novedad ni percance, siempre siguiendo la luz de los anillos.

-Esperen un momento por favor; pidió Francine a sus compañeras. -Debo alimentarme.

-¡Oh, oh!; exclamó preocupada Cristina.

-Tranquila, te aseguro que ni aunque me pagaran desearía probar la sangre de ustedes; dijo la vampiresa con un gesto de desagrado.

De su chaqueta Francine sacó un tubo de vidrio que contenía una espesa gelatina roja, que saboreó con gran deleite.

-¿Puedo verlo?; pidió Mireya intrigada por el tubo.

-Sí claro, toma; respondió la joven entregándoselo.

-Esto es sangre; observó sorprendida Mireya.

-Sí, es sangre concentrada; reconoció Francine. -Es en caso de que no pueda beber sangre fresca.

-¿Cómo la obtienes?; quiso saber la bruja, como médico que era.

-Me la hace un médico amigo; respondió la vampiresa sin dar más detalles.

Una sombra saltó de una rama a otra sin que ninguna de las cuatro mujeres se percatase de ello; en forma totalmente inesperada Francine fue arrastrada hasta una alta rama por alguna cosa. Las miradas atónitas de las demás se dirigieron hasta lo alto del árbol, solo para ver como una gran cantidad de sangre chorreaba al suelo. A los pocos segundos Francine caía de pie frente a ellas con un gran corte en su cara y su mano derecha toda ensangrentada; sus ojos cargados de rojo parecían dos brazas incandescentes en medio de la noche.

-¡Tu rostro!, estás herida; exclamó Mireya luego de la primera impresión.     -Déjame curarte.

-No te preocupes, no es necesario; dijo la joven vampiresa no dándole importancia, mientras su herida se cerraba sola sin que quedara rastro alguno de ella. -Es una de las ventajas de ser inmortal; dijo mirándose en un espejo.

En eso desde el árbol cayó degollada la criatura que había atrapado a Francine.

-Alas; observó Ethiel moviéndolo con un pie.

-Debemos ser más cuidadosas; opinó la vampiresa. -Son  muy rápidos, si hubiese atrapado a una de ustedes la habría matado. Por suerte los vampiros somos inmensamente poderosos.

-¿Los?, ¿acaso existen más como tú?; preguntó Cristina.

-Unos cuantos más; respondió Francine.

-Esto se está complicando y el tiempo se agota; opinó la bruja mirando la fracturada luna.

-Sigamos avanzando; dijo Francine poniéndose a caminar.

-Vamos y esperemos no encontrar más sorpresas; comentó Mireya.

El bosque no parecía tener fin, en una sucesión de árboles cuyas ramas parecían esqueléticas manos que querían atrapar a las elegidas; los extraños ruidos y desconocidos olores mantenían en un continuo estado de alerta los superdotados sentidos de ellas.

Las orejas de Cristina se movían en forma casi imperceptible como si de dos pequeñas antenas de radar se tratasen, captando cada sonido por mínimo que éste fuera; mientras que Francine escudriñaba los alrededores con su vista infrarroja, en busca de alguna huella de calor que le advirtiera de la presencia de los enemigos encargados de detenerlas. Por su parte Ethiel nuevamente portaba su mortífero arco, con el carcaj lleno de afiladas flechas. Mientras Mireya ya había recuperado toda su energía y su cuerpo estaba rodeado de una negra aura.

-¡Al suelo!; gritó Cristina cuando sus oídos captaron un suave aleteo.

Varias sombras pasaron rosando las cabezas de las cuatro compañeras que yacían boca abajo con la cara casi a ras del suelo. Levantando un poco la cara, Ethiel pudo hacerse un cuadro completo de la situación; varias rapaces como la que atacó a la vampiresa se disponían a dar otra vuelta en picada con las garras hacia adelante. Ante un movimiento de una de las manos de la elfa oscura, cientos de ramas salieron disparadas  como dardos hacia el aire; en medio de chillidos de dolor todas las aladas criaturas cayeron mutiladas.

-Tienes un excelente oído; dijo Ethiel a modo de cumplido a Cristina.

-Gracias; respondió ésta. -Tu reacción no está nada de mal. Recuérdame nunca hacer enojar a alguien de tu raza.

-Miren, aquí termina el bosque; dijo Francine, contenta de poder salir de esa horrible foresta.

-Alto; ordenó Ethiel.

-¿Qué ocurre?; preguntó Mireya.

-Según los anillos la fisura se encuentra al otro lado de aquellas montañas; respondió la elfa. -Y para llegar a ella debemos cruzar todo este campo abierto.

-¿Y qué tiene?; preguntó Cristina.

-Estaremos totalmente al descubierto, sin tener donde ocultarnos; observó Ethiel.

-Entiendo, pero ya hemos perdido demasiado tiempo y si lo intentamos rodear nos retrasaremos demasiado; hiso notar la bruja.

-O sea que la única alternativa que tenemos es cruzar por este peladero lo más rápido posible;  opinó Cristina.

El paisaje fuera del bosque era un páramo inhóspito y lleno de trampas, que parecía un campo minado. Una cubierta de tierra dura y surcada de grietas de las que emanaban nubes de gases sulfurosos y llamaradas esporádicas sin ningún patrón; el suelo ardiente provocaba una desagradable sensación en los pies. Debían cruzarlo lo más rápido posible para no asfixiarse con el gas y el calor, o no arder entre las llamas. Rápido pero con cuidado, ya que cualquier paso en falso podría ser mortal, incluso para ellas.

-Supongo que esto va a ser muy intenso; meditó Mireya.

-Es como saltar entre piedras en un río; opinó Ethiel.

-Con la diferencia que si fallas ahí solo te mojas; pero aquí te rostizarías como un pollo; comentó Cristina.

-Con todo ese vapor no se ve muy bien; observó Mireya. -Debemos ir con cuidado.

-Déjame ver a mí con mi visión infrarroja; ofreció Francine.

-Mejor no lo intentes; advirtió Ethiel.

-Uff, me encandilé; dijo la vampiresa refregándose los ojos al ver solo un intenso resplandor por todos lados.

-Te lo dije; la reprendió la elfa. -El aire está muy caliente y es como mirar al sol.

-Igual puedo pasar tan rápido que ni me acaloraría siquiera; comentó Francine.

-¿Y nos dejarías solas?; preguntó Cristina. -Recuerda que necesitamos tu ayuda.

-Mmm, es cierto. Es que a veces olvido que ustedes no son tan fuertes y veloces como yo; se disculpó la vampiresa.

-¿Te han dicho que a veces te comportas como una adolescente?; criticó la bruja a Francine.

-Supongo que es porque aun soy muy joven; meditó la muchacha. -Apenas tengo trescientos veintiún años y como tenía dieciocho cuando me volví vampiresa, debe ser por eso.

-Casi mi misma edad; comentó Mireya.

-Está muy interesante esta conversación, pero mejor movámonos; ordenó la elfa con sus orejas vibrando para orientarse como si fuesen un radar, de similar forma a como lo hacía Cristina por su parte.

La marcha era más lenta de lo esperado; apenas alcanzaban a dar unos cuantos pasos cuando debían detenerse ante una columna de fuego o vapor hirviendo. El ruido atronador y ensordecedor del líquido subterráneo en ebullición no les permitía hablar entre sí. Gotas de sudor corrían por el rostro de las cuatro mujeres.

-Después de esto voy a necesitar una larga ducha fría; pensó Cristina. -O vas a oler a perro mojado; escuchó claramente que decía Francine dentro de su cabeza. Curiosa la miró y la vampiresa se sonrió encogiendo sus hombros.

-¿Faltará mucho?; preguntó Mireya que empezaba a sentirse sofocada y con el pulso acelerado.

-Vamos, aguanta un poco más; dijo la elfa tomándola de la mano, para asegurarse de que si la bruja se desmayaba no la perdería.

El borde de la caldera se divisaba un poco más allá; era solo aguantar unos minutos y saldrían de ese horno.

-Al fin salimos; dijo Cristina parada en el límite del páramo de fuego. -No fue tan terrible después de todo.

-¡Cuidado!; gritó Ethiel soltando la mano de Mireya y corriendo a toda velocidad hacia la loba. De un fuerte empujón la lanzó lejos de donde se hallaba parada.

Un chorro de fuego envolvió a la elfa oscura frente a la horrorizada mirada de sus compañeras.

-¡Isabel!; gritó aterrada la bruja.

Cristina tapó su boca con ambas manos para contener su llanto.

Tan súbitamente como había surgido, la columna de fuego se apagó. Con un nudo en la garganta las espectadoras esperaban ver el cuerpo calcinado de su amiga; sin embargo, grande fue su sorpresa al ver sana y salva a la elfa, con los brazos cubriendo en forma instintiva su rostro. La sorpresa de ella era tan grande como la de sus compañeras.

-¡Estas viva!; exclamó contenta e incrédula Mireya mientras la revisaba por todos lados.

-¿Cómo es posible?; preguntó sorprendida Cristina.

-Cuando el fuego me envolvió se formó una especie de barrera que no lo dejó tocar mi cuerpo; explicó Ethiel. -Me parece que los anillos que nos dio el jefe son bastante útiles.

-Ya pasó el susto, así es que sigamos que aún nos falta esa montaña; dijo Mireya apuntando hacia arriba junto a la base del macizo rocoso.

-Gracias por salvarme la vida; expresó sinceramente Cristina a Ethiel.

-El anillo te habría protegido; contestó la elfa.

-Pero tú no lo sabías y expusiste tu vida por mí; insistió la loba.

-Somos un equipo; respondió sin más Ethiel.

Frente a las enviadas se levantaba una escarpada montaña que obligatoriamente debían sortear para poder llegar hasta su objetivo.

-Afortunadamente alguien, alguna vez pasó por este sitio en más de una oportunidad, dejando un pequeño sendero; observó Mireya.

Después de una hora de arduo ascenso se hallaban a mitad de camino de subida; luego tendrían que descender por el otro lado.

-Por favor  paremos un rato; pidió la bruja, cuyo cuerpo humano no tenía la misma resistencia que los de sus compañeras.

-¿Por qué no vuelas?; preguntó algo intrigada Cristina.

-Porque prefiero ahorrar energía para el final; respondió la bruja.

-Mireya tiene razón; reconoció Ethiel. -Supongo que vamos a encontrar mucha resistencia cuando lleguemos a la fisura.

Al cabo de dos horas más el borde rocoso estaba al alcance de la mano; un último esfuerzo más y después vendría el descenso que debería ser más fácil.

-Me voy a adelantar a explorar; dijo Francine desapareciendo en medio de una corriente de viento.

-Que niña más impulsiva; comentó Mireya.

-Confía demasiado en sus habilidades; opinó Ethiel.

-¡Ayyy!; se escuchó el grito de la vampiresa que venía volando para terminar estrellada contra las rocas.

-¡Francine!, ¿qué te pasó?, ¿estás bien?; preguntó la bruja revisando si tenía algo roto.

-Hay un pequeño obstáculo más adelante; indicó mientras se sacudía la ropa. -Por suerte soy indestructible.

El suelo comenzó a temblar con fuerza mientras un ruido de rocas retumbaba por toda la montaña.

-¡Un terremoto!; exclamó Cristina con voz alarmada.

Francine le hizo un gesto con un dedo para que mirara detrás de ella.

Una mole viviente de rocas de diez metros de altura se alzaba frente a ellas.

-Cúbranse; ordenó Ethiel disparando una flecha que no fue de ninguna utilidad.

Porfiadamente la elfa seguía disparando flechas que rebotaban contra la roca sin rayarla siquiera.

-Déjame a mí; dijo Cristina transformándose rápidamente.

-No lo intentes; la detuvo Mireya. -Solo romperías tus garras.

-Esa cosa no tiene intenciones de dejarnos pasar; opinó Francine sin saber qué hacer.

Un poderoso chorro de fuego del báculo de la bruja envolvió a la criatura. Una espesa niebla  negra rodeaba a Mireya mientras el flujo de fuego se hacía más delgado y más ardiente y el ser rocoso se tornaba rojo incandescente.

-Eso no lo va a parar; opinó la loba.

-Pero esto sí; dijo la bruja cuando el fuego de su báculo dio paso a una gélida corriente de aire congelante.

La criatura perdió movilidad cuando quedó cubierta por una gruesa capa de hielo que la enfrió en forma brusca.

-Golpéenla ahora; ordenó Mireya a sus compañeras.

Un violento y poderoso puñetazo de Francine trisó una pierna de la mole, mientras Cristina hacía lo mismo con la otra pierna. Levantando Ethiel una mano en alto, una gigantesca roca se elevó y salió proyectada contra el pecho de la criatura, el que crujió ante el tremendo impacto. Una fuerte descarga  telequinésica de la bruja terminó por hacer estallar el rocoso  cuerpo de la cosa, cuyos restos salieron disparados en todas direcciones, como una peligrosa ráfaga de proyectiles, los cuales fueron detenidos por los escudos generados por los anillos que, una vez más, se activaron en forma automática protegiendo a sus dueñas.

Una vez más las cuatro expedicionarias demostraron que solo actuando juntas podían superar los distintos obstáculos que a su paso ponía el ser que pretendía crear su propio mundo, destruyendo para ello los otros.

-Está muy cerca; dijo Mireya viendo como había aumentado el brillo de su anillo.

-Sí, lo veo; dijo Ethiel con la vista fija adelante.

-Está como a tres kilómetros de distancia; corroboró Cristina.

-¿Pero ya vieron? Está lleno de esas cosas raras; observó Francine.

Como los ojos de Mireya no le permitían ver a tanta distancia, frente a ella se formó una especie de burbuja de jabón, que mostraba lo que sus compañeras veían.

-La fiesta va a ser muy agitada; dijo la bruja metafóricamente hablando.

En medio de un círculo de piedras se encontraba la fisura entre mundos; un agujero oscuro como la rajadura de una tela que latía como un corazón agonizante. Cientos de simios armados con hachas y garrotes; el cielo surcado por sombras voladoras, formaban una defensa difícil de flanquear.

-Va a ser difícil acercarse con esas cosas en el aire; meditó Cristina.

-Habrá que deshacerse de ellas primero; dijo la elfa apoyando su carcaj en una roca y comenzando a lanzar flechas hacia las sombras. Cada disparo era una criatura que caía derribada.

Un grito de furia hizo retumbar el campo cuando los simios se dieron cuenta del ataque. Como una ola que avanza imparable se lanzaron contra las intrusas.

-Denles con todo lo que tengan; gritó Mireya mientras barría la explanada con su fuego mágico y con la otra mano lanzaba una violenta onda de choque.

Cristina por su parte arrojaba grandes rocas a la horda de simios que se abalanzaba, aplastando a varios de ellos.

Con los ojos rojos de sangre y sus manos armadas de afiladas garras, Francine corrió tan rápido que el cielo y la tierra temblaron a causa de la detonación sónica que produjo, convertida en un viento portador de muerte y sangre, cruzó el campo de batalla. Sus garras chorreaban sangre y sus ojos se volvieron incandescentes cómo brazas, cuando se lanzó de nuevo contra las criaturas. Con  la respiración agitada y su boca chorreando saliva se detuvo junto a sus compañeras; con mano temblorosa de su chaqueta sacó dos tubos de sangre concentrada y los sorbió de un golpe.

-Tanta sangre casi me hace perder el control; dijo la vampiresa lamiendo sus escarlatas labios.

-Mientras no te desahogues con nosotras no hay problema; comentó Mireya.

-Ni en sueños probaría la sangre de ustedes; respondió la joven vampiresa. -No quisiera enfermarme del estómago.

-No quiero interrumpirlas con tonteras; intervino Ethiel. -Pero se me acabaron las flechas y aún quedan sombras voladoras.

Sin previo aviso Francine dio un fuerte puñetazo contra una roca, reduciéndola a pequeños guijarros.

-¿Te sirve para algo esto?; preguntó la vampiresa.

-Claro que sí; respondió la elfa alzando sus manos. Respondiendo a su deseo los trozos de roca se elevaron y ante un gesto de ella salieron disparados como una metralla que acribilló a las sombras que habían logrado escapar a sus flechas. Como una lluvia los cuerpos sin vida de las criaturas aladas cayeron sobre el campo de batalla aplastando a varios simios.

Ante tan devastador ataque los defensores sobrevivientes de la fisura se replegaron aterrorizados, no comprendiendo bien con sus pobres mentes lo que ocurría.

-Avancen ahora; ordenó Ethiel con su espada en la mano.

Cada aullido y cada zarpazo que la loba lanzaba helaba la sangre de las criaturas que estaban cerca de su víctima, tiempo que la elfa aprovechaba para descargar su filosa espada, haciendo rodar alguna cabeza o abriendo el vientre de alguna otra criatura.

El aire se llenó de humo de carne chamuscada por el fuego de la bruja, que abrazaba a cuanto simio se atrevía a ponerse a su alcance.

En un momento en que Francine se detuvo para apreciar la situación, se vio rodeada por seis criaturas que se abalanzaron para despedazarla con sus hachas.

-No se muevan; gritó con su voz más terrible.

Las seis bestias quedaron clavadas en el piso, como si se hubiesen convertido en muñecos inanimados. De un zarpazo a cada una le arrancó la cabeza, teniendo cuidado de que todos la vieran; el pánico que su accionar provocó hizo temblar y retroceder a las pocas criaturas que quedaban en pie.

El camino hacia la grieta dimensional, por la cual inexorablemente se estaban uniendo los mundos estaba despejado. Mireya y Cristina se acercaron con dificultad a ese punto, ya que una fuerza trataba de repelerlas; ante lo cual se formó una especie de barrera frente a ella, que las protegía de la energía que emanaba de la fisura. Era como tratar de caminar contra un huracán, cada paso requería de un  tremendo esfuerzo. La licántropa tomó de la mano a la bruja y avanzó con ella haciendo uso de su mayor fortaleza física.

Tan solo faltaba un metro para alcanzar su objetivo. Los anillos de ambas comenzaron a brillar con el mismo color del borde de la rajadura; con un gran y último esfuerzo lograron tocar la barrera de energía de la fisura con las sortijas. Poco  a poco la ruptura comenzó a cerrarse, pero no era suficiente; se requería del poder combinado de los tres anillos.

-¡Isabel!; gritó Mireya. -Necesitamos tu anillo.

-Estoy un poco ocupada ahora; contestó Ethiel deteniendo el golpe de un hacha con su espada.

-Anda, yo los detendré; dijo Francine, lanzando una rápida y violenta patada a la cabeza de un simio.

A duras penas la elfa oscura pudo llegar hasta sus compañeras y unir su anillo a los suyos. La fisura comenzó a sellarse lentamente, hasta que quedó reducida a un pequeño punto luminoso, cuyo resplandor aumentaba más y más, llegando a tornarse cegador.

-¡Va a haber una explosión!; exclamó Mireya sin saber qué hacer.

Una indescriptible detonación de pura energía cubrió el lugar donde ellas estaban paradas. La fisura se selló, pero la energía liberada arrasó con todo a la redonda.

Algo aturdidas la bruja, la elfa y la loba se encontraron tirabas en medio de un montón de  rocas, con Francine de rodillas junto a ellas respirando con dificultad.

-¿Están bien?; preguntó Cristina, que no entendía como se habían salvado de la tremenda explosión.

-Me zumban un poco los oídos pero estoy bien; respondió Ethiel.

-Yo también; contestó Mireya. -¿Cómo llegamos hasta aquí?

-¿Y tú cómo estás Francine?; preguntó la loba.

-En cuanto recupere el aire te contesto; respondió ella.

-¿Tú nos trajiste hasta aquí?; preguntó la elfa a la vampiresa, mirando el cráter que había quedado a lo lejos.

-No es nada que una vampiresa no pueda hacer; respondió la joven poniéndose lentamente de pie.

De pronto todo cambió. El paisaje desolado e inhóspito se convirtió en un verde parque lleno de árboles cubiertos de flores; el canto de las aves inundaba el aire con sus trinos y a lo lejos los ruidos de la ciudad. En el cielo la luna lucía esplendida e intacta.

-Parece que lo logramos; opinó Cristina aspirando hondo el aire de la noche.

-Así parece; coincidió Mireya.

-Bueno, en ese caso la elfa oscura debe desaparecer; dijo Isabel soltando su largo cabello rubio.

Frente a las cuatro mujeres una neblina comenzó a moverse hasta adquirir la apariencia de una persona, que terminó materializándose ante ellas.

-Mi señor; dijo Mireya arrodillándose respetuosamente ante el demonio.

-Levántate hechicera. Tú no deberás arrodillarte nunca más ante nadie; dijo el hombre. -Ninguna de ustedes cuatro lo harán jamás.

-Gracias Francine; habló el demonio. -Sin ti habría sido imposible.

-No fue nada señor; contestó ella. -¡Hey chicas miren, tengo un anillo también!; exclamó contenta la joven vampiresa.

-Te lo ganaste; respondió él. -Pero recuerda que no le debes decir a nadie de dónde lo sacaste; ni a tu jefa. Di solo que te lo dio un amigo.

-Descuide, guardaré el secreto; aceptó ella.

-Ya pueden volver a sus vidas normales; las autorizó a todas el demonio.

Las cuatro nuevas amigas nacidas juntas en batalla se despidieron felices de estar de vuelta en casa.

-¿Deseas que te lleve a Francia querida?; preguntó el hombre a la vampiresa tendiéndole la mano.

-Encantada, Monsieur; contestó ella. -Nos vemos chicas; se despidió de sus amigas mientras se desvanecía en el aire junto a su acompañante.

 

 

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