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El rincón de los contadores de historias…

Magia Negra – Capítulo 5 – Nacimiento 9 enero 2018

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Boris Oliva Rojas

 

Magia Negra
Capitulo N° 5
Nacimiento

-Juegas a la pelota como una niñita; dijo Yovanka a Roberto, quitándole el balón.

-Y tu como niño; respondió el chico a su amiga.

-Ahora vas a ver; dijo la niña dándole un fuerte puntapié a la pelota, con tan mal cálculo que atravesó medio a medio la ventana, con vidrio incluido.

-Upss, ahora si te la mandaste Yovi; dijo el niño.

-Niños, entren en seguida; dijo un carabinero. -Mi Teniente Huaiquimil está enojada.

-Recuerda que estábamos jugando los dos; dijo Yovanka a Roberto.

-Pero tú le pegaste a la pelota; contestó el niño que se comenzó a alejar despacio.

-Alto ahí jovencito; gritó la oficial.

-Aquí están los sospechosos mi teniente; informó un carabinero sujetando a ambos niños del brazo.

-Gracias cabo, puede retirarse; autorizó Fresia a su subalterno.

-¿Y bien, quién rompió el vidrio?; preguntó a los niños que tenían la cabeza baja guardando silencio sin querer confesar su falta.

-Muy bien si lo desean así, el castigo será para ambos por igual; concluyó la teniente.

-Yo fui tía Fresia; confesó Yovanka mirándola a los ojos.

-Pero los dos estábamos jugando mamá; indicó el niño. -Si castigas a Yovi también me tienes que castigar a mí.

Fresia se volvió meditando, mientras sonreía internamente, orgullosa de la actitud de su hijo al no dejar que su amiga cargara con todo el castigo.

-Está bien, van a tener que hacer el aseo a todo el cuartel, hasta que quede brillante; ordenó ella.

-Hola; saludó Milenka golpeando la puerta de la Teniente Huaiquimil al entrar. -¿Has visto a mi hija?

-Sí, estos dos diablillos están castigados por romper una ventana de mi oficina; indicó Fresia señalando a los niños.

-Hola mami; saludó Yovanka.

-Hola tía Milenka; añadió Roberto.

-Les mandé asear todo el cuartel en castigo a su delito; contó Fresia guiñándole un ojo a su amiga.

-Entonces empiecen enseguida; dijo la gitana pasándole un trapo a su hija.

-Te dije que mejor jugáramos a las bolitas; reclamó la niña a su amigo.

-¿Alguna novedad especial para que vengas a visitarme al trabajo?; preguntó Fresia.

-El jefe, refiriéndose al actual prefecto de carabineros, quiere que conozcamos la nueva oficina de la unidad especial; indicó Milenka. -Fernando y Rubén ya se encuentran ahí.

-Se me había olvidado que era hoy; reconoció la Teniente Huaiquimil.    -Vamos al tiro.

-Sargento, tengo una reunión urgente con el señor prefecto; informó Fresia. -Preocúpese de que los pequeños infractores cumplan con su penitencia.

-Así se hará mi teniente; respondió el sargento.

-Ya niños pueden descansar; dijo el carabinero, dándole una bebida a cada uno cuando ambas mujeres salieron del cuartel. -Sus mamás ya se fueron.

-Gracias sargento; contestó Yovanka con la cara llena de polvo y el cabello afirmado bajo su pañuelo como siempre.

Roberto se pasó la mano por el suyo tratando de arreglárselo.

-Tienes que enseñarme a ponerme el pañuelo así; indicó a su amiga.

-Ese es un secreto que solo conocemos las gitanas; contestó la niña. -Los paisanos son muy tontos para aprenderlo; le dijo sacándole la lengua.

-Ya están pareciendo pololos; comentó bromeando el carabinero.

-No, qué asco sargento; respondió la niña.

-Ella no es mi tipo; contestó el niño.

El carabinero no pudo evitar soltar la risa ante las ocurrencias de los niños.

Fresia y Milenka golpearon la puerta de la oficina principal de la prefectura.

-Adelante; autorizó una voz en el interior. -Señor Prefecto, Capitán Hormazabal, Capitán Espinoza; saludó Fresia cuadrándose.

-Teniente Huaiquimil, señorita Ivanovich, gracias por venir; saludó el prefecto, y en forma secreta jefe de la también secreta unidad de respuesta especial.

-Hoy es un día grandioso; continuó el oficial. -Vamos a inaugurar las nuevas dependencias de la unidad especial.

¿Dónde se encuentra señor?; preguntó Milenka.

-Aquí mismo; respondió Fernando Hormazabal. -Casi  a la vista de todos.

-Por favor acompáñenme; solicitó el prefecto.

Los cinco caminaron por un pasillo que llagaba a unas escaleras que conducían al sótano.

-¿El sótano?; preguntó Fresia algo desilusionada.

-Casi; contestó el oficial muy emocionado, quien corriendo una foto en la pared dejó al descubierto una placa de vidrio, sobre la que puso su mano derecha. Un laser leyó sus huellas digitales y una muralla se deslizó en forma silenciosa, dando paso a una gran sala con algunas computadoras, monitores y una gran mesa de vidrio en el centro y algunas puertas que conducían a otras dependencias.

-¡Impresionante!; exclamó Milenka.

-¿Por qué no nos enteramos antes?; preguntó la teniente.

-Queríamos darles una sorpresa; reconoció Rubén.

-Pero que romántico es usted capitán; respondió Fresia.

-El sentido de sorpresa y el romanticismo no es muy grande en los hombres policías; agregó la gitana.

-Yo estoy muy emocionado; reconoció el prefecto.

-Con todo respeto, usted es un hombre jefe; agregó Milenka. -Claro que se entusiasma con estos juguetes. ¿No te parece teniente?

Pero Fresia ya no estaba prestándole atención a su amiga y miraba la mesa de vidrio con los ojos pegados a su borde.

-Es una computadora; observó Fresia.

-Creo que esto te parecerá más acogedor; dijo Hormazabal abriendo una puerta.

Una sala decorada como una tienda gitana recibió a Milenka, cuyo rostro se iluminó de gusto.

-Es como mi carpa; contestó ella llena de alegría.

-Fue idea del jefe; reconoció Fernando. -Pero yo ayudé a decorarla.

-Gracias jefe; dijo Milenka abrazando al oficial. -Lo quiero mucho.

-Me alegra que te guste Milenka; respondió él.

-Desde aquí podemos coordinar todas nuestras investigaciones y trabajos en los casos especiales; indicó Espinoza.

-Pero es un poco grande para nosotros cuatro; observó la gitana.

-Cuenta de nuevo querida; indicó Fernando.

Sin que se hubiese dado cuenta habían ingresado cinco oficiales más a la dependencia secreta.

-Este es nuestro equipo de apoyo; indicó Rubén. -Ellos han sido seleccionados especialmente y conocen nuestro secreto, comprendiendo perfectamente que somos y porque estaños aquí.

-Es un placer conocerlos; saludó Fresia.

-Es un honor trabajar junto a ustedes; respondió un sargento. -Y le prometo que haremos el mayor esfuerzo para estar a la altura de ustedes y las circunstancias.

-Estoy seguro que así será; respondió el Capitán Hormazabal.

-Sé que formaremos un gran equipo; agregó la gitana.

-Esta es una gran ocasión; opinó entusiasmado el prefecto. -Y quisiera hacer algo que hace mucho tiempo debí hacer. Creo que todos estarán de acuerdo en que usted se ha ganado con creces el derecho a recibir su placa de oficial de criminalística de la policía; dijo el alto oficial entregando un pequeño escudo de bronce a Milenka.

-No sé qué decir; contestó la gitana con los ojos llenos de lágrimas por la emoción.

-Podrías decir gracias amiga; sugirió Fresia dándole un abrazo.

-Gracias jefe, no lo defraudaré; contestó Milenka.

-Bueno, creo que ya hay que ponerse a trabajar; indicó Rubén.

-A propósito, tengo que volver al cuartel a ver cómo va un asunto oficial; recordó Fresia.

-Te acompaño; dijo Milenka. -Ese asunto nos incumbe a ambos.

-¿Cómo están los prisioneros?; preguntó Fresia cuando volvió al cuartel.

-Ya terminaron el aseo mi teniente; contestó el carabinero. -Ahora se están aseando ellos.

-Hola mami; saludaron ambos niños contentos de ver a sus madres.

-Espero que hayan aprendido la lección; dijo Fresia.

-La próxima vez tengan más cuidado; agregó Milenka.

-Sí mamá; respondió Yovanka.

-Sí tía Mily; asintió Roberto.

-¿Podemos ir un rato a la plaza?; preguntó la niña.

-Está bien, pero cuídense; autorizó Fresia.

-Que rápido han crecido esos niños; opinó Milenka.

-Y pensar que no han pasado tantos años desde que nos conocimos; comentó Fresia.

-¿A propósito Robertito ha mostrado algún tipo de poder?; preguntó Milenka.

-Aun no, pero recuerda que en la familia de Rubén se salta una generación; explicó Fresia. -¿Y qué hay de Yovanka?

-Todavía es pequeña, pero le estoy enseñando nuestras tradiciones; contó Milenka. -Recuerda que la mayor parte de la magia es estudio.

-Excepto Rubén que la posee por genética; comentó Fresia.

-Creo que ya es hora de retirarse; opinó Milenka mirando el reloj que colgaba en la pared.

-Sargento, llamó la Teniente Huaiquimil.

-¿Sí señora?; contestó él.

-Por favor vaya a buscar a los niños para retirarnos a casa; ordenó a su subalterno.

-En seguida mi teniente; obedeció él.

En la alegre pero tranquila plaza de pueblo de campo había varias familias con niños, o parejas de enamorados que disfrutaban de la cálida tarde de verano. Había varias personas, pero menos Yovanka y Roberto.

-¿Dónde se habrán metido?; se preguntó el uniformado mientras los buscaba con la vista. -¡Qué remedio!; se dijo disponiéndose a buscarlos en los alrededores, ya  que no podía regresar sin ellos.

Después de buscarlos por media hora, decidió regresar al cuartel  en caso de que los pequeños ya hubiesen vuelto a él. Por si acaso decidió preguntar si alguien los había visto.

-Hola señora María; saludó el carabinero a la mujer que atendía el quiosco de diarios y revistas. -¿Por casualidad ha visto a dos niños, una niña de once años y un niño de diez?; la niña anda vestida como gitana.

-Hola sargento; contestó la mujer. -Sí, hace un rato los vi hablando y jugando con una niña de la misma edad, pero ya no se divisan por ningún lado. Vi que se fueron caminando los tres por esa calle.

El policía marcó los números celulares de ambos niños, pero el desagradable mensaje de fuera de área de servicio fue la única respuesta que tuvo. Consciente de que ahora cada minuto contaba, decidió regresar al cuartel y dar aviso a su superior.

Fresia y Milenka disfrutaban de  una taza de café cuando vieron regresar al sargento solo y nervioso.

-¿Y los niños sargento?; preguntó la gitana.

-No los pude encontrar señora; respondió tragando saliva. Cosas extrañas había escuchado de la oficial de criminalística y no deseaba verificar la veracidad de dichas habladurías. -Sugiero que los busquemos como a personas desaparecidas.

-¿Cómo que han desaparecido?; gritó furiosa Milenka golpeando la mesa con su mano y poniéndose de pie rápidamente.

-Es mejor que este jovencito conteste; dijo Fresia marcando el número de su hijo, pero recibió por respuesta solo la señal del buzón de voz.

-Vamos hija responde; insistía Milenka llamando a Yovanka.

-Según testigos los vieron alejarse de la plaza acompañados de una niña de la misma edad.

-¿Pero cómo es posible?; preguntó la Teniente Huaiquimil. -¿Cuántas veces se las ha dicho que no confíen en extraños?

-No exactamente mi teniente; se atrevió a corregirla el sargento. -Por lo que he escuchado, desde pequeñitos se les enseñó a desconfiar de adultos desconocidos, pero ni de niños de su edad.

-Tiene razón sargento; reconoció Fresia tratando de recuperar la calma.      -Eleve inmediatamente un boletín de búsqueda. Quiero a esos niños de vuelta hoy.

-Como ordene mi teniente; respondió el sargento.

-Yo voy a salir a buscarlos a la calle; decidió Milenka. -El pueblo  no es muy grande y mi niña anda con ropa muy vistosa.

Cuando la gitana se marchó, Fresia reparó en la mesa y puso un montón de papeles sobre la huella de la mano de la Shuvani que había quedado grabada a fuego en la madera.

-Voy contigo; dijo Fresia a su amiga siguiéndola. -Sargento desde aquí coordine la búsqueda; ordenó la teniente. -Mande a todo el, personal disponible a la calle.

-Si señora; respondió el carabinero cuadrándose.

-Separémonos para cubrir más terreno; sugirió Milenka. -No deberían estar muy lejos.

 

-¿Tu casa queda muy lejos?; preguntó Yovanka cuando notó que se acercaban al límite de la ciudad.

-Solo un poco más; contestó la niña cuando estaban llegando cerca del cementerio.

-Nuestras mamás ya deben estar preocupadas por nosotros; comentó Roberto.

-Es cierto, mejor volvemos a jugar contigo otro día; agregó la pequeña gitana.

-¿Siempre hacen caso a todo lo que les dicen sus papás y mamás?; preguntó la niña.

-Claro, ellos son policías; respondió Roberto.

-¿Vives en el cementerio?; preguntó Yovanka de la mano d Roberto.

-¡Que tonta!, claro que no; rió la niña. -Vivo al otro lado, en la casa que se ve allá.

La casa gris, antigua y espeluznante no era precisamente el lugar más atractivo para visitar.

-Mejor volvemos a verte otro día; dijo Roberto tirando de la mano a su amiga.

-Sí, mi mamá me va a castigar si no vuelvo luego; apoyó Yovanka.

-Insisto en que vayan ahora a mi casa; dijo la niña con una voz más ronca que la de un adulto, sujetando fuerte del brazo a ambos amigos.

En vista de que aun no encontraba a su hijo, Fresia llamó a Rubén para avisarle.

-Roberto y Yovanka han desaparecido; dijo por teléfono a su marido con ganas de llorar, pero sabía que no podía perder la calma.

-Fernando está conmigo, pongo el altavoz; respondió el Capitán Espinoza.

-¿Qué ocurre Fresia?; preguntó Hormazabal.

-Los niños están perdidos, Milenka y yo los estamos buscando; informó ella. -Ya ordené un operativo de búsqueda.

-Vamos para allá; contestó Rubén.

-Pasemos al cuartel de investigaciones primero; aconsejó Fernando.  -Vamos a dar vuelta todas las piedras hasta encontrarlos.

Aunque la distancia al cuartel de la policía civil era corta, al Capitán Hormazabal esta vez le pareció interminable.

-Teniente emita un boletín de búsqueda inmediatamente por Yovanka Hormazabal Ivanovich y por Roberto Espinoza Huaiquimil, de once y diez años respectivamente.

-Si señor; respondió el detective escribiendo en su computador; reflejamente miró a su jefe cuando se dio cuenta de que se trataba de la hija de éste y su amigo. -El boletín está emitido señor; contestó el oficial poniéndose de pie. -Permítame hacerme cargo del caso personalmente.

-Gracias teniente; aceptó Hormazabal.

Yovanka dio una fuerte  patada en una de las pantorrillas de su captora y tiró de Roberto para huir.

-¡Corre!; gritó la niña a su amigo.

-¡Inmovilícense!; ordenó la extraña niña, que ahora se veía como una mujer adulta.

-¿A dónde creen que van?; preguntó burlona la mujer al ver que los niños habían quedado clavados al suelo, incapaces de escapar.

-Mejor deje que nos vayamos, porque si no nuestros papás se van a enojar mucho con usted; advirtió Roberto.

-No sabes el  miedo que me da; se burló la mujer del niño.

-¡Mamá!; gritó Yovanka con toda la fuerza de su voz.

-Grita todo lo que quieras; agregó la mujer. -Aquí nadie los oirá.

La tenebrosa construcción ahora parecía estar más cercana y la mujer arrastró a los niños a su interior. Lo que en un principio parecía una casa vieja, ahora se levantaba como un antiguo mausoleo.

-¿Por qué nos trajo aquí?; preguntó Yovanka asustada.

-¿Estos son los niños?; preguntó una anciana de cabellos grises.

-Pronto volveremos a ser jóvenes y hermosas; agregó otra mujer decrépita por la avanzada edad.

-La belleza y juventud no son gratis; agregó una de las ancianas. -Cuesta uno o dos niños cada cierto tiempo.

Una de las mujeres encendió un caldero, mientras que otra tomó un gran cuchillo y se acercó con él a Yovanka.

-¡No le haga daño!; gritó Roberto recuperando el movimiento de sus piernas.

-¿Cómo es que te soltaste niño?; preguntó intrigada una de las brujas.  -Bueno, eso no cambia nada las cosas; dijo poniendo de rodillas a Roberto.

Yovanka recordó un extraño poema que recitaba su madre a veces.

-“Yo te maldigo bruja,

por la llama, por el viento,

por la maza, por la lluvia,

por el barro, por el rayo y por el fuego,

por lo que vuela, por lo que repta,

por el ojo, por la mano,

por la espada y por el látigo.

Yo te maldigo”

Un fuerte ventarrón se desató dentro de la casa haciendo caer algunos objetos.

-¡Aléjense!; grito Roberto. La mujer que lo sostenía cayó lejos de espalda.

-¿Pero cómo es posible?; preguntó la bruja que engaño a los niños.

-Los encontré; dijo Fresia con la vista perdida en la distancia.

-El poder de estos brujitos nos hará más fuertes; dijo una de las mujeres.

La puerta de la casa se abrió de golpe y una de las brujas quedó inmovilizada contra la pared. Fresia furiosa la aplastaba  cada vez más impidiéndole moverse.

-Continúa recitando el poema hija; ordenó Milenka. -Repítelo junto conmigo.

-“Fuerzas oscuras del inframundo,

acudan en ayuda de su servidora”.

-“Por la fuerza del rayo,

por lo que muere y está por nacer,

doblégate ante el poder de las Shuvanis”.

La bruja que sostenía el cuchillo quedó rígida en su lugar, mientras el arma se soltaba de sus dedos y permanecía flotando en el aire.

-“Antiguos Pillanes de las montañas,

traigan su muerte  helada a mis enemigos”;

conjuró Fresia.

La temperatura cayó de golpe y la bruja que estaba inmóvil se convirtió en forma instantánea, en un bloque de hielo que se rompió en miles de pedazos.

Al cambiar la atención de Fresia, la bruja que estaba inmovilizada contra la pared pudo soltarse e intentó escapar. Un muro de fuego le cortó el paso cuando Rubén entró a la casa.

-Pagarás con tu vida y con tu alma tu osadía maldita bruja; dijo él cuando las llamas envolvieron a la mujer, en medio de gritos de dolor.

Milenka llena de odio miró a la bruja que se disfrazó de niña para engañar a su hija.

-“Por el poder oscuro del Triunvirato Caído,

 cae bajo el poder de mi voz y de mi mano”;

dijo Milenka mientras el cuchillo voló y se ensartó en el abdomen de la bruja.

-“Conjuro el poder de la Profana Trinidad y ordeno que ardas en las llamas eternas del infierno”; sentenciaron Fresia y Milenka al mismo tiempo.

Una gran grieta donde se podían ver los fuegos infernales, se abrió bajo la bruja, tragándosela por toda la eternidad.

-Mamá, papá; gritaron ambos niños al ver que sus padres ya estaban con ellos.

-Disculpa mami; dijo Roberto agachando la cabeza.

-La niña nos engaño; agregó Yovanka. -¿Era una bruja?

-Sí hija, lo era; respondió Milenka. -Igual que nosotros.

-Pero con la diferencia de que nosotros ayudamos a los demás; aclaró Fresia.

-Creo que ya es hora de que estos niños conozcan toda su herencia; opinó Rubén.

-Tienes razón, parece que ya ha llegado el momento; asintió Fernando.

-Entonces los invito a la parcela; opinó Fresia.

 

Aunque en varias ocasiones los niños habían estado en esa parcela, esta vez sin embargo, se notaba algo distinta pero no sabían exactamente cómo explicarlo.

-Vamos a cambiarnos de ropa y después vamos a caminar niños; indicó Milenka.

Los seis iban vestidos con túnicas negras por un camino que se abrió hacia abajo, dejando ver una escalinata de piedra por cuyos peldaños descendieron hasta una gran cueva, en cuyo centro un caldero ya estaba hirviendo.

-Formemos un círculo en torno al caldero; ordenó Rubén.

-“Espíritus de ayer y mañana

acudan al llamado de su hermana.

Shuvanis de tiempos pasados

dennos su poder y sabiduría”;

invocó Milenka.

-“Pillanes de mi pueblo y Pillanes Supremos

liberen el poder de nuestro gente en estos niños”;

conjuró Fresia.

Espíritus con el rostro de fallecidas Shuvanis y sombras traslúcidas volaban entre los seis en torno al caldero.

-“Que hierva el caldero y se mezcle la magia.

Que el poder supremo del inframundo

bendiga a estos niños”;

concluyó Rubén.

El caldero hirvió con fuerza y las sombras y espíritus se mezclaron en una sola nube que los envolvió a todos como una neblina negra, que pronto se disipó.

-Bien venidos hijos; los saludó Fresia.

-Han nacido de nuevo con la bendición de nuestra herencia; agregó Milenka.

-Ahora somos todos una familia; concluyó Fernando.

 

 

 

Magia Negra – Capítulo 4 – Revelación 22 diciembre 2017

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Boris Oliva Rojas

 

 

Magia Negra
Capitulo N° 4
Revelación

-Creo que con esto es suficiente; opinó Rubén al subir la segunda maleta al auto. -Total vamos a estar una semana no más en la parcela del tío Reimundo.

-Una semana de descanso, ¡que rico!; comentó Fresia. -Sobretodo sin papeleos e informes.

En menos de una hora el vehículo devoró la separación entre Isla de Maipo y la parcela en las afueras de Melipilla.

-Ya llegamos; dijo Espinoza cruzando un macizo portón de hierro, que daba  a un camino interior que llevaba a la casa patronal.

-¡Guau, cuantos árboles frutales!; exclamó la muchacha sacando la cabeza por la ventanilla.

-Sí, aunque mi tío los cultiva solo por hobby y para consumo de la familia; explicó Rubén, quien antes de detener el vehículo hizo sonar insistentemente la bocina para hacerse notar.

-¿Pero quién mete tanta bulla?; salió preguntando un hombre mayor de la casa.

-Hola tío, soy yo; saludó Espinoza.

-¡Hijo, tanto tiempo sin verte!; lo saludó efusivamente Reimundo, dándole un fuerte abrazo.

-¿Pero a quién tenemos aquí?; preguntó cariñosamente el hombre al ver a la acompañante de su sobrino.

-Ella es Fresia, ya te hable de ella; respondió Rubén. -Fresia este es mi tío Reimundo.

-Encantada de conocerlo señor; contestó la joven.

-El placer es mío señorita; agregó el hombre.

-Tío espero que no haya inconvenientes en quedarnos una semana aquí sin avisarte antes; quiso saber Espinoza.

-Claro que no, ya sabes que la casa es grande; respondió Reimundo.          -Además está disponible la cabaña del antiguo capataz.

-¿Qué opinas?; preguntó Rubén a Fresia.

-¿No será demasiada patudes de nuestra parte?; pensó ella. -No quisiera que se crearan una falsa imagen de mí, de nosotros. Aay…, ya me enredé.

-Tranquila mi niña; la calmó el dueño de la casa. -Ya era hora de que alguien le echara el lazo a este chiquillo y mejor si es alguien tan linda como usted.

Fresia no pudo evitar sonrojarse por el piropo y la vergüenza.

-Entonces no hay problema; concluyó Espinoza.

A lo lejos se divisaba un caballo que se acercaba a todo galope, montado por una mujer un poco mayor que Fresia, que parecía una verdadera amazona.

-Primito, te acordaste de los campesinos y viniste a vernos; saludó la mujer.

-Hola Renata como ha pasado el tiempo, ya eres toda una…; Rubén se detuvo meditando. -¿Cómo lo digo para no tratarte de vieja?

-Hola, tú debes ser Fresia; saludó la mujer a la joven, bajando ágilmente de su cabalgadura.

-Sí, encantada; contestó ella.

-Llegaron justo a tiempo; comentó Renata. -Acabamos de cambiarle el agua a la piscina.

-Nos vendría bien un chapuzón antes de almorzar; opinó Rubén.

-Ven, vamos a ponernos traje de baño; invitó la anfitriona  a su nueva amiga.

-¿Cómo han estado las cosas por acá?; preguntó Espinoza a su tío cuando las mujeres entraron a la casa.

-Más o menos no más; contestó pensativo Reimundo. -Las cosas han estado algo tensas entre los parceleros.

-¿Peleas?; quiso saber Rubén.

-No es eso. Ha habido cosechas que se han podrido o secado y animales que se han enfermado y muerto sin razón aparente, según los veterinarios.

-¿Habrá algo malo en el agua o la tierra?; preguntó Espinoza.

-No, nada. Unos agrónomos ya revisaron todo varias veces, tomaron muestras y las llevaron a Santiago pero no encontraron nada malo; explicó Reimundo a su sobrino.

-Algo tiene que haber; comentó Rubén pensativo.

-Bueno hijo, después seguimos conversando de esto; cortó Reimundo.        -Ahora anda a ponerte traje de baño para que le muestres la piscina a tu novia.

-Fresia no es mi novia; corrigió Rubén. -Es solo una buena amiga.

Espinoza después de un rato llegó a la piscina, que se encontraba en medio de un claro de verde césped y rodeado de varios árboles autóctonos. Fresia ya estaba metida en el agua junto a Renata, al ver llegar a su amigo salió para ayudarlo a poner en el suelo unas frutas y bebidas que él traía.

-¡Que bombón!; exclamó Espinoza al ver el esbelto cuerpo de Fresia que lucía un diminuto bikini y su morena piel brillante por el agua.

-¿Me está piropeando Teniente Espinoza?; preguntó la muchacha.

-Claro que no Sargento Huaiquimil; respondió él. -Eso sería acoso sexual.

-Lástima, yo ya me estaba haciendo ilusiones; respondió ella mordiendo una manzana y rozando el brazo de Rubén con su espalda.

-Si quieren los dejo solos; ofreció Renata maliciosamente, haciendo de cómplice con Fresia.

-No, no te preocupes; contestó Rubén algo incómodo.

-Tienes razón amiga, creo que vas a tener que esforzarte un poco más para que este lerdo se despabile contigo; agregó Renata. -Aunque si quieres te presento a unos cuantos huasos jóvenes y fortachos que sí te tomarán muy en cuenta.

-De ninguna manera; objetó Espinoza. -Yo soy su amigo.

-¿Y son guapos?; preguntó la muchacha a su amiga.

-Guapísimos; contestó ella.

Fresia dio un respingo cuando Rubén desde atrás abrazó su cintura.

-Ok, creo que hay que volver al agua o a algunos les a dar fiebre con todo este calor; propuso Renata.

La risa entre los tres amigos fue instantánea ante el comentario que cortó oportunamente la situación que se empezaba a poner un poco embarazosa.

-Deberías trabajar de casamentera prima;  comentó Rubén.

-A eso me dedico; respondió ella guiñándole un ojo a la pareja.

-¿Qué te ha parecido la parcela?; preguntó Renata durante la cena a Fresia.

-Es muy linda y grande; respondió ella. -Sobre todo he disfrutado mucho la piscina.

-Aprovéchenla mientras puedan; comentó Reimundo.

-¿A qué te refieres tío?; preguntó Rubén.

-Si es que se siguen perdiendo las cosechas y los animales, no vamos a tener como pagar los créditos; indicó él.

-Ya encontraremos una solución tío; opinó Renata.

-Mañana hay una reunión de parceleros; contó el dueño de la casa. -Ahí se va tratar este asunto.

-Renata tiene razón; opinó Rubén. -Ya se descubrirá cual es el problema.

-Ustedes son muy optimistas; comentó Reimundo.

-Yo conozco al alcalde de Isla de Maipo, si quieres puedo hablar con él y pedirle su apoyo; ofreció Rubén.

-Espero que no estés pensando en vender; opinó Renata.

-No quisiera, pero las deudas se acumulan y no hay como pagarlas; observó Reimundo.

-¿Don Reimundo?; interrumpió Fresia.

-Dime mijita; contestó él.

-¿Podemos ir mañana con Rubén a la reunión de los parceleros?; preguntó la joven. -Nosotros tenemos experiencia en investigaciones, por nuestro trabajo y a lo mejor descubrimos algo que a los expertos se les haya pasado por alto, por no estar familiarizados con el trabajo policial.

-Eres muy amable Fresia. Claro  que pueden asistir; aceptó el parcelero.

-Claro que sería en forma extraoficial; aclaró Rubén.

-Ves tío, no estás solo en esto; agregó Renata tomándole las manos.

-Para mí que todo esto es obra de un kalkú; dijo la señora que ayudaba con los quehaceres de la casa, mientras servía café a todos. -Nada de esto es normal.

-¿A qué se refiere señora Rosa?; preguntó Rubén.

-¿Dónde se ha visto que las cosechas se pudran y los animales se enfermen y mueran de un día para otro, o que las frutas se sequen en la noche?; preguntó la mujer.

-Creo que ya le expliqué que la brujería y las malas artes no existen; recordó Renata.

-Lo que pasa es que la señora Rosita es de origen mapuche; explicó Reimundo. -Y creen en brujos y espíritus malvados.

-Yo también soy mapuche; respondió Fresia, que de alguna forma sintió algo de discriminación por las tradiciones y creencias de su pueblo.

-No pretendí ofender a nadie con mi comentario; aclaró el hombre. -Es solo que tiene que haber una explicación más racional.

-No se preocupe don Reimundo, aunque soy de origen mapuche, también soy policía; explicó Fresia. -Y estoy convencida de que primero hay que agotar todas las posibles causas lógicas entes de aventurar cualquier juicio.

-Yo solo decía no más; contestó la señora Rosa. -Mejor vuelvo a mi cocina.

-Vas a ver que todo va a salir bien Rosita; le dijo Renata, dándole un beso para tranquilizarla.

-Dios la escuche Renatita; contestó la mujer al retirarse a la cocina.

-¿Ya has visto el cielo nocturno de aquí?; preguntó Renata a Fresia, sirviendo dos copas de licor e invitándola afuera.

-Claro, no debe ser muy distinto al que se ve en La Isla; contestó ella.

-Ven con nosotras Rubén; lo llamó Renata. -No te quedes dormido; le dijo dándole un empujón para ponerlo al lado de la muchacha.

-¿Qué tío?; preguntó la mujer. -Si no intervengo estos dos no se van a casar nunca.

A pesar del tono color canela de la piel de Fresia, el rojo de su rostro resultó más que visible.

-¿Y tú cuando te vas a casar?; preguntó Rubén a su prima.

-¿Y para qué?; respondió ella. -Pero ustedes son el uno para el otro.

-Me sirvo un trago y los alcanzo enseguida; indicó ella a la pareja.

Las estrellas llenaban el cielo como cientos de diamantes desparramados sobre terciopelo negro. La brisa levemente tibia del verano creaba una atmósfera muy agradable, condimentada delicadamente por el canto de las ranas y grillos.

-¿Qué opinas?; preguntó Fresia a Rubén.

-Parece una situación un poco difícil para los dueños de las parcelas. ¿Qué crees tú?; quiso saber él.

-La verdad es que no estoy del todo segura; contestó la  muchacha. -Esto es algo que…; el vaso que sostenía se le escapó de los dedos y dio un paso atrás sorprendida.

-¿Qué pasa?; preguntó Rubén preocupado.

-Me pareció ver muchas sombras que volaban por todos lados; contestó ella.

-¿Cómo El Bulto?; preguntó Espinoza en voz baja.

-No. Eran pequeñas y traslucidas; explicó Fresia. -Era más bien como nubes negras que volaban cerca del suelo y entre los árboles.

 

-Hola chicos; saludó Renata el vaso roto.

-Disculpa se me cayó el vaso; se excusó Fresia. -A veces soy un poco torpe.

-No te preocupes, toma el mío; le entregó. -Yo voy por otro.

 

-¿Estás segura?; preguntó Espinoza.

-Totalmente; respondió ella.

-¿Quieres que llame a Milenka Ivanovich?; quiso saber él.

-Claro que no, ¿cómo se te ocurre?; preguntó Fresia.

-¿Por qué no?; preguntó él.

-Recuerda que está embarazada; le indicó ella. -Lo que menos necesita es involucrarse en estas cosas.

-Es cierto, lo había olvidado; recordó Espinoza dándose una palmada en la frente. -Hormazabal se las ingenió para poner fuera de combate a la poderosa Shuvani.

-Ya chicos volví; interrumpió Renata de nuevo. -Espero sinceramente que no me hayan echado de menos. Es que deben concentrarse más en ustedes; les dijo a ambos enfrentándolos.

-¿Qué opinas Renata?; preguntó Rubén.

-He vivido toda mi vidaen esta parcela y desde que papá murió el tío Reimundo ha sido mi familia; contestó poniéndose seria por primera vez en el día. -No  quisiera que esta parcela se perdiera.

-¿Crees que la señora Rosa tenga razón?; preguntó Espinoza.

-Claro que no, esas son leyendas; contestó ella. -En todo caso mañana voy a ir a Santiago a la Escuela de Agronomía. Ahí conozco a alguien que tal vez pueda ayudarnos; también voy a ir al Servicio de Ganadería y Agricultura.

-¿Pero no habían venido especialistas?; quiso saber Fresia.

-Sí, vinieron, pero no me pienso quedar de brazos cruzados sin hacer nada; contestó decidida ella. -Además esta vez me voy a meter yo para motivarlos y guiarlos.

-Renata es ingeniero forestal; aclaró Rubén.

-Voy a estar fuera dos días; Explicó ella. -Por favor cuiden al tío Reimundo hasta que yo vuelva; Rosita ya es de edad y no puede sola con toda la casa.

-Anda tranquila; le respondió Fresia. -Nosotros los cuidaremos a ambos.

Con todos los presentes hablando al mismo tiempo era difícil que alguien se entendiera.

-Por favor silencio; pidió el presidente de la agrupación de parceleros.  -Todos podemos decir lo que deseemos, pero en orden.

-Las cosechas se siguen secando durante la noche; contó uno de los presentes. -Y ni siquiera ha habido heladas que lo expliquen.

-Ya perdí a todas mis vacas; narró otro. -Durante una noche murieron cuatro sin ninguna razón aparente.

-Ninguna de las semillas que he sembrado han germinado; agregó otro.

-No tengo cómo pagar los créditos que pedí al banco para semillas; contó otro parcelero. -Todas las cosechas se han podrido.

-Como ves sobrino, esto está afectando a muchas personas; comentó Reimundo a Rubén.

-¿Hace cuánto empezó esta situación?; preguntó Rubén levantando la mano.

-¿Con quién tenemos el placer?;  preguntó el líder de los parceleros.

-Es mi sobrino Rubén Espinoza; respondió Reimundo.

-Mis animales comenzaron a morir a fines de junio; indicó uno.

-Ese mismo mes perdí mis primeras siembras; contó otro.

-También mis cosechas se pudrieron por esa fecha; dijo otro.

 

-Fines de junio; observó Fresia. -¿Por qué no me sorprende?

-¿Alguna idea? ; preguntó Rubén a la  muchacha.

-¿Qué ocurre a fines de junio de cada año?; preguntó ella en voz baja.

-Noche de San Juan en la tercer semana; respondió él. -¡El solsticio de invierno!

-Hay un incendio en la parcela de los Reinoso; gritó un hombre que llegó corriendo.

-Vamos a ayudar; dijo uno de los parceleros saliendo junto a otros.

A los pocos minutos varios vehículos llegaron, aunque nadie pudo hacer nada para detener las llamas que consumieron varias hectáreas de trigo.

Sabiendo bien como proceder, los vecinos del agricultor afectado cavaron largas zanjas para impedir que el fuego se extendiera más allá de esa plantación. Cuando los bomberos llegaron ya nada había que hacer; el fuego había acabado con todo el trigal.

-Esto es la ruina; se lamentaba el dueño de la siniestrada propiedad. -Voy a poner en venta la parcela.

-No puede hacer eso; intervino Rubén. -Aun no se ha perdido todo.

-¿Acaso está ciego joven?; preguntó el hombre. -Aquí no queda nada más que tierra quemada.

-Rubén, ven mira; lo llamó Fresia disimuladamente.

-¿Qué encontraste?; preguntó él.

-Huellas, pero no quiero que otros las vean; indicó ella.

Lejos de donde estaban reunidos los parceleros, dos pies se marcaban perfectamente en medio de las cenizas del trigo quemado.

-El fuego no quemó ese lugar; observó Espinoza. -Es como si alguien hubiese estado parado en medio del fuego, mientras éste quemaba el sembradío.

-Eso es lo que pienso; opinó Fresia.

-Voy a informarle al jefe; dijo Rubén sacando su celular.

-Aló mi mayor, soy el Teniente Espinoza; se comunicó con su superior. -Es posible que tengamos una situación especial en el sector parcelero en las afueras de Melipilla.

-¿Está usted ahí?; preguntó el oficial.

-Sí señor, junto con la Sargento Huaiquimil; contestó Espinoza. -Por favor  mande unas patrullas a mis coordenadas, para interrogar a los testigos y poder cubrir nuestro trabajo real.

-¿Necesita al Teniente Hormazabal y a la señorita Ivanovich?; preguntó el oficial.

-Negativo señor, el Teniente Hormazabal está en un caso en Santiago y la señorita Ivanovich está con licencia prenatal; indicó Espinoza.

-No me agrada que solo la mitad de la unidad se encargue de estas cosas; opinó el mayor de carabineros.

-Lamentablemente no es fácil ampliarla; observó el Teniente Espinoza.

-De eso nos preocuparemos después; comentó el oficial. -Procedan con precaución y discreción; en todo caso están autorizados para hacer uso de fuerza letal si es necesario.

-Así es que la señora Rosa tenía razón; opinó Rubén.

-Me temo que sí; afirmó Fresia, tomando una muestra de la hierba sin quemar que quedó bajo los pies del sospechoso y la puso en una bolsa autosellable.

-Por lo visto este brujo controla el fuego y es invulnerable a él, porque de lo contrario estaría su cadáver también; observó el Teniente Espinoza.

-Volvamos con tu tío, debemos interrogar a la señora Rosa; opinó la Sargento Huaiquimil. -Aparentemente ella sabe más de lo que parece.

-¿Señora Rosa, puedo pasar?; preguntó Fresia golpeando la puerta de la habitación de la sirvienta de la casa.

-Si señorita pase; contestó la mujer dejando entrar a la muchacha.

-Usted dijo que creía que un kalkú estaba causando los problemas  en las parcelas. ¿Tiene alguna prueba de ello?; preguntó la policía.

-Bueno, la verdad es que no sabría decirle; contestó evasivamente la mujer.

-Puede confiar en mí; la tranquilizó Fresia tomándole las manos. -En mi familia ha habido muchas machis y no me atrevería a burlarme de usted.

-¿Lo dice en serio niña Fresia?; preguntó la señora Rosa.

-Claro que sí, incluso mi abuela quería que yo me convirtiera en una; contó la joven mapuche.

-Entiendo; contestó la mujer.

-Sí, yo vi personalmente al kalkú, una noche en que me desvelé; comenzó a contar la mujer luego de meditarlo un rato. -Estaba estrellado, así es que se notaba bien como se paseaba entre los animales y después éstos caían al suelo.

-¿Le vio la cara?; quiso saber la muchacha.

-No, porque tenía una manta con capucha que le tapaba hasta la nariz; contestó la señora Rosa.

-¿Está segura de que era un kalkú?; le preguntó Fresia.

-Claro que sí; le respondió la mujer. -Lo vi convertirse en un pájaro negro e irse volando, igual que como la estoy viendo a usted ahora.

-¿Eso cuando fue?; preguntó la joven.

-La primera vez fue hace tres meses; respondió la señora Rosa.

-¿Lo ha visto más veces?; preguntó la policía.

-Hoy mismo lo vi antes de que empezara el incendio de la otra parcela; contestó  asustada la mujer.

-Bueno señora Rosa, yo voy a averiguar lo que pueda; la sereno Fresia. -Y por favor no le diga a nadie que habló conmigo.

-No le diré a nadie señorita; contestó la mujer. -¿Es verdad que usted es policía?

-Sí señora Rosa, soy carabinera; reconoció la muchacha.

En la cocina junto a Rubén, Fresia acercó un fósforo encendido a la paja que había en la huella encontrada en el lugar del incendio. En forma casi instantánea ésta ardió con una brillante llama azul.

-Es lo que me temía; comentó ella.

-Ahí estuvo presente un brujo; concluyó Espinoza.

-¿Esperamos que vuelva  a atacar para atraparlo?; preguntó la sargento.

-No conocemos su patrón de ataque, ni sabemos cuándo lo hará de nuevo; observó Rubén. -Sugiero que lo capturemos ahora mientras se encuentre cansado.

-Es algo parecido  a lo que yo tenía en mente; agregó Fresia. -¿A propósito, qué dijo el jefe?

-Que lo matemos si es necesario; respondió Espinoza.

-Listo o no, te invito a pasear; dijo Fresia a Rubén.

-Vamos, que yo te cubro la espalda; aceptó.

La noche estrellada y el campo convenientemente solitario preparaba el campo de batalla apropiado.

-“Poderoso y noble Pillán de mi pueblo, recubre a tu hija con el poder de la tormenta. Te ruego escuches el llamado de tu humilde sierva”; dijo Fresia con los brazos en alto.

-“Aluhes, almas amigas, traigan ante mí a mi enemigo”;  continuó la muchacha.

Un fuerte viento acompañó a un remolino formado por varias sombras traslúcidas que arrastraban a un tipo alto y delgado, cubierto por una manta negra.

-¿Quién se atreve a molestarme?; preguntó el brujo. -Oh, ya veo, una niña jugando a machi; dijo al ver a la  muchacha. -Morirás por tu insolencia.

Un fuerte golpe de viento lanzó lejos a Fresia, quien sin embargo no sufrió daño alguno.

-Esta vez te equivocaste kalkú; dijo la joven tendiendo un brazo hacia lo alto. -“Invoco la fuerza de los espíritus de la tormenta y el rayo.

Sin que hubiese ninguna nube en el cielo, sin ningún origen visible, una portentosa descarga eléctrica golpeó el cuerpo del brujo. Tirado en el suelo y con la ropa humeante, el hombre se levantó lentamente.

-Veo que te subestimé nuruve, pero yo soy más poderoso que tú; agregó con una sonrisa burlona el brujo. -Siente ahora el verdadero dolor del poder absoluto.

La temperatura subió bruscamente y el pastizal comenzó a arder en torno al hechicero, avanzando al fuego en un círculo que se acercaba más y más a Fresia. Espinoza disparó todas sus balas, pero éstas caían como plomo derretido antes de llegar a su blanco.

-“Antiguos Pillanes, invoco su máximo poder”; gritó Fresia resistiendo apenas el intenso calor. -“Soplen espíritus del viento y del hielo y congelen el infierno con su poder”.

Una gélida onda de viento que nacía de la muchacha chocó contra el anillo de fuego del brujo. El cambio brusco de temperatura casi aturdió al Teniente Espinoza. El fuego perdió toda su energía para terminar extinguiéndose en forma casi instantánea.

-Esto se acaba aquí y ahora; dijo Fresia extendiendo bruscamente sus brazos.

Una poderosa onda de choque lanzó al brujo entre unos árboles, dejándolo gravemente herido. El hechicero alzó su vista por última vez cuando alguien se agachó junto a él y le retiró su sortija.

-Eres una vergüenza para tu clase, nunca debí confiar este trabajo a ti estúpido inútil; dijo Renata poniéndose el anillo en su mano izquierda, haciendo juego con el que llevaba en la derecha.

-Cayó por aquí; dijo Rubén entre los árboles.

-Aquí está; dijo Fresia junto al cadáver del brujo.

-Creo que ya todo acabó; opinó Espinoza.

La muchacha se quedó quieta un segundo y se levantó con los puños cerrados.

-Demoraste mucho en dar la cara bruja; dijo ella caminando hacia la salida del bosquecillo.

-Parece que si quieres un trabajo bien hecho tienes que hacerlo tú misma; dijo Renata apuntando una de sus manos hacia Rubén.

-¡Cuidado!; gritó Fresia.

La mano de la mujer se desvió justo lo suficiente para que la descarga de energía mágica del anillo solo rozara a Espinoza. El golpe lo lanzó a unos metros de donde se hallaba.

-Maldita bruja; gritó furiosa la  joven mapuche.

-Pequeña y tonta principiante, ni siquiera estás a mi nivel y pretendes desafiarme; la increpó Renata.

-“Fuerzas oscuras del cielo y la tierra acudan al llamado de su ama que lo ordena”; invocó la bruja.

-“Poderosos espíritus del pasado y del futuro elévense contra la bruja rebelde; gritó Fresia. -“Viento de muerte ven a mí”.

Un gran remolino bajó del cielo y envolvió a Renata. Un desgarrador grito se escuchó en su interior.

-¡No!; gritó la bruja.

En una explosión de luz violeta al remolino que aprisionaba a la hechicera se disolvió.

Parada en medio del campo, con el cabello desordenado, Renata respiraba furiosa mirando a Fresia.

-Ahora sí brujita, vas a sufrir por última vez; gritó Renata.

Ambos anillos de la hechicera se volvieron incandescentes cuando ella los apuntó hacia la  muchacha.

-¡No lo harás!; gritó Rubén mientras un chorro de fuego surgía de su mano derecha y envolvía a Renata sin tocarla.

-¡Vaya primito!; ya me parecía raro que yo fuera la única de la familia; dijo ella apagando el fuego con un movimiento de su mano.

-“Antiguos Pillanes supremos, invoco su ayuda para que concedan a esta nuruve su máximo poder. Viento de hielo, trae tu muerte congelada”; dijo Fresia alzando sus brazos.

Un nuevo descenso brusco de la temperatura cubrió de hielo el campo, llenando de escarcha la ropa y cabellera de Renata.

-Esto no me detendrá; dijo ella. -Siente el calor del infierno.

La temperatura comenzó a subir rápidamente.

-Calla tu boca ponzoñosa que nadie te volverá a escuchar bruja negra; gritó Rubén.

Renata no pudo terminar su conjuro, ya que su voz dejó de salir de sus labios. Sorprendida se llevó la mano a su garganta pero su voz ya se había agotado.

-“Espíritus del hielo y la tierra encierren en su tumba eterna a esta bruja”; dijo Rubén mirando a Renata, la que quedó inmovilizada de pies a cabeza mientras una mezcla de hielo y piedra congelada comenzaba a envolverla.

Encerrada en una roca traslúcida Renata quedó atrapada e indefensa.

Con las manos temblando y el rostro desencajado Fresia se acercó al sarcófago de piedra. La impenetrable prisión comenzó a vibrar y a volverse más opaca y compacta, quedando reducida a un gran trozo de metal oscuro.

-Arde para siempre en el infierno prima; dijo Rubén cubriendo el  metal con sus manos y envolviéndolo en una resplandeciente  flama que comenzó a derretir la roca, reduciéndola a una simple mancha negra en la tierra.

Espinoza se llevó las manos a la cabeza y cerró los ojos, no pudiendo creer aun los hechos que acababan de ocurrir.

Fresia también se sentía consternada por el desenlace que habían tenido los acontecimientos y solo atinó a abrazar fuerte a Rubén.

-¿Estás bien teniente?; preguntó la muchacha a su compañero.

-Si pareja, es solo un caso más y ya está resuelto; respondió él.

-Aquí estaré yo para cuando quieras hablar de esto; ofreció Fresia.

-Ya vámonos y no nos pongamos sentimentales; dijo Rubén tomándola de la mano y caminando hacia  la casa.

-Me sorprendiste hoy brujo; le dijo la muchacha a su pareja.

-Yo me sorprendí más de mi mismo; contesto Rubén.

-Espera  a que le cuente a Milenka; dijo la muchacha.

-En ese caso mejor  no le cuentes; opinó Rubén riendo. -Acuérdate que está esperando  a una pequeña Shuvani.

-Oh a un brujito; respondió Fresia.

En la sala de la casa Reimundo meditaba cabizbajo sentado en un sillón.

-Tío, no sabes cuánto lo siento; trató de excusarse Rubén por la muerte de Renata.

El hombre se levantó de su asiento y se paseó pensativo por el salón.

-No te estoy culpando; respondió Reimundo. -Pasó lo único que podía ocurrir con dos brujos puestos en dos bandos opuestos enfrentándose.

-No puedo entender cómo Renata nos logró engañar a todos; comentó Rubén.

-Renata eligió su destino; opinó Reimundo. -Ella sola selló su final.

-¿Tu lo sabías tío?; preguntó Rubén.

-Tenía mis sospechas pero hasta esta noche no estaba seguro; contestó el hombre.

-Esto es realmente lamentable; opinó Fresia.

 

-Siéntate, tenemos que hablar; pidió Reimundo. -¿Sabías que tú eras un brujo también?

-No sé que me ha impresionado más, descubrir que Renata lo era o que yo lo soy; meditó Espinoza.

-Y por lo visto tu amiga también lo es; observó Reimundo.

-Pero nada de esto lo ha sorprendido a usted; comentó Fresia. -Por lo visto está familiarizado con la brujería, o al menos sabe de ella.

-La verdad es que hace tiempo me enteré de la existencia de ustedes; reconoció Reimundo. -Mi padre, tu abuelo por parte de tu madre y por tanto también el de Renata, también lo era.

-Mamá siempre me habló de historias de brujos y del diablo, pero pensé que solo eran leyendas locales no más; comentó Rubén.

-Al parecer es una condición hereditaria que se salta una generación; opinó Reimundo.

-No sé qué pensar; comentó Espinoza.

-Esa es tu herencia y ya la has recibido y deberás vivir con eso por el resto de tu vida; sentenció Reimundo. -Tú deberás elegir el uso que le darás.

-Creo que ya ha elegido; opinó Fresia tomándole la mano a Rubén.

-Esto es algo impactante; opinó él. -¿Cómo sabré si estoy actuando en forma correcta?

-Desde el momento en que te estás haciendo esa pregunta, es porque ya has elegido el camino que quieres seguir; dijo Reimundo. -En todo caso tienes a tu lado alguien que te entiende y confío en que ella te ayudará a mantenerte en el camino correcto. Ojalá alguien hubiese guiado a tu prima.

Desde la entrada de la sala la señora Rosa escuchaba con una caja en la mano. Reimundo asintió con la cabeza cuando la  miró.

-Perdón por meterme en lo que no me importa; dijo ella entrando en el salón.

-Pase señora Rosa, usted es de la familia; la invitó el patrón. -Además usted conoció a mi padre desde hace tiempo.

-Sí, es cierto; recordó ella con una sonrisa. -El señor era una gran persona y a pesar de lo poderoso que era jamás se aprovechó de ello ni abusó de nadie.

-Yo no recuerdo  mucho a mi abuelo; meditó un rato Rubén. -Mi mamá no me contaba mucho de él.

-Claro que lo hacía; opinó Reimundo. -Todas las historias que te contaba se relacionaban de alguna forma con él.

-Su abuelo dejó una herencia para alguno de sus nietos; dijo la señora Rosa abriendo la caja que llevaba. Un gran anillo de oro con una piedra negra descansaba en ella.

-Es el anillo de tu abuelo; indicó Reimundo. -Al momento de fallecer dijo que en su debido tiempo el anillo elegiría a quien realmente lo mereciera.

Cuando Rubén tomó la caja para verlo mejor, la negra piedra se volvió escarlata y comenzó a brillar con fuerza.

-Parece que el anillo ha encontrado su nuevo dueño; comentó la señora Rosa.

-Tómalo hijo, es tuyo por derecho; indicó Reimundo.

-Vaya esto no es algo de lo que uno se entere todos los días; comentó Rubén.

-Lo sé, pero esa es la realidad, te guste o no; opinó Fresia.

-Lo que no entiendo bien es ¿por qué Renata quería perjudicar a todos los parceleros?; preguntó Espinoza.

-Supongo que quería quedarse con todas las tierras; opinó la señora Rosa.

-¿Qué hay de especial aquí?;  preguntó Fresia.

-Mi padre siempre decía que en esta tierra se junta el poder del cielo y la tierra y se mezclan en una sola energía mágica.

-En otras palabras es un campo de energía mágica concentrada; concluyó la muchacha.

-Y si ella se apoderaba de él, nada la podría detener; opinó Rubén.

-Afortunadamente ustedes pudieron detener a tiempo a esa bruja mala; opinó la señora Rosa.

-¿Qué va a pasar ahora?; preguntó Reimundo.

-Ahora ustedes van a intentar llevar una vida normal; indicó Rubén.

-Y sobretodo mantengan al secreto de lo que aquí ocurrió esta noche; pidió Fresia.

-Quédense tranquilos; los tranquilizó Reimundo. -Solo  les pido una cosa.

-¿Qué podemos hacer por ti tío?;  preguntó Rubén.

-Que cuando ustedes hereden esta tierra harán un buen uso de la magia contenida aquí; pidió Reimundo.

-Pero aún falta mucho para eso tío; replicó Rubén.

-Pero ese momento tarde o temprano llegará; continuó Reimundo. -Y quiero estar seguro de que harán lo correcto.

-Está bien tío, te lo prometo; concluyó Rubén.

-Y yo estaré a su lado para asegurarme de que cumpla su promesa; agregó Fresia.

 

 

 

Magia Negra – Capítulo 3 – Leyenda 19 diciembre 2017

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Boris Oliva Rojas

 

 

Magia Negra
Capitulo N° 3
Leyenda

-Mejor manejo yo; sugirió Renata a Luis. -Estás un poco mareado.

-Sí toma; aceptó él pasando las llaves del auto a su esposa.

El casamiento de sus amigos en Malloco había estado bastante animado y también regado, por lo que debían volver con cuidado a Isla de Maipo, sobre todo en la traicionera carretera que une a este último pueblo con Talagante, llena de curvas, subidas y bajadas, que aún a plena luz del día había que tomar con manos firmes y ojos despiertos; por lo cual Renata conducía a irrisorios cuarenta kilómetros por hora, en una carretera habilitada para noventa.

Después de unos minutos a su derecha se divisaba el Puente Naltahua, sobre el hilo de plata del Río Maipo, lo que le indicó que en solo un poco minutos más podría acostarse a descansar.

-Despierta; dijo ella a Luis. -Ya estamos por llegar.

Una curva a la izquierda y entrarían al pueblo, solo pasar la pequeña arboleda de eucaliptus y listo.

Renata casi volcó el auto cuando este de improviso se fue violentamente contra la cuneta. De un golpe se la pasó la borrachera a Luis.

-¿Estás bien?; preguntó éste a su esposa, que tenía todo el cabello sobre la cara.

-Sí, ¿y tú?; preguntó ella a su vez.

-Un poco saltón, pero bien; respondió él.

-Creo que se rompió un neumático; opinó Renata.

La sorpresa y luego el miedo se apoderó de la pareja cuando un fuerte golpe lanzó el vehículo de costado, diez metros hacia adelante.

-¿Pero qué diablos?; preguntó estupefacto Luis.

-¿Qué fue eso?; preguntó Renata entre sorprendida y asustada.

-Salgamos de aquí; sugirió él mientras soltaba su cinturón de seguridad.

Antes de que ella alcanzase a responder, con asombro notaron como el auto era levantado en el aire por una negra y gigantesca mano. Con terror vieron como un colosal ser, oscuro como una nube negra, se alzaba por sobre los eucaliptus y los observaba a más de diez metros de altura.

Sin poder moverse de la impresión, la pareja nada pudo hacer cuando sintieron que el vehículo volaba por el aire para terminar estrellándose estrepitosamente contra el pavimento.

Renata semiinconsciente y sangrando por la boca miró hacia su derecha, solo para ver el cuerpo sin vida de su esposo. A los pocos segundos su corazón también se detuvo y su mente se nubló para siempre.

Alertados por los vecinos que fueron despertados por el estrepito del golpe del metal contra el concreto, bomberos, ambulancias y policías llegaron al lugar del extraño accidente.

-Típico de madrugada del sábado; comentó uno de los bomberos.

-¿Cuándo van a entender que alcohol y autos es una muy mala combinación?; opinó el otro.

-Deben haber ido a más de cien kilómetros por hora; observó uno de los policías. -Perdieron el control del vehículo aquí, para terminar volcándose a ciento cinco metros adelante.

-El impacto fue tan violento que tanto la conductora como el acompañante fallecieron en forma instantánea; observó uno de los paramédicos.

-¿Ocurre algo cabo?; preguntó un carabinero a otro que alumbraba el pavimento con su linterna.

-No es nada mi sargento, es solo que no veo ninguna marca desde el punto en que el vehículo perdió el control hasta el que se produjo el volcamiento; indicó el policía.

-La verdad es un poco extraño; observó el oficial. -En todo caso la alcoholemia muestra que ambas víctimas estaban bajo el efecto del alcohol y usted sabe lo que eso puede producir.

-Tiene razón mi sargento; aceptó el uniformado.

Jacinto volvía tambaleándose luego de una noche de juerga. Era una típica noche de agosto así es que la calle estaba totalmente vacía. El viento movía las nubes y éstas ocultaban momentáneamente la luna, sumiendo la calle en sombras móviles que se deslizaban silenciosas a medida que las nubes cruzaban frente al astro nocturno.

En su borrachera el hombre tuvo la sensación de que alguien lo seguía. Envalentonado por el alcohol metió una mano al bolsillo de la chaqueta; sus dedos tantearon el frío metal y empuñaron con firmeza la navaja.

Sin aviso previo Jacinto se volvió y blandiendo el arma blanca en el aire enfrentó a su acosador. La calle se extendía solitaria, el hombre se rió de sí mismo y devolvió la navaja a la chaqueta.

Cuando se disponía a continuar su camino de regreso a su casa, con el rabillo del ojo le pareció ver una sombra que se movía entre los eucaliptus. No le iba a dar importancia, cuando frete a él una mole negra tan alta como los árboles que la ocultaban, se abrió paso entre ellos y de unas cuantas zancadas llegó junto al aterrado borracho, quien acababa de recuperar la sobriedad.

-¡El Bulto!; gritó sin que nadie lo escuchara en medio de la noche en la calle solitaria.

Jacinto corrió rápido, como nunca lo había hecho antes pero de nada le sirvió el esfuerzo. Sin moverse de su lugar, la cosa oscura y gigantesca estiró uno de sus largos brazos y atrapó de una pierna al infortunado tipo.

Retorciéndose, colgado de cabeza, el hombre trataba de soltarse sin ningún éxito. Con total desprecio por su presa, El Bulto arrojó el cuerpo de Jacinto al pavimento. Atontado, adolorido y con algunos huesos rotos, éste intentó ponerse de pie para tratar de escapar de su agresor de pesadillas. Un topón más lo lanzó rodando contra la cuneta, hasta que finalmente Jacinto dejó de moverse.

La noche seguía su curso en la pequeña ciudad y la leyenda surgida de los miedos supersticiosos de la gente de campo continuaba sembrando la muerte.

La fiesta estaba en su máximo apogeo, la música alta y las risas estridentes rompían la quietud de la noche. Marcia destapó otra botella de cerveza cuando sintió que el piso se zamarreaba bajo sus pies; las paredes de la casa se quejaron en un crujido sordo.

-¡Es un terremoto!; gritó Paola asustada.

-¡Cálmense!, ya va a pasar; gritó Esteban.

Los hechos dieron la razón al joven cuando el suelo dejó de sacudirse.

-Estuvo fuerte pero ya pasó; comentó Marcia aun temblorosa. ¿Están todos bien?

-Sí, pero no puedo comunicarme por teléfono con mi casa; observó Paola.

Cuando la calma había regresado, el fuerte estruendo tomó a todos por sorpresa. Zamarreados y azotados contra las paredes y piso, con los muebles volando por todos lados, el desconcierto y el miedo dominaban lo que antes había sido una fiesta más de fin de semana; los gritos de dolor y desesperación reemplazaron las risas y la música.

Los crujidos de la casa, sacudida a más de quince metros de altura por un bulto negro y gigantesco, que se confundía con los añosos eucaliptus, eran los únicos ruidos que se escuchaban ya en su interior.

-¡Es El Bulto!; exclamó Paola al ver la oscura mole que sostenía la casa, antes de caer inconsciente.

Como un niño que se aburre de un juguete, El Bulto arrojó la maltrecha vivienda contra el suelo, para simplemente terminar retirándose en medio de las sombras.

El estruendo del derrumbe de la casa despertó a todo el vecindario; los curiosos no tardaron en agolparse ante la destruida construcción. Los escombros formaban una composición macabra teñida de rojo.

-¡Se derrumbó la casa con todos adentro!; exclamó una mujer entre llantos.

Las sirenas a lo lejos indicaban que la ayuda ya venía en camino; pero los vehículos de emergencia no necesitaban darse prisa. La situación superó todas las peores expectativas de los rescatistas; solo escombros a ras del suelo y cuerpos sepultados bajo ellos.

-¡No se queden ahí parados como idiotas!; gritó el comandante del cuerpo de bomberos del pueblo. -Busquen sobrevivientes.

Con la mayor esperanza todos comenzaron a remover los escombros, pero pronto ésta se esfumó al ir topándose solo con cadáveres. Después de un par de horas veinte cuerpos yacían cubiertos con lonas negras.

-Aaaah; se escuchó un lastimero gemido cuando ya los rescatistas pensaban que su penoso trabajo había terminado.

-¡Esperen!, hay alguien con vida; gritó un bombero al escuchar el quejido.

Sin que se diese una orden al respecto, todos se dirigieron hacia el lugar de donde provenían los agónicos lamentos y con extremo cuidado desenterraron a una joven mujer con sangre en la cabeza y un hilo rojo que corría de sus labios.

-Rápido estabilícenla con un traje antishock; ordenó un médico. -Capitán pida un helicóptero en seguida, debemos llevarla  a Santiago cuanto antes; solicitó al policía a cargo de la seguridad.

Paola yacía totalmente inmovilizada a una camilla sin saber qué estaba ocurriendo.

El típico ruido del helicóptero se aproximaba rápidamente al lugar de los hechos, ya que no había ni un segundo que perder. El paramédico que atendía a la joven sintió como ésta le apretó con fuerza la mano y abrió grande los ojos.

-¡El Bulto! ¡El Bulto! ¡Fue El Bulto!; balbuceó con voz entrecortada la muchacha.

La mascarilla de oxígeno se llenó de sangre y su cuerpo se convulsionó, la mano que sujetaba al paramédico se soltó y ella cayó inconsciente.

-¡Está sufriendo un paro cardiaco!; gritó éste al médico.

-¡Unidad de electroshock ahora!; gritó el doctor.

Con mano veloz el médico rajó la ensangrentada blusa de la mujer y acercó las paletas cargadas de electricidad. Una y otra, y otra vez; el cuerpo se elevó en varias ocasiones a causa de las descargas eléctricas, pero la chica no reaccionaba.

-¡Vamos!, despierta; gritó el galeno con la frente cubierta de sudor.

-Ya doctor déjela ir; lo afirmó el comandante de bomberos. -No  hay nada que usted o nosotros podamos hacer por ella, ha muerto.

-Es totalmente insólito lo que ha ocurrido esta noche; comentó el comandante al capitán de la policía uniformada.

-¿Qué cree que pudo haber destruido así una casa relativamente nueva?; preguntó el policía.

-No lo sé; respondió el bombero. -Es la primera vez que veo algo así.

-Fue El Bulto; intervino una mujer de entre los muchos curiosos reunidos en el lugar de la tragedia. -La niña lo dijo antes de morir.

-Señora, esas cosas no existen; intentó calmarla el policía.

-Nada más tiene la fuerza para hacer esto; opinó un anciano. -Mi abuelo me contó que es un gigante más grande que los eucaliptus.

-Sé que es terrible todo esto pero debe haber otra explicación; insistió el policía.

-Déjelo capitán; intervino el comandante. -Mientras más pronto nosotros averigüemos las causas de este terrible accidente, más pronto podremos calmar a la población.

Días arduos de trabajo siguieron a los expertos del cuerpo de bomberos, pero no lograban dar con las causas del derrumbe que costó la vida de veintiún jóvenes. Como un favor especial al alcalde del pueblo, el intendente regional solicitó que un equipo de ingenieros de una universidad pública  prestara apoyo y asesorara a los investigadores de bomberos, pero ni aún así lograron encontrar una explicación lógica. Era como si la casa hubiese sido arrancada del suelo y estrellada violentamente contra el pavimento, rompiendo de un solo golpe sus pilares y techo, convirtiéndose en la tumba de todos esos muchachos que solo disfrutaban de una fiesta más; de su última fiesta en realidad.

Mientras los rumores del Bulto se apoderaron del pueblo. Las calles se vaciaban apenas comenzaba a oscurecer y los negocios cerraban sus cortinas con las primeras sombras del ocaso. De la noche a la mañana Isla de Maipo se había convertido en un pueblo fantasma cuando caía la oscuridad. A pocos kilómetros de la capital y en pleno siglo veintiuno, el miedo supersticioso ante lo inexplicable se había apoderado de sus habitantes. Típico pueblo colonial campesino, rico en mitos y leyendas, era un nutritivo caldo de cultivo para que todos los miedos ocultos resurgieran; y quién los culparía y ni se imaginaban de cuan ciertos eran sus temores.

-Que agradable es este pueblo al atardecer; opinó la joven paseando de la mano de su pareja.

-Sí, a pesar de estar cerca de Santiago aún conserva su encanto de campo.

La brisa empezaba a refrescar cuando el sol comenzaba a ocultarse tras la Cordillera de la Costa; sin embargo la temperatura ya se hacía más tolerable con la proximidad de la primavera.

-Buenas tardes; saludó Fernando a una señora que estaba parada junto a la puerta de una casa. Sin embargo, la mujer en vez de contestar corrió a encerrarse y cerrar la puerta con llave.

La gente que caminaba por la calle aceleró el paso y se dirigió a toda prisa a sus destinos.

-Sé que algunas personas le tienen miedo a las gitanas, pero esto es exagerado; comentó la muchacha. -Y ni siquiera ando vestida como gitana.

-No creo que sea por ti Milenka; observó Fernando Hormazabal al ver que todos los negocios cerraban sus cortinas.

En unos cuantos minutos la pareja era los únicos transeúntes que permanecían en la calle; incluso los automóviles habían desaparecido. En un santiamén el pueblo dio la impresión de estar deshabitado.

-¡Que curioso!; exclamó Fernando. -Mejor volvamos a la hostería y tratemos de averiguar qué asusta tanto a los habitantes del pueblo.

-Quedamos en que este fin de semana sería solo para nosotros, sin trabajo; reclamó la gitana.

-¿Y quién está hablando de trabajo?; respondió Fernando. -Dime que no sientes un poco de curiosidad por saber que pasa aquí.

-Bueno, sí algo, pero yo solo quiero relajarme un poco; opinó Milenka.

-Tranquila, te prometí un fin de semana especial y eso es lo que tendrás; la calmó Fernando pasando su brazo por la delgada cintura de la Shuvani.

Poco antes de las siete de la tarde la pareja llegó a la hostería donde se hospedaban desde temprano en la mañana. Como era de esperarse, ahí también la puerta estaba cerrada con llave; Milenka golpeó con sus nudillos la puerta de calle. Después de insistir un par de veces, al fin el dueño del albergue salió a abrir, dejando ver su miedo.

-Si hubiese demorado un poco más le habría lanzado una maldición gitana; dijo tal vez en broma la muchacha.

-Por favor señorita no diga eso ni en broma; pidió el hombre persignándose un par de veces.

-¿No me diga que cree en esas cosas en pleno siglo veintiuno?; le preguntó Milenka.

-Yo no creo en brujas, pero de que las hay, las hay; citó un viejo refrán el hombre.              -Además últimamente han ocurrido cosas terribles en el pueblo y que los expertos no pueden explicar.

-¿Es por eso que todos los habitantes se ven tan asustados al atardecer?; preguntó Hormazabal.

-Es todo por culpa del Bulto; comentó la mujer del dueño, trayendo una gran tetera con un mate.

-No creo que estas cosas le interesen a los jóvenes de la ciudad; la interrumpió su marido.

-Se sorprendería de las cosas que hemos visto; agregó la gitana. -Además no todo lo que existe se puede ver.

-Bueno, si no les da miedo, ni se aburren les contaremos; aceptó la mujer.

-Soy todo oídos; dijo Fernando Hormazabal sentándose atento en una silla, mientras Milenka chupeteaba con agrado el mate que le ofreció la mujer del posadero.

-Hace dos semanas; comenzó a narrar el hombre en voz baja. -Durante una fiesta, veintiún jóvenes murieron aplastados cuando la casa donde estaban se derrumbó sobre ellos; los bomberos y los carabineros no saben cómo es que los pilares, las paredes y el techo se molieron aplastándolos a todos.

-Una de las niñas antes de fallecer, aseguró que fue El Bulto; agregó la mujer.

-¿Qué es El Bulto?; preguntó Fernando.

-Es un ser gigantesco, del porte de los eucaliptus, o más tal vez; explicó el hombre. -Negro como una sombra y fuerte como un coloso.

-Se dice que asusta a la gente que sale de farra en la noche; continuó la mujer. -A lo mejor El Bulto fue el que mató al matrimonio Díaz; venían de una fiesta en Malloco.

-Puede ser; meditó el hombre. -Dicen que el auto quedó aplastado como si lo hubiesen lanzado cien metros por el aire. Los pobres murieron enseguida.

-Veo que están enterados de muchas cosas que pasan en el pueblo; observó la gitana.

-Es que tenemos un hijo que es carabinero y él nos cuenta algunas cosas; comentó la mujer. -Claro que es un secreto.

-No se preocupe señora, no le contaremos a nadie que nos dijo; la tranquilizó Milenka en voz baja.

-¿Qué opinas tú?; le preguntó Hormazabal a su pareja.

-Entre mi pueblo se habla de espíritus y seres que pueden ser invocados por una magia muy poderosa; respondió ella.

-¿Usted no es chilena joven?; preguntó la mujer.

-Soy gitana; respondió con naturalidad Milenka.

-¿Lo de la maldición era verdad entonces?; preguntó preocupado el hombre.

-Era solo una broma; aclaró la muchacha.

-Uff, que alivio; contestó él persignándose.

-¿Otro matecito mi niña?; ofreció la mujer.

-Está muy bueno; aceptó la joven Shuvani.

-No es común ver una pareja de gitanos con…; quedó dubitativo el hombre.

-Paisanos, a los no gitanos les llamamos paisanos; explicó Milenka. -Fernando siempre ha sido amigo de mi tribu.

-Ella me acepta como soy y yo la acepto a ella con todo lo que eso implica; comentó él.

-A lo mejor los demás no lo tomen tan bien; pensó la mujer.

-De eso nos preocuparemos a su debido tiempo; opinó Milenka.

-¿Quién sería capaz de invocar a un ser tan terrible como El Bulto?; preguntó la mujer.

-Alguien que conoce muy bien la magia negra; opinó Milenka.

-¿Pero por qué?; preguntó el hombre.

-También existe la posibilidad de que todo tenga una explicación más natural; comentó Fernando.

-Es cierto; apoyó la gitana. -Algunas cosas casi inexplicables tienen su causa en las fuerzas de la naturaleza.

-Puede ser; asintió el posadero. -Pero yo nací en La Isla y no existe una fuerza que pueda levantar una casa desde sus cimientos.

-En Estados Unidos los tornados pueden elevar hasta trenes enteros; opinó Hormazabal.

-Pero que yo sepa aquí no hay tornados; objetó la mujer.

-Bueno ya es tarde y nuestros huéspedes querrán descansar; comentó el hombre para terminar la conversación.

La luna llena y el cielo despejado creaban una atmósfera placentera que invitaba a caminar de noche.

-No deberíamos estar afuera a esta hora; comentó Blanca a Diego.

-No me digas que tú también le tienes miedo al Bulto; se burló él.

-No es eso, pero han pasado cosas muy raras últimamente; recordó ella.

-Sí, puros accidentes por culpa del alcohol; observó Diego.

-Está bien, pero quedémonos donde haya más luz; solicitó ella a su novio.

-Qué extraña se ve la plaza sin nadie más; observó el muchacho.

-Parece parte de una película de misterio; comentó la joven. -La Isla ya no es como antes.

-Mis papás quieren que nos vayamos a vivir a Santiago; contó Diego.

-Mi viejo piensa que la gente supersticiosa se está sugestionando con la leyenda del Bulto; comentó Blanca.

-Lo mismo creo yo; mencionó el joven.

-Lo más raro es que aún no saben cómo se derrumbó la casa de la fiesta; recordó ella.

 La noche seguía avanzando y los jóvenes no se percataban de la hora.

-Ya es tarde; observó Diego. -Mejor te llevo a tu casa antes de que tu papá haga sonar la sirena del cuartel de bomberos.

-Sí, a veces exagera un poco; reconoció ella.

De pronto el crujido de madera que se parte dejó en silencio a la pareja. Los eucaliptus añosos de un bosquecillo cercano se partieron, empujados por colosales brazos negros. Los ojos grandes y brillantes del Bulto fijaron su siniestra mirada en la pareja de jóvenes enamorados.

-¡Es El Bulto!; gritó aterrorizada Blanca.

-¡No puede ser real!; exclamó Diego. -¡Corre, huyamos!

No más de diez metros los jóvenes lograron alejarse del lugar.

Con solo estirar uno de sus brazos el gigante levantó de una pierna al muchacho, quien se retorcía intentando inútilmente soltarse.

-Por favor ayúdennos; gritaba desesperada la muchacha, pero nadie acudía en su auxilio; por el contrario todos en las cercanías se escondieron a rezar, esperando que todo terminase.

Los gritos de terror y desesperación se convirtieron en un estridente alarido cuando de un solo tirón el gigantesco ser partió en dos el cuerpo de Diego, arrojándolo al piso en medio de un gran charco de sangre. Los gritos histéricos de Blanca atrajeron la atención del monstruo, quién acercando su descomunal mano la levantó de una pierna.

Con los nervios de punta Milenka tapaba sus oídos para no oír los desgarradores gritos de la muchacha, hasta que no pudo soportarlo más y corrió hacia la puerta.

-¿Qué hace niña?, El Bulto la va a matar a usted también; intentó detenerla la esposa del hospedero.

-Tengo que tratar de ayudarla, insistió la gitana abriendo la puerta y saliendo decidida  a la calle.

-“Espíritus del pasado y del futuro, acudan al llamado de su sierva.

En esta noche negra invoco el poder del Triunvirato Caído; concedan a esta Shuvani el poder de la tormenta y del rayo, de la tierra y del fuego”.

-“Por las fuerzas negras del infierno te ordeno regresar a donde naciste.

Vuelve a la oscuridad de la noche y cae bajo el poder de mi voz y la fuerza de mi mano”.

Ante la sorpresa de todos, incluso de Hormazabal que ya estaba acostumbrado a las manifestaciones de Milenka, incandescentes rayos azules y blancos comenzaron a brotar de sus dedos, mientras su cabellera flotaba en un viento que se originaba en ella misma. Las descargas eléctricas lastimaban sin cesar al engendro de magia negra, mientras fuertes ráfagas de viento lo golpeaban violentamente. Por otro lado Fernando vaciaba su pistola sobre la cosa.

-“Vuelve al infierno de donde saliste”; le ordenó finalmente la gitana. Inmediatamente El Bulto se esfumó en el aire sin dejar huellas de su presencia, salvo los restos del cuerpo del muchacho.

Sin que nada la sostuviese, Blanca cayó sobre la tierra húmeda de la plaza, lo cual impidió que su cuerpo se reventase contra el pavimento; gravemente herida, pero con vida gracias a la decidida y oportuna intervención de la gitana.

-Aun está con vida; avisó el dueño de la hostería, junto a la joven que yacía sin sentido en el suelo.

-¿Cómo te sientes?; preguntó Hormazabal a Milenka que se veía muy agitada.

-Un poco cansada pero bien; contestó ella.

-No sé cómo lo hizo señorita, ni qué es usted, pero le acaba de salvar la vida a esa niña; dijo la esposa del hospedero.

-Había escuchado hablar de brujas, pero esta es la primera vez que veo una; opinó el hombre. -No sé si estar contento por ello o si sentir mucho miedo de usted.

-¿Qué dices tonto?; lo reprendió su esposa. -Esta jovencita arriesgó su vida para salvar a la niña.

-Mi esposa tiene razón; coincidió el hombre. -Es usted muy valiente.

-O muy tonta; agregó Fernando Hormazabal.

-No podía quedarme de brazos cruzados; respondió la Shuvani.

Las sirenas de las ambulancias y carabineros que se aproximaban perforaron la noche.

-Respecto a la intervención de Milenka; dijo Fernando al matrimonio. -Preferiría que no la mencionaran.

-Comprendo; aceptó el hombre. -No se preocupen.

-Somos buenos para guardar secretos; coincidió su esposa.

-Muchas gracias; respondió la gitana. -Los paisanos por lo general son poco comprensivos con estas cosas.

Casi en seguida las unidades de emergencia llegaron al lugar de los hechos.

-Es la hija del comandante del cuerpo de bomberos; la reconoció un para- médico. -Aun vive.

Tras revisarla rápidamente, decidió de inmediato. -Está estable, debemos trasladarla al hospital.

-Hay un cadáver aquí; dijo uno de los carabineros. -¿Pero qué ocurrió aquí?; preguntó al ver el cuerpo mutilado del joven.

-Los atacó El Bulto; dijo la mujer del hospedero. -Todos lo vimos.

-Señora esa cosa no existe; la interrumpió el uniformado. -Si no me dice la verdad la detendré por complicidad en un posible homicidio.

-La señora dice la verdad; intervino Fernando.

-¿Y usted quién es?; preguntó el carabinero, quien no reconoció al forastero.

-Teniente Fernando Hormazabal, de la Brigada de Homicidios de la Policía Civil; respondió mostrando su placa al uniformado. -Mi colega Milenka Ivanovich, de criminalística.

-Mi Teniente esto es muy poco habitual; respondió el carabinero.

-Lo sé, pero yo también vi a un gigante de más de veinte metros destrozar a la víctima; agregó el detective. -Posiblemente huyó al descargarle todas mis balas; concluyó mostrando su pistola vacía.

A la mañana siguiente el clima en la alcaldía era el de un verdadero manicomio. A puerta cerrada estaba reunido el alcalde, junto con el mayor al mando de la prefectura de carabineros, el subprefecto de la policía civil y el comandante del cuerpo de bomberos; también se solicitó la presencia del Teniente Fernando Hormazabal y de la señorita Milenka Ivanovich.

Aceptar de la noche a la mañana la veracidad de las leyendas era algo que incomodaba a más de alguien. Todos de una u otra forma estaban preparados para catástrofes naturales, homicidas o incluso actos terroristas; pero algo muy distinto era tener que creer que la causa de las últimas tragedias era El Bulto. Una entidad gigantesca surgida de quién sabe qué parte y peor aún, controlada por una mente muy poderosa y a la vez completamente desquiciada.

-¿Señores, se dan cuenta de lo increíble que es esto?; preguntó el alcalde sin saber cómo comenzar.

-Yo mismo considero todo esto ilógico; opinó el comandante del cuerpo de bomberos. -Y sin embargo, aunque así sea mi hija está grave en el hospital y su novio cortado en dos en la morgue.

-Entre los testigos que vieron a la criatura cometer el último crimen hay un oficial de la policía civil y una funcionaria de criminalística; informó el mayor de carabineros.

-Que pasen el Teniente Hormazabal y la señorita Ivanovich; solicitó el subprefecto.

-Teniente Hormazabal, señorita Ivanovich; saludó el alcalde. -En primer lugar quisiera aclarar que todo lo que se diga en esta reunión es absolutamente confidencial.

-Por supuesto Señor Alcalde; aceptó el detective.

-¿Teniente Hormazabal, podría relatar los acontecimientos de anoche en los que falleció un joven y una muchacha resultó herida?; solicitó el subprefecto de la policía.

-Junto a la señorita Ivanovich alojábamos en una hostería cerca de la plaza. A eso de la media noche escuchamos gritos pidiendo auxilio; explicó el detective.  -Salimos a ver qué ocurría; vimos que la víctima era sostenida en el aire por una gigantesca criatura; después de un rato partió con sus manos a la víctima y atrapó enseguida a la mujer. Le disparé todas las balas de mi arma de servicio y se esfumó, dejando caer a la muchacha.

-¿Hacia dónde escapó?; preguntó el comandante de bomberos.

-No escapó señor; aclaró el Teniente Hormazabal. -Se desvaneció en el aire sin dejar huellas.

-Comprendo; aceptó el subprefecto.

-¿Podría describir a la criatura teniente?; pidió el mayor de carabineros.

-Altura aproximada de veinte metros, color negro, sin rasgos visibles, como una figura de masilla negra, ojos grandes y brillantes; indicó Hormazabal.

-¿Algo más?; preguntó el bombero.

-Sí; agregó Milenka. -A pesar de su tamaño se movía con gran agilidad y sin hacer ruido.

-Lo que ambos están describiendo es El Bulto; explicó el mayor. -Un ser perteneciente al folclore popular de esta zona. Es solo una leyenda.

-Debo recordarle que esa leyenda mutiló al novio de mi hija y ella está internada grave en el hospital; intervino el comandante.

-Nunca había visto algo así en todos mis años de servicio; comentó Hormazabal. -De lo que estoy seguro es que le disparé diez balas, pero no me dio la impresión de que eso lo dañara.

-Esto es difícil de creer; opinó el alcalde.

-Puedo asegurarle Señor Alcalde que un oficial de la Brigadade Homicidios de la policía no se impresiona con facilidad y es muy preciso en sus observaciones, sobre todo tratándose de un teniente; aseveró el subprefecto.

-Suponiendo que nos estamos enfrentando a algo anormal; meditó el mayor. -¿Podría tratarse de algún tipo de animal desconocido?

-Resulta muy poco probable; intervino Milenka. -Ya que esa criatura se desmaterializó en el aire, y hasta donde alcanzan mis conocimientos, eso no lo hace ningún animal.

-¿Entonces qué sugiere que puede ser?; preguntó el comandante.

-Aunque resulte difícil de creer, pienso que en esta oportunidad estamos lidiando con algo sobrenatural; concluyó la gitana.

-¿Insinúa que es un fantasma el responsable de las últimas muertes violentas que han ocurrido en el pueblo?; preguntó el mayor.

-Claro que no, un fantasma no puede influir en este plano, en cambio ese ente tiene control completo sobre la materia; agregó Milenka.

-¿Y usted cree realmente en esas cosas señorita?; preguntó el alcalde del pueblo.

-Independiente de lo que yo crea, lo que vi anoche era bastante real y mortífero; dijo ella. -Mi experiencia y las cosas que he vivido me han enseñado a tener la mente abierta y no negar lo que no puedo comprender.

-Señor subprefecto, si lo que yo vi no es real, quiere decir que no soy apto para este trabajo; dijo el Teniente Hormazabal poniendo su placa en la mesa.

-Tranquilícese teniente, aquí no estamos juzgando a nadie, es solo que cuesta creer que estas cosas sean reales; lo calmó el oficial.

-Mientras más tiempo demoren en creer, pueden ocurrir más muertes; advirtió Milenka.

-Tiene que haber una explicación lógica para todo lo que está ocurriendo; objetó el bombero.

-No vamos a llegar a ninguna parte así; opinó Milenka mirando a Fernando. -Mejor me encargo yo sola de esto.

-¿A qué se refiere señorita?; quiso saber el alcalde.

-¿No creerán que fueron las balas del Teniente Hormazabal las que alejaron a ese ente?; preguntó la gitana mirándolos a todos.

-De ser cierto, ¿qué otra cosa pudo ser, si era la única arma presente?; consultó el mayor.

-Fui yo quien lo alejó; confesó Milenka.

-¿Qué tipo de arma usó señorita?; quiso saber el carabinero.

-No usé ningún arma; respondió ella. -Soy una Shuvani.

-¿Qué es eso?; concluyó el comandante de bomberos.

-En términos simples, una bruja gitana; aclaró Hormazabal.

-¿Una bruja?; rió el subprefecto. -Ahora sí que esto es una locura.

-¿Lo duda acaso?; preguntó severa Milenka apoyando fuerte sus manos sobre la mesa, bajo las cuales ésta comenzó a humear, quedando profundamente marcadas sus huellas en la madera chamuscada, mientras su cabello se mecía solo.

-Esto es increíble; opinó el bombero examinando la caliente huella de las manos de la Shuvani, mientras revisaba las manos y brazos de ella buscando algún aparato extraño.

-¿Qué opina comandante?; preguntó el alcalde.

-Esto es Isla de Maipo, ¿por qué no podrían ser reales las leyendas?; respondió él encogiéndose de hombros.

-Creo que al fin nos vamos a entender; intervino Hormazabal.

-¿Usted sabía de las habilidades de la señorita Ivanovich teniente?; preguntó el subprefecto.

-Desde poco más de un  año lo sé señor; respondió éste. -Cuando tengamos tiempo le puedo contar, si es que Milenka no se opone.

-Si es que salimos vivos de esto; comentó ella.

-¿Qué necesita para realizar su trabajo y detener a ese monstruo?; ofreció el alcalde.

-Información que relacione a las víctimas entre sí; pensó ella, quien ya se estaba acostumbrando a razonar como detective por su relación con uno.

-Cuente con ella; ofreció el subprefecto.

-Nuestros archivos están a su disposición; agregó el mayor de carabineros.

-¿Pero de dónde surgió ese ser y por qué?; preguntó el alcalde.

-Estos seres pueden ser creados por conocedores y practicantes de la magia negra; explicó la Shuvani.

-¿Magia negra?; preguntó el comandante. -¿Quiere decir que en La Isla hay un brujo o bruja que está matando a nuestros vecinos mediante ese monstruo?

-No se me ocurre una mejor explicación; respondió Milenka.

-Es increíble todo esto; opinó el mayor de carabineros.

-Es cierto, pero eso no significa que no sea real; opinó el Teniente Hormazabal.

-En ese caso debemos enfocarnos en encontrar al loco que está detrás de todo este asunto; aconsejó el subprefecto.

-Mi consejo es manejar esto con la mayor discreción posible; sugirió el Teniente Hormazabal. -Bajo ninguna circunstancia a la población se le debe confirmar la existencia del Bulto.

-Y menos mencionar la existencia de un brujo en el pueblo; agregó el mayor de carabineros. -De lo contrario se desencadenaría pánico colectivo, que podría desembocar en una cacería de brujas ciega e irracional.

-El caos sería incontrolable; agregó el alcalde. -Esto no debe llegar a las autoridades superiores, ni siquiera el Señor Gobernador, que es mi amigo personal, se puede enterar.

-Eso puede ser un poco complicado; opinó el mayor de carabineros. -Hay procedimientos que cumplir e informes que llenar.

-Estoy seguro de que se pueden omitir ciertos detalles en esos informes y es aceptable aplicar la verticalidad del mando; sugirió el Teniente Hormazabal.

-¿Usted ya lo ha hecho teniente?; preguntó el subprefecto.

-Bueno señor, esta no es la primera vez que estoy en un caso de características sobrenaturales; explicó Hormazabal. -Y la verdad es que no se ve muy bien en los informes la mención de brujería, demonios y fenómenos paranormales.

-Aunque no me agrada, estoy de acuerdo con el teniente; apoyó el comandante de bomberos.

-Creo que tiene razón teniente; aceptó el subprefecto. -Si seguimos los procedimientos se nos calificará de locos y terminaremos relegados a quién sabe dónde.

-Está decidido entonces; concluyó el alcalde. -Todas las pesquisas para dar con el o los responsables de esta crisis, así como las acciones para neutralizar la amenaza que implican serán conducidas con la máxima discreción y reserva.

-Señores, instruyan a sus subalternos para la búsqueda de posibles accidentes causados por el abuso de la ingesta de alcohol; ordenó el alcalde.

-Teniente Hormazabal, usted y la señorita Ivanovich quedan a cargo del caso; ordenó el subprefecto al detective y a la gitana.

-Adiós descanso; reclamó Milenka en voz baja.

-Resuelvan esto y les prometo las mejores vacaciones de su vida; ofreció el alcalde que la escuchó.

-Soliciten el personal que requieran para esta misión; ofreció el subprefecto.

-Gracias señor, pero cuantas menos personas estén enteradas, será más seguro; rechazó Hormazabal.

-En ese caso tengo a la persona indicada; agregó el oficial de carabineros.

Dos horas después en una oficina de la prefectura de la policía uniformada, el Teniente Hormazabal y la gitana revisaban los expedientes de todas las víctimas de muertes misteriosas de las últimas semanas, tratando de encontrar algo que las relacionase entre sí.

-¿Has encontrado algo en común Shuvani?; preguntó el detective a Milenka.

-Nada paisano; respondió ella. -Tenemos un matrimonio, un grupo de jóvenes, un borracho y una pareja de enamorados; aparte de vivir en el  mismo pueblo no tenían ninguna relación entre sí.

-Espero poder ayudarles en eso; dijo un hombre que entró sin golpear. -Permítanme presentarme, soy el Teniente Rubén Espinoza, se me ordenó apoyarlos en este caso.

-Buenas tardes, soy el Teniente Fernando Hormazabal, de investigaciones. Esta es la señorita Milenka Ivanovich; saludó Hormazabal.

-Teniente, señorita; saludó el uniformado, que ahora andaba de civil, golpeando sus tacos.

-Olvidemos las formalidades teniente, al fin y al cabo tenemos el mismo rango; ofreció el detective.

-Bueno Rubén, estamos buscando alguna relación entre las víctimas de muertes violentas de los últimos días, en caso de que sean provocadas premeditadamente por algún asesino sicópata; explicó el detective.

-Un asesino serial no es tan difícil, pero un brujo es otra cosa; comentó el carabinero.

-¿Eh?; preguntó sorprendido Hormazabal.

-Ya fui puesto al tanto de todos los detalles; respondió Espinoza.

-¿Usted cree en eso teniente?; preguntó Milenka.

-Soy la quinta generación de mi familia nacido aquí; explicó él. -Digamos que soy de mente abierta.

Después de revisar los expedientes el Teniente Espinoza anotó la fecha y hora de muerte de cada una de las víctimas bajo su fotografía.

-Todos murieron de noche, entre las 23 y las 03 del día siguiente; observó Milenka.

-Por lo visto el asesino manda al Bulto cuando hay más oscuridad; opinó Espinoza.

-Es lógico, así lo oculta entre las sombras; comentó Hormazabal.

-Permiso; dijo una joven carabinera al golpear la puerta y entrar. -Aquí están las fichas que solicitaron.

-Gracias sargento, déjelas en el escritorio; ordenó el Teniente Espinoza.

La joven uniformada se quedó estática mirando las fotografías en la pared.

-Y todo por querer divertirse; comentó ella haciendo un gesto de rechazo con la cabeza, mientras con un dedo tocaba cada una de las fechas.

-Gracias sargento, puede retirarse; ordenó el Teniente Hormazabal.

-Yo, lo siento señor; se cuadró ella disculpándose.

-Espere; la detuvo la gitana cuando ésta giró para marcharse. -Dígame qué encontró que nosotros no.

-Tal vez no sea nada señora; respondió la uniformada.

-Vamos sargento, cuéntenos; pidió Espinoza.

-A lo mejor es solo coincidencia, pero en todos esos días hubo cambio de fase lunar; explicó ella. -¡Son las víctimas del Bulto!; exclamó sorprendida mirando a los oficiales y a la gitana. -¡Eso es brujería!

-Sargento, esas son solo habladurías; interrumpió Espinoza. -Le diré la verdad, aunque es un secreto de investigación. Estamos tras un asesino serial.

-Teniente Espinoza, está bien; intervino la Shuvani. -La sargento se dio cuenta sola y muy rápido de la verdad.

-Efectivamente, son las víctimas del Bulto; confesó Milenka. -Pensamos que fue invocado por un brujo o bruja para cometer estos asesinatos.

-¿Cómo supo que había brujería involucrada en esto sargento?; preguntó el Teniente Espinoza.

-Es algo que mi abuela siempre decía. -Si alguien muere cuando cambia la luna, es porque un brujo o espíritu malo lo mató; comentó ella.

-Parece que su abuela era muy sabia; opinó Milenka.

-En mi familia ha habido muchas machis; explicó la joven.

-La Sargento Fresia Huaiquimil es de origen mapuche; aclaró el Teniente Espinoza.

-¿Y usted qué sabe de la sabiduría de su pueblo?; preguntó la gitana.

-Mi abuela quería que yo me convirtiera en una machi, pero yo decidí ingresar a la policía; explicó la uniformada.

-Ya veo; concluyó Milenka.

-Sargento Huaiquimil, desde ahora hasta nueva orden queda asignada a esta investigación; ordenó el Teniente Espinoza.

-La reserva debe ser absoluta; advirtió el Teniente Hormazabal.

-Pierda cuidado señor; respondió ella. -Además si ando hablando de brujos y del Bulto todos se van a burlar de mí.

-Además se originaría histeria colectiva; agregó Espinoza y no queremos que empiece una cacería ciega de brujas.

-Sobre todo yo; comentó Milenka sonriendo, lo que extrañó un poco a los dos uniformados.

-Bien, veamos el posible perfil de los sospechosos; sugirió Hormazabal.

-Solitario; pensó Milenka.

-Aislado y poco sociable; agregó la Sargento Huaiquimil mientras anotaba en una pizarra.

-Emocionalmente inestable; continuó el Teniente Espinoza.

-Introvertido; sugirió el Teniente Hormazabal.

-Socialmente resentido; pensó Espinoza.

-Con tiempo para dedicarse a la magia; opinó Milenka.

-Sin trabajo; agregó Fresia.

-Comencemos a descartar; sugirió Hormazabal.

-Todas las víctimas o estaban o se habían divertido con alguien más al momento de su deceso; observó Fresia.

-Lo que podría significar que al homicida eso le resulta especialmente desagradable; meditó Espinoza.

-Posiblemente en algún momento de su vida, éste fue aislado o rechazado; supuso Hormazabal.

-Pero eso no es motivo suficiente para querer matar a la gente; opinó la gitana. -Tiene que haber algo más.

-¡Bruja maldita!, ¿por qué tenías que meterte?; se preguntó el hombre paseándose sin cesar en la penumbra de la cueva oculta entre los cerros de Naltagua. -¿Cómo pudiste vencer a mi criatura?

-Ya estoy un poco cansada; comentó Fresia. -¿Podemos salir a tomar un poco de aire al patio?

-La verdad es que llevamos muchas horas sin descansar; apoyó Hormazabal.

-Salgamos a tomar un poco de aire fresco; accedió Espinoza poniéndose de pie.

-¡Idiota, ven para acá!; gritó el hombre a un enclenque muchacho que estaba sentado al fondo de la cueva.

-Diga mi amo; respondió servicialmente.

-Quiero que vayas a averiguar todo lo que puedas sobre la bruja que se atrevió a interferir con mis planes; le ordenó a su sirviente.

-Como ordene amo; contestó el muchacho.

El hombre le arrojó un polvo que contenía en una bolsa de piel e inmediatamente, por arte de magia, el esclavo se convirtió en un gran pájaro negro que luego de graznar emprendió el vuelo.

-Que rico es el aire aquí; observó Milenka llenando los pulmones con el aire campestre.

-Nada que ver con el de la capital; opinó Espinoza.

A Fresia le pareció ver una sombra en el piso que se movía en círculos, pero al principio no le dio importancia; sin embargo, poco después notó que esta aumentaba de tamaño. Sin decir ni una palabra desenfundó su arma de servicio y disparó hacia un gran pájaro que giraba sobre ellos.

Sin vida el ave se precipitó contra el suelo.

-¿Por qué mataste a ese pájaro?; preguntó el Teniente Hormazabal.

Sin que la sargento necesitara explicárselo, el pájaro muerto cambió de forma ante todos, transformándose en el sirviente del brujo.

-Nos estaba espiando; respondió Fresia.

-¡Demonios!; gritó furioso el brujo en su escondite al darse cuenta de lo ocurrido.

-¿Cómo lo reconociste?; peguntó Milenka a la policía.

-Pude ver que lo envolvía una nube oscura de aspecto muy maligno; explicó ella. -Supongo que es un don que heredé de mis ancestros.

El disparo atrajo a todo el resto de los carabineros.

 -Este hombre saltó la muralla e intentó atacar a la Sargento Huaiquimil; explicó el Teniente Espinoza. -Ella se defendió haciendo uso de su arma de servicio. Todos nosotros somos testigos.

-Supongo que eso ahorrará un poco de papeleos; opinó un carabinero.

-Identifíquenlo e infórmenme luego; ordenó Espinoza.

-Como diga mi teniente; respondió el carabinero.

-Mejor entremos; sugirió el Teniente Hormazabal. -Por lo visto quien está detrás de todo ya sabe de nosotros.

-¿Pero qué diablos fue eso?; preguntó el Teniente Espinoza sin poder dar crédito a la transformación que tuvo lugar frente a sus propios ojos.

-Era un brujo que se había convertido en un pájaro para espiarnos; respondió la sargento. -Mi abuela me habló varias veces de ellos, pero no creí que vería uno yo misma.

-Espero que ahora estén plenamente conscientes de lo que enfrentamos; comentó el Teniente Hormazabal.

-Esto es magia negra; afirmó Fresia.

-¿Y cómo vamos a lidiar con quién está detrás?; preguntó el uniformado.

-¿Cómo dicen ustedes los paisanos?; preguntó Milenka tratando de recordar algo. -Ah sí, “El fuego se combate con fuego”; dijo mientras el agua en un jarro comenzaba a hervir por sí sola y las ventanas se abrieron de golpe.

-¿Acaso quiere decir que usted también es una bruja?; preguntó el Teniente Espinoza.

-La verdad es que soy una Shuvani; respondió Milenka.

-¿Y qué es eso?; preguntó Fresia, que nunca había escuchado la palabra.

-Es una sacerdotisa gitana; indicó el Teniente Hormazabal. -Y yo he presenciado personalmente el despliegue de su poder, así es que diríjanse a ella con humildad y respeto.

-Creo que eso no era necesario; opinó la gitana. -Al fin y al cabo vamos a trabajar juntos.

-Yo solo te estoy presentando como mereces, sabia Shuvani; respondió el detective inclinando la cabeza ante ella.

-La única forma de enfrentar a un brujo poderoso es con magia negra; indicó Milenka.

-Y este debe ser muy poderoso para poder invocar al Bulto; opinó Espinoza.

-Por lo que pude ver anoche El Bulto es algo impresionante; comentó Hormazabal.

-¿Vieron al Bulto?; preguntó sorprendida Fresia.

-Sí, pero lamentablemente solo pude salvar a la hija del comandante de bomberos; contó cabizbaja Milenka. -No actué a tiempo.

-No es culpa tuya; la consoló Hormazabal. -Si no hubieses detenido a esa cosa, también habría matado a la chica.

-Pero solo lo alejé; reflexionó la gitana. -No sirve de nada si no derrotamos al brujo que lo controla.

-¿Pudo ver al Bulto?; preguntó sorprendida Fresia.

-Como dije solo lo desvanecí temporalmente; aclaró la gitana.

-Debe ser bastante buena en su trabajo Milenka para lograr eso; opinó el Teniente Espinoza.

-Solo le ayudo en lo que puedo al Teniente Hormazabal; comentó Milenka.

-Bueno, mejor concentrémonos en el caso; ordenó Hormazabal.

-Lo más probable es que no pueda hacerlo sola nuevamente; opinó la Shuvani. -El brujo ya debe saber de mí.

-¿Sus ancestros le enseñaron algo que pueda ser de alguna utilidad?; preguntó el detective a la carabinera.

-Solo algo de algunas hierbas y algunas canciones; contestó Fresia.

Milenka pudo notar el nerviosismo de la joven mapuche al responder.

-Necesito ir al baño; dijo la gitana. -¿Me podría acompañar Fresia?

-Sí claro, vamos; accedió la joven.

-¿Qué opina?; preguntó Hormazabal.

-Si yo fuese el asesino, siendo un sicópata antisocial, me aislaría del resto del pueblo para irme a vivir a los cerros; respondió Espinoza.

-¿Hay muchas cuevas en estos cerros?; quiso saber el detective.

-Desde aquí hasta más allá de la Mina Naltahua, los cerros tienen más hoyos que un queso; comentó el carabinero.

-Es demasiado terreno para cubrir; opinó Hormazabal.

-Esto va a tomar tiempo; observó el uniformado.

-Y tiempo es lo que menos tenemos; acotó el detective. -Sobre todo ahora que el brujo sabe de nosotros, puede volverse más osado.

-Pero la Sargento Huaiquimil dedujo que actúa solo durante las noches de cambio de luna; recordó Espinoza.

-Lo que nos da una semana entre uno y otro ataque del Bulto; calculó Hormazabal.

-A menos claro está que mande a su monstruo como un caballo desbocado a destruir sin discernimiento; opinó el Teniente Espinoza.

-Hasta el momento sus ataques han sido dirigidos contra todo aquel que de una u otra forma se está divirtiendo; recordó el detective. -Esperemos que no cambie su modus operandi.

-Hay cosas que los paisanos no tienen por qué enterarse; comentó Milenka cerrando con llave la puerta del baño. -Puedes confiar en mí.

-No es fácil; dijo Fresia bajando la vista y moviendo nerviosamente los pies. -Siempre he tratado de llevar una vida normal para poder adaptarme a los demás.

-¿A qué le tienes miedo?; preguntó la gitana.

-Hay más; reconoció Fresia. -Cuando era niña un hombre trató de atacarme; al defenderme perdí el control y estuve a punto de matarlo. Mi madre se echó la culpa para protegerme; continuó Fresia. -Juré que eso nunca volvería a pasar.

-No puedes suprimir tu naturaleza; aclaró la gitana. -Solo tienes que convertirte en la dueña de ti misma.

-No entiendes, soy peligrosa; rebatió la Sargento Huaiquimil mientras un papelero de acero se aplastaba sobre sí mismo, quedando reducido a una bola informe de metal.

-Si llega a ser necesario yo misma te detendré; respondió Milenka mientras una fuerza invisible oprimía a  la joven contra la pared. -Pero cuando llegue la hora de pelear, lo deberás hacer con todas tus fuerzas y sabiduría.

-Está bien, confiaré en ti; aceptó Fresia.

-Y yo en tu don; respondió la gitana.

-Faltan solo tres días para el próximo cambio de luna; observó preocupado el Teniente Hormazabal, mirando el calendario que colgaba en la muralla.

-Y supongo que esta vez el ataque será directo contra nosotros, por haber interferido en los planes del brujo; comentó el Teniente Espinoza.

-Eso es casi seguro; opinó la gitana al entrar al despacho junto a la mapuche. -Pero esta vez su criatura recibirá un castigo por partida doble.

-Si es que no nos aplasta primero; pensó el carabinero en voz alta.

-Supongo que sabes que la velocidad en nuestra respuesta es vital, sabia Shuvani; advirtió Hormazabal.

-También la astucia en el combate; opinó Fresia.

-Ella tiene razón; apoyó Milenka. -Mientras ustedes dos distraen al Bulto, yo lo ataco por un lado y antes de que logre desvanecerse, Fresia lo remata con otro ataque no esperado.

-¿Ella también?; preguntó el Teniente Hormazabal.

-Sí; contestó la Shuvani. -Juntas podemos detener a ese monstruo.

-Eso espero; contestó la joven mapuche no muy convencida de ello.

-Bueno, si no resulta, que no se diga que no lo intentamos; comentó el Teniente Espinoza, haciendo girar su pistola en un dedo, como un pistolero del lejano oeste norteamericano.

La noche tibia y estrellada, la luna en cuarto creciente, nadie en la calle más que uno que otro perro. Dos hombres evidentemente borrachos avanzan en medio de risotadas sin respeto alguno por el descanso de los demás. Tambaleándose uno enciende un cigarro y le ofrece otro a su amigo; la mano le tiembla y los cigarros se desparraman por el suelo. Grandes ojos brillantes los observan desde lo alto; El Bulto los ha descubierto y los hará pagar su osadía, castigará su alegría de vivir.

Como un rayo uno de los hombres desenfunda una pistola y dispara en repetidas ocasiones contra el gigante oscuro; imitándolo el otro no vacila al apretar el gatillo. Ante una señal ambos tipos corren a ocultarse tras una gruesa columna de concreto, sin dejar de disparar.

-“Fuerzas oscuras del inframundo, acudan en ayuda de su servidora”; gritó la Shuvani con ambos brazos en alto al tiempo que se elevaba un fuerte viento que acumuló negras nubes.

El Bulto inmediatamente se volvió hacia la insolente gitana.

-“Llamo a los Pillanes que controlan la tierra, el fuego y el cielo, cubran a su machi con la fuerza de la tormenta y del rayo”; se escuchó potente la voz de Fresia.

-“Invoco el poder oscuro de la Profana Trinidad”; continuó Milenka apuntando una de sus manos hacia la criatura.

Una violenta y poderosa descarga eléctrica golpeó de lleno a la cosa, haciéndola temblar. Sin embargo, pronto se repuso del impacto y avanzó hacia la gitana.

-“Viento helado de la montaña sopla, yo te lo ordeno”; gritó Fresia mientras la temperatura bajaba bruscamente y un gran remolino envolvía al gigante.

-“Hielo mortal, envuelve a este engendro en su tumba eterna”; ordenó Milenka.

Los movimientos del Bulto se volvieron poco a poco más lentos y torpes, hasta que a pocos metros de la gitana quedó totalmente inmóvil, encerrado en una tumba de cristal impenetrable.

-¡Ahora!; gritó la Shuvani.

Fresia con los dos brazos extendidos concentró toda su atención en el congelado Bulto. El hielo comenzó a crujir y temblar, mientras un ronco quejido salía de la criatura que estaba siendo aplastada por todos lados. Reduciéndose a cada instante de tamaño, la tumba congelada comenzó a volverse opaca, hasta finalmente quedar convertida en una fría roca en medio de la calle.

-“Ábranse los abismos del infierno y sepulten en un pozo sin fondo a esta abominación”; ordenó la Shuvani, golpeando con su bastón la tierra.

Un sordo temblor hizo vibrar el suelo bajo sus pies y el piso comenzó a rajarse, avanzando una trizadura        que se abrió ancha bajo la roca en que yacía para siempre El Bulto, tragándosela y cerrándose sin dejar marca alguna.

El viento helado cesó y la temperatura volvió a la normalidad. Los dos policías salieron de su escondite y se dirigieron hacia donde estaban las dos mujeres.

-Lo lograron; las felicitó el Teniente Hormazabal. -Esta vez sí que fue destruido El Bulto.

Milenka miró de reojo a Fresia, quien tenía la respiración agitada y las manos crispadas.

-Aléjense despacio; advirtió Milenka mientras lentamente comenzaba a desenvainar la espada que permanecía oculta en su bastón.

La muchacha estaba a punto de perder el control, como tanto temía si liberaba su poder.

-Tranquila Fresia; le habló la Shuvani ocultando la espada tras su espalda y acercándose lentamente hacia la joven. -Ya todo ha terminado.

La chica miró  a la gitana con el rostro desencajado por la tensión y finalmente cayó desmayada.

Los dos policías no decían nada; el Teniente Espinoza no entendía bien que estaba pasando con su colega y el Teniente Hormazabal confiaba en la sabiduría y buen juicio de la gitana.

Milenka se arrodilló junto a Fresia y le acercó algo a la nariz, con lo que despertó casi en seguida.

-Lo logramos, hemos acabado con El Bulto; le contó la gitana a la policía mientras la ayudaba a ponerse de pie.

-De nada servirá si no encontramos al brujo que lo creó y acabamos con él; respondió la joven mapuche poniéndose de pie.

Respirando hondo y cerrando los ojos Fresia se concentró en sí misma.

-“Gran espíritu que vive en el viento sé mis ojos y muéstrame dónde se oculta el mal”; dijo la machi.

La gran sombra de un cóndor cruzó el cielo rumbo a los cerros. Fresia con la mirada en lo lejos permanecía distante viendo lo que el ave veía; recorriendo cerro tras cerro volaba junto al cóndor. De pronto su vista se fijó en el hilo de humo que salía de una de las cuevas; una corriente de viento agitó la fogata y ella vio a su morador sin que éste se percatase.

-Lo encontré; dijo Fresia después de un rato. -Está poco antes de llegar al Escorial; se ve furioso y muy agotado.

-Aunque lo vi con mis propios ojos aun no puedo creerlo; comentó sorprendido el Teniente Espinoza.

-Eso fue impresionante sargento; reconoció el Teniente Hormazabal ante Fresia.

-La verdad es que no imaginé que yo pudiera hacer eso; reconoció ella.

-Es solo cuestión de práctica y dejarse llevar; agregó la Shuvani.

-Ahora sí creo que lo he visto todo; pensó en voz alta Espinoza.

-Aun no ha visto nada teniente; le corrigió la gitana.

-Ya sabemos dónde está el brujo, sugiero que vayamos enseguida por él; propuso Fresia más segura de sí misma.

-¿Qué opinas Shuvani?; preguntó Hormazabal a Milenka.

-El brujo debe encontrarse débil ahora, aprovechemos la oportunidad y vayamos a buscarlo; sugirió la gitana.

-La forma más directa de llegar al Escorial es a caballo; comentó el Teniente Espinoza. -Pero vamos  a tener que esperar hasta que salga el sol.

-Pero el brujo podría escapar; advirtió Fresia. -Vayamos ahora.

-Entre los cerros, en medio de la noche, a caballo podríamos matarnos; la interrumpió el carabinero.

-El Teniente Espinoza tiene razón; reconoció el Teniente Hormazabal.         -Mejor esperemos hasta que aclare.

-Tal vez yo tenga la solución; opinó Milenka sacando una bolsita de tela negra de su ropa.

La gitana vació su contenido en una de sus manos y sopló el polvo que se acumuló. Una pálida esfera blanca se formó en el aire como una pequeña luna, que sin ser muy brillante disipaba las tinieblas a su alrededor, aportando una conveniente claridad extra en medio de la oscuridad.

-Ahí está la solución; reconoció la mapuche. -Ahora solo falta conseguir cuatro caballos.

-De eso me encargo yo; dijo Espinoza. -Vuelvo en diez minutos.

-¿Cree que pueda conseguir transporte a esta hora?; preguntó Hormazabal a Fresia cuando el carabinero se retiró.

-Su familia tiene un fundo en la zona, de seguro poseen muchos caballos; indicó ella.

A los quince minutos el Teniente Espinoza volvía montado en un brioso potro marrón y tiraba de otros tres magníficos ejemplares.

-El transporte ha llegado; dijo él acariciando el cuello de su corcel.

-¿Rifles?; preguntó el Teniente Hormazabal.

-Como una segunda alternativa, solo en caso de que la magia no funcione; respondió el uniformado.

-Déjelos; intervino Milenka. -Aunque son resistentes, las armas de fuego funcionan bien contra los perros del infierno y otras criaturas.

-Creo que no deseo saber qué es eso; opinó Espinoza.

Los caballos se desplazaban silenciosos entre los cerros. La esfera luminosa se movía casi a ras del suelo para evitar que los descubriesen antes de tiempo. Fresia que había visto el camino hacia la guarida del brujo encabezaba la marcha.

-¿Cómo te sientes Milenka?; preguntó el Teniente Hormazabal a la gitana.

-Tranquila, pero no confiada en exceso; respondió ella. -Por lo visto nos enfrentamos a un brujo muy poderoso.

-Mmm; pensó el detective. -Cada día te vuelves más sabia Shuvani; tu madre estaría orgullosa de ti.

-Con la ayuda de Fresia y del Teniente Espinoza aumentan nuestras posibilidades.

-Sin embargo no hay que descuidarse; advirtió el detective.

-No lo hago; reconoció ella. -Pero si la situación se complica recurriré a medidas extremas.

-¿A qué te refieres?; quiso saber él.

-¿Fernando  recuerdas la otra vez que estuvimos en estos cerros?; preguntó la gitana.

-Claro que me acuerdo; contestó el detective. -Fue algo de locos.

-Pues bien, esa  vez…; Milenka no alcanzó a terminar de hablar cuando la interrumpió la sargento.

-Estamos a dos kilómetros del escondite del brujo; indicó ella. -Sugiero que dejemos los caballos aquí y continuemos a pie.

-Es una buena idea; apoyó el Teniente Espinoza.

En silencio como sombras los cuatro avanzaban lentamente entre las rocas y desniveles de los cerros. Hormazabal comprobó con dolor que no era una buena idea afirmarse con las manos en el suelo, lleno de escorias y rocas rotas y afiladas, recuerdos mudos de la antigua actividad minera de la zona.

-Creo que es conveniente apagar la luz; sugirió Fresia en voz baja a  Milenka.

-Pienso lo mismo; contestó ella mientras la esfera luminosa comenzaba a volverse más y más pequeña, hasta terminar por desaparecer completamente.

-Ahora concéntrense en cada paso que den; aconsejó el Teniente Espinoza en medio de la oscuridad.

Lentamente, tratando de meter el menor ruido posible, los cuatro avanzaban en silencio hacia la guarida del brujo. Después de unos minutos Fresia se agachó tras unas rocas e hizo una señal con la mano a los otros.

El resplandor de una fogata brillaba en el interior de una de las cueva en la que el hechicero se ocultaba.

Milenka sacó cuatro bolsitas de tela de su bolsillo y entregó una a cada uno de sus compañeros.

-Son amuletos que los protegerán de la magia del brujo; explicó. -Ocúltenlos entre sus ropas.

-Yo también traje un talismán; dijo el Teniente Espinoza pasándole bala a su rifle.

-Usted y el Teniente Hormazabal córtenle el paso al brujo si es que intenta escapar; ordenó la Shuvani.

-Yo voy con usted; dijo Fresia mirando hacia la cueva.

-Mejor cúbreme la espalda desde aquí; pidió la gitana. -El brujo no sabe de ti y no se esperará un segundo ataque; tú eres nuestra arma secreta, como dicen ustedes.

-¡Cuídate!; le dijo el detective a la Shuvani tomándole la mano.

Lo más sigilosamente posible, Milenka se escabulló hasta la entrada de la cueva. En el interior el brujo echaba distintos polvos y pociones en un caldero lleno de líquido en ebullición que despedía vapores incandescentes.

Sin quitarle la vista de encima la gitana vació el espeso líquido contenido en un pequeño frasco, justo en la entrada de la cueva en que el hechicero  había establecido su morada. Con la mano derecha llena de tierra negra la Shuvani ingresó rápidamente y la arrojó al rostro del brujo.

-“Maldigo tus poderes”; gritó la gitana mientras el hombre confundido trataba de limpiarse los ojos.

-¿Cómo te atreves mocosa insolente?; gritó furioso el hechicero. -Por tu estupidez nunca saldrás con vida de aquí; amenazó el tipo elevando una de sus manos.

Con frustración y el rostro desencajado por la rabia el brujo notó que nada ocurría.

-Eres muy hábil pequeña, pero yo soy más viejo y sabio; le advirtió a la joven gitana.

-“Por la fuerza del rayo,

Por lo que muere y por lo que está por nacer.

Doblégate  ante el poder de las Shuvanis”;

gritó Milenka mientras una fuerte corriente de viento lanzaba al hechicero contra la rocosa pared.

-Un truco tan insignificante no podrá detenerme; sonrió el brujo poniéndose de pie. -Sola viniste a tu muerte y nadie te protegerá pequeña brujita.

-Cuenta de nuevo; se escuchó la voz de la gitana, que sonaba como si fuese la de distintas mujeres, mientras su rostro cambiaba rápidamente.

-“Espíritus de las Shuvanis de ayer y de mañana, acudan al llamado de su hermana”; dijo Milenka mientras varias manos invisibles sostenían al hechicero, al tiempo que desenvainaba la espada que ocultaba en su bastón.

-Ni lo sueñes bruja; le advirtió él apuntándole con su rojo anillo.

De un golpe inesperadamente Milenka se encontró atontada en el suelo. Sin levantarse levantó un brazo y una terrible descarga eléctrica golpeó al brujo, haciéndole caer de rodillas.

Los destellos de luz del combate salían de la cueva y la tierra temblaba amenazante. Incapaz de poder esperar más tiempo ante la incertidumbre, el Teniente Hormazabal se arrastró hasta una roca casi en la boca misma de la cueva.

A regañadientes el Teniente Espinoza lo siguió hasta su nuevo escondite y apuntó su rifle hacia el interior de la cueva.

-Maldita bruja, ya vas a ver; gritó el brujo poniéndose de pie como si nada.  -Prepárate a morir.

-“Invoco el poder de la Profana Trinidad Infernal”; dijo la Shuvani con los brazos en alto mientras un fuerte temblor hacía caer al brujo.

-“Espíritu que habita en los cerros muéstrale tu fuerza a mi enemigo”; se escuchó la voz de Fresia que entró a la cueva en ayuda de la gitana.

Imposibilitado de levantarse por la presión generada con el conjuro de Fresia que lo aplastaba, el brujo buscó con sus dedos el mango de una larga daga que ocultaba entre su ropa.

La alevosa intención del hechicero se vio frustrada por un certero disparo del rifle de Hormazabal que arrojó lejos el arma.

-Sin hacer trampa; dijo Hormazabal apuntando directo a la cabeza del brujo, listo para volársela de ser necesario.

-Malditos, ahora todos morirán; gritó amenazante el furioso hechicero, anulando el conjuro de Fresia a quien derribó con un golpe del poder de su anillo.

El líquido del caldero comenzó a hervir a borbotones y a derramarse por el piso, moviéndose como si tuviese vida propia.

-“Levántate hijo mío y acaba con estas brujas”; ordenó el brujo.

Una masa oscura empezó a formarse en el líquido y a crecer hasta unos tres metros, convirtiéndose en una versión más pequeña del Bulto.

-Ahora prepárense para sentir mi verdadero poder; rió maliciosamente el brujo.

-Ya que abriste las puertas del infierno; comentó Milenka. -Entonces que se liberen los perros infernales.

-¿Se volvió loca acaso?; se preguntó el Teniente Hormazabal al escuchar las nefastas palabras de la Shuvani.

Un denso humo negro emanó del lugar donde la gitana había vaciado el líquido oscuro y espeso que llevaba. Ante el asombro de todos y la preocupación de Hormazabal, al disiparse éste dos monstruosos perros del averno gruñían contra El Bulto.

La baba de los infernales animales goteaba sin cesar sobre la tierra, quemándola como el más fuerte de los ácidos.

-Llévenlo de vuelta al hoyo negro  del cual salió; ordenó la Shuvani a las bestias, las cuales se lanzaron sobre el engendro invocado por el demente hechicero, hundiendo sus agudos colmillos en su oscura carne.

En medio de los ladridos de los perros y los gritos de la criatura, ésta se desplomó en medio de un gran charco formado por su sangre, negra como el petróleo.

El Teniente Hormazabal apuntaba nervioso su rifle sobre los terroríficos canes.

-Contrólalos, contrólalos; rogaba en voz baja el detective, esperando que la gitana no perdiese el dominio sobre los animales.

-De vuelta al infierno ahora; ordenó la Shuvani.

La negra sangre del Bulto comenzó a  arder, envolviendo completamente a la criatura, que se retorcía bajo las fauces de los perros.

Los mastines del infierno se volvieron hacia Milenka y Hormazabal estuvo a punto de apretar el gatillo de su rifle, cuando se disolvieron en medio de una negra nube de humo.

-¡Esto no es posible!; exclamó incrédulo el brujo. -Nadie es más poderoso que yo.

-Ríndete enseguida; ordenó Fresia sacando un par de esposas.

-Eso nunca; gritó furioso el hechicero, tomando un báculo que estaba sobre una mesa.

En forma refleja Fresia extendió bruscamente sus brazos y el brujo cayó de espalda sobre los escombros y rocas molidas. A pesar del tremendo golpe recibido, el hechicero no soltó su báculo y lo apuntó contra Fresia.

Inesperadamente, sin que ninguna mano la manipulase, la espada de Milenka que estaba tirada en el suelo, salió disparada y giró bajo la cabeza del hechicero, decapitándolo de un certero y limpio golpe. El cuerpo sin cabeza del brujo permaneció de rodillas un momento, para finalmente desplomarse.

Los tenientes Espinoza y Hormazabal entraron corriendo a la cueva para verificar que las mujeres estuviesen bien.

-Al fin se acabó; comentó Espinoza.

-Aun no del todo; corrigió la Shuvani. -Fresia, por favor encárgate definitivamente de los restos del brujo.

-“Poderoso Pillán que controlas los cerros y el fuego de la tierra, haz arder a este maldito en el fuego eterno”.

La tierra se abrió bajo el hechicero, con un sonido ronco de algo pesado que se arrastra, y una mano incandescente atrapó su cuerpo, llevándoselo hasta el fuego que nunca se extingue.

-Así se hace Fresia; felicitó Milenka a la carabinera. -Ahora sí acabó todo.

-Entonces vayámonos de aquí; propuso el Teniente Espinoza.

-Sí, ya no hay nada más que hacer; respondió la gitana, mientras devolvía su espada a su vaina.

Cuando todos salieron de la cueva y se hubieron alejado varios metros, un poderoso relámpago cayó sobre el cerro, derrumbando la cueva y sepultando para siempre su oscuro secreto.

-Bueno, creo que con esto se cierra el caso del Bulto; comentó el Teniente Hormazabal.

-No puedo creer aun todo lo que ha pasado; opinó el Teniente Espinoza.

-Ni yo; agregó la Sargento Huaiquimil mirándose las manos.

-Es mejor que se acostumbren, porque han comenzado un viaje sin regreso; dijo Milenka.

-¿Y ahora?; preguntó la gitana al detective.

-Supongo que de vuelta a Santiago; respondió él.

-¡Esperen!, recuerden que les prometí las mejores vacaciones de su vida; mencionó el alcalde que se acercó al grupo.

-Pero mi descanso anual aun está lejos; reconoció Hormazabal.

-De eso me encargo yo; dijo el subprefecto de policía palmeando el hombro del detective.

 

Magia Negra – Capítulo 2 – Entre Cerros 15 diciembre 2017

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Boris Oliva Rojas

                 

  Magia Negra
Capitulo N° 2
Entre Cerros

-Gracias papá, desde aquí seguimos solos; dijo Pamela sacando su mochila del auto, mientras su novio Juan se colgaba la suya a la espalda.

-Cuídense; les pidió el padre de ella mientras encendía el motor del auto.

-No se preocupe Don Esteban, esta no es la primera vez que hacemos este paseo; recordó Juan.

-Ni tampoco la última; comentó Pamela. -A propósito, un día de estos podrías venir con nosotros papá.

-Mis días de subir y bajar cerros ya pasaron, mejor prefiero dormir una siesta bajo un árbol; rechazó él.

-Como quiera, usted se lo pierde; respondió Juan.

La cadena de cerros se extendía hasta donde la vista alcanzaba.

-Vamos que hay mucho que recorrer; apremió Pamela a Juan.

-Tranquila que tenemos mucho tiempo; la calmó él.

El sol seguía su avance por el cielo azul del verano y pronto alcanzaría su punto más alto; el medio día estaba por llegar y también la hora de almorzar.

-¿Almorzamos en la cueva de siempre?; preguntó Pamela.

-Estaba pensando que podríamos comer un poco más adelante; opinó Juan. -Para variar un poco la rutina.

Los cerros donde ellos acostumbraban pasear, estaban llenos del mudo recuerdo de un pasado marcado por una hace tiempo agotada actividad minera artesanal.

-¿Qué te parece este sitio?; preguntó Pamela al llegar a una suave planicie en uno de los cerros.

-Se ve bien para armar el campamento; opinó Juan. -Veamos que tal esa cueva para que pasemos la noche en ella.

-Voy a explorarla; dijo Pamela entrando en ella.

El desgarrador y aterrorizado grito que su novia lanzó, hizo que a Juan se le pusieran todos los pelos de punta.

-¡¿Qué ocurre?! ¿Estás bien?; preguntó él corriendo en ayuda de su pareja.

Dentro Pamela estaba estática en el suelo, con la mirada fija en la pared de roca. El espectáculo era realmente macabro, propio de una película de terror.

-¿Pero qué diablos es esto?; preguntó Juan al ver los dos cuerpos clavados en la roca.

-Salgamos de aquí; propuso Pamela temblando de miedo.

-Debemos llamar a la policía; opinó Juan.

-Aló, mi nombre es Juan Rivera; dijo él al comunicarse con la operadora de la policía. -Llamo para reportar dos asesinatos en los cerros de…

El teléfono comenzó a chicharrear haciendo difícil la comunicación.

-Aló, ¿me escucha?; preguntó la operadora cuando la llamada finalmente se cortó.

Afortunadamente había tenido tiempo suficiente para poder triangular el lugar de donde se había hecho la llamaba. Sin pérdida de tiempo la mujer dio aviso a la unidad policial más cercana del lugar, para despachar una patrulla a investigar.

El fuerte golpe recibido le había abierto una profunda herida en la cara a Juan; al despertar vio atónito como Pamela era elevada por una mano invisible y aun con vida la clavaban en la roca, mientras su cuello era apretado hasta asfixiarla, por los dedos de un atacante también invisible. Sin poder creer lo que estaba pasando Juan intentó ponerse de pie, pero de pronto se vio flotando en el aire para terminar con la espalda pegada a la roca.

Aunque no veía nada, sentía como fierros invisibles perforaban sus manos y piernas.

Extraños símbolos aparecieron sobre la piel sangrante del pecho de Pamela, lo mismo que sobre la de Juan, pero ya nada sentía porque su garganta había sido aplastada por una poderosa fuerza.

-Creo que este será un dolor de cabeza de los grandes; opinó uno de los detectives al ver los cuatro cadáveres clavados en la roca.

-Central, adelante; llamó por teléfono el otro policía. -Manden un equipo de criminalística y forenses al lugar.

-Parece un asesinato ritual; opinó el otro detective. -¿Quién pudo hacer esto?

-Solo un loco; contestó su compañero.

-Acordonemos la escena del crimen, hasta que lleguen los laboratoristas; sugirió uno de los policías.

Una hora después, varios policías y especialistas buscaban pistas y huellas que les diesen un indicio de lo acontecido en las últimas horas.

-Las víctimas fueron asesinadas en distinto momento; informó uno de los oficiales de criminalística. -La data de muerte de la última pareja es de hace tres horas solamente.

-¿Quién dio aviso de los sucesos?; preguntó el detective.

-Es irónico, pero una de las víctimas del último crimen reportó los primeros homicidios; contestó el especialista.

-Eso quiere decir que el asesino estaba oculto cuando descubrieron los cuerpos de las otras víctimas; meditó el oficial.

-Lo más extraño es que la data de muerte de las dos primeras víctimas es de hace tres días.

-¿Hay alguna huella?; preguntó el teniente.

-Solo diez metros delante de la roca donde los clavaron; dijo el criminalista rascándose la cabeza. -No entiendo cómo es que los pusieron en esa roca sin marcar las pisadas sobre la tierra suelta.

-¿Ya se sabe la causa de la muerte?; preguntó el teniente.

-Estrangulamiento en las cuatro víctimas; indicó el forense acercándose a los oficiales. -Las cuatro fueron clavadas en la pared rocosa con grandes clavos de hierro. Los símbolos grabados  sobre sus pechos sugieren que fueron parte de un ritual de algún tipo de secta satánica.

-¿Tienen alguna fotografía que me puedan facilitar ahora?; quiso saber el teniente.

-De hecho sí; contestó el criminalista acercando su teléfono celular al del oficial.

-Gracias, voy al cuartel en Santiago a ver que puedo averiguar; dijo el detective retirándose.

Tras revisar la base de datos de homicidios rituales, el teniente se echó para atrás en su asiento. Internet tampoco era de mucha ayuda por la gran cantidad de información basura que había dando vuelta. El día había sido pesado y los ojos del policía comenzaron a cerrarse; el timbre del celular lo sacó del letargo en que el cansancio lo estaba sumiendo.

-Hola paisano, te echaba de menos y quería escucharte; saludó la gitana.

-Hola Shuvani, eres justo la persona con quien quería hablar; contestó el Teniente Hormazabal.

-¿También me echas de menos?; preguntó coquetamente la joven gitana.

-Ya sabes que sí; respondió el policía. -Pero necesito que me des una mano.

-¿Quieres leerme la suerte paisano?; preguntó juguetona Milenka.

-Quería que me ayudaras en un caso; contó el teniente. -Eres la persona indicada para eso.

-Que bueno, así me vienes a ver, para que no te olvides de mí y me cambies por una paisana; agregó ella.

-Como si fuera muy fácil romper un hechizo de magia roja; opinó el policía.

-Yo no te he hechizado; respondió Milenka. -Ni siquiera lo necesito, soy lo bastante buena como para haberte conquistado sola.

-Nunca tanto, vieja bruja; respondió riendo el detective.

-De vieja no tengo nada y de bruja tal vez; cortó la gitana bromeando.

-Ja, se cree muy linda, encantadora, irresistible y amorosa la niña; siguió molestando Hormazabal.

-Discúlpate por decirme vieja; mandó Milenka.

-No quiero; rió el policía.

-Como quieras, total hay varios gitanos que quisieran a una Shuvani como esposa; agregó la gitana. -Chao paisano.

-Espera; la interrumpió Hormazabal. -Eres joven y hermosa.

-Así está mejor; rió triunfante Milenka.

-Ahora tú dime lo que quiero escuchar; pidió él.

-¿Qué cosa?; preguntó ella.

-Lo que sientes por mí; indicó él.

-Me agradas, no eres como los otros paisanos y por eso me caes bien; contestó la gitana.

-¿Solo eso?; quiso saber el detective.

-Debería haber algo más; preguntó ella.

-Pues claro; dijo Hormazabal. -Vamos, dímelo.

-No quiero; respondió ella.

-Vamos, dilo; insistió el detective.

-No; respondió riendo Milenka. -Está bien, te amo; contestó ella con voz casi inaudible.

-No escuché; respondió el policía.

-Dije que te amo; contestó Milenka alzando un poco la voz, tapándose enseguida la boca con una mano y riendo.

-Yo también te amo; contestó a su vez Hormazabal.

-Bueno Milenka, nos vemos mañana y vístete con ropa cómoda; dijo el policía. -Puede ser un día algo ajetreado.

-Te espero temprano mañana; se despidió la gitana.

Aunque no tenía otra idea, ni alguien más a quien recurrir, no estaba seguro si debería involucrar a Milenka en ese caso. Estuvo a punto de llamarla para decirle que mejor no lo acompañara, pero se detuvo. Podía creer que él no confiaba lo suficiente en ella; por otro lado, la Shuvani había demostrado estar lo suficientemente capacitada como para defenderse sola. Simplemente ella se podría sentir ofendida, tanto como gitana, como sacerdotisa y como persona. Solo le pediría su opinión y uno o dos consejos sobre el caso, pero no la expondría a ningún peligro.

El auto se estacionó cerca de la carpa de la Shuvani, donde ella lo esperaba como si nada hubiese entre ambos.

-Saludos sabia Shuvani; dijo el Teniente Hormazabal cuando ella salió a recibirlo.

-¿Qué te trae por aquí paisano?; preguntó Milenka.

-Venía humildemente a solicitar tu sabia ayuda Shuvani; contestó el Teniente Hormazabal.

-Aguarda un rato ahí paisano; dijo Milenka entrando a su carpa, de donde sacó algunas cosas.

-Vamos paisano; indicó ella a los pocos minutos, llevando un viejo bastón.   -Era de mi abuela; mencionó Milenka al ver que el policía lo observaba.

Cuando el auto se hubo alejado bastante y el campamento gitano ya no se veía, el Teniente Hormazabal lo estacionó a un costado del camino y pasó su mano por el rostro de la muchacha.

-Hola Shuvani; la saludó nuevamente.

-Hola paisano; contestó ella devolviéndole la caricia.

Luego de un beso continuaron su camino hacia los cerros donde habían ocurrido los extraños asesinatos.

-Abre la guantera; pidió el policía a la gitana. -Mira esas fotografías y dime qué opinas.

Después de estudiarlas con atención la Shuvani volvió a guardarlas.

-Esto es malo, muy malo; comentó ella.

-Lo sé y ni siquiera hay huellas; contó el detective.

-Los demonios y espíritus no dejan huellas si no lo desean; mencionó ella.

-¿Insinúas que a esas personas las mató un fantasma?; preguntó el policía.

-No precisamente; respondió Milenka. -Me parece que es otra cosa, pero no estoy segura de qué.

-Ahí hay un informe de los datos recopilados en la escena de los crímenes; indicó el teniente. -¿Sabes leer castellano?

-Claro que sé; contestó ofendida Milenka. -No soy cualquier gitana. Soy una Shuvani.

-Bueno, tranquila; la calmó Hormazabal. -No quise ofenderte.

Después de leer los documentos con calma, Milenka guardó silencio un  rato.

-Sí, todo indica que fue un ente del otro lado; opinó la gitana. -Lo peor de todo es que es invisible para nosotros; continuó Milenka.

-¿Se te ocurre por qué las víctimas son dos parejas?; preguntó el detective.

-Creo que tiene que ver con las fuerzas opuestas de la existencia; meditó la Shuvani. -Lo que me lleva a pensar en los símbolos.

-¿Sabes qué significan?; pregunto Hormazabal.

-No exactamente, pero me acuerdo que una vez mi madre me habló de que existían símbolos muy antiguos y secretos que se usaban en algunos rituales para abrir una entrada entre este mundo y el otro; recordó Milenka.

-Si es que tienes razón, es mejor que te lleve de vuelta al campamento; dijo el teniente bajando la velocidad del auto.

-Ni se te ocurra paisano; rehusó la gitana. -No te dejaré solo en esto.

-No me perdonaría si te pasara algo malo; insistió el detective.

-Ni yo me perdonaría si te pasara algo a ti y yo no estuviese ahí para ayudarte; contestó ella.

-Está bien pareja, sigamos adelante; terminó el Teniente Hormazabal acelerando el vehículo.

Poco rato después la patrulla se detenía en los faldeos de los cerros donde ocurrieron los macabros hechos.

-¿Llegamos?; quiso saber la Shuvani.

-Sí, en  estos cerros ocurrieron los asesinatos; contestó Hormazabal.

-Entonces vamos; dijo Milenka apoyada en el bastón.

-Espera; la detuvo el policía. -Mejor cámbiate de ropa.

-Pero este vestido es cómodo; negó ella.

-¿No pretenderás subir los cerros con vestido y tacos?; preguntó Hormazabal. -Mejor ponte esa ropa.

-Mmm, bueno; aceptó ella. -Pero ándate para allá, no quiero que mires mientras me cambio.

-No miraré; respondió él. -Está bien; terminó por aceptar ante un gesto de la gitana.

-No te des vuelta paisano; advirtió Milenka. -No  mires.

-No estoy mirando; se defendió él.

-Si me miraste; insistió ella. -Yo te vi.

-No es verdad; contestó Hormazabal.

-Ahora puedes mirar; avisó Milenka. -¿Cómo me veo?

-Maravillosamente bien; observó el Teniente Hormazabal  a la gitana vestida de jeans y camiseta.

-Gracias paisano; respondió ella apoyándose en su hombro.

-Mejor concentrémonos que esto puede ser delicado; la detuvo él.

-Tienes razón, después habrá tiempo para jugar; reflexionó la gitana.

-Si es que sobrevivimos; pensó en silencio el policía, recordando que las víctimas también eran parejas.

-Bebe esto paisano, nos abrirá la mente a otras realidades; mandó Milenka pasándole un frasco con líquido.

-Pero…; se negó el policía.

-Confía en mí; respondió ella bebiendo el contenido de su frasco.

-No siento nada especial; comentó Hormazabal al notar que el brebaje no le producía nada.

-En su momento te permitirá percibir más allá de lo común; respondió Milenka.

El sol matinal comenzaba a entibiar la suave brisa que recorría los cerros. El aire puro, distinto al de la ciudad, era un verdadero regalo para los pulmones.

-Este paisaje tiene cierto encanto especial; comentó la gitana, deteniéndose un momento para respirar hondo.

-Y sin embargo aquí están pasando cosas horribles; recordó el policía.

-Y por eso mismo no debemos descuidarnos paisano; aconsejó la Shuvani.

-Ya estamos por llegar; indicó el detective. -Detrás de la otra loma está la escena de los crímenes.

-Debemos estar listos para cualquier cosa; aconsejó la gitana.

Los cuerpos ya habían sido retirados por los forenses y en su lugar sus contornos habían sido marcados con tiza en la roca. Una cinta amarilla demarcaba el lugar como área de investigación policial.

-¿Pero qué es eso?; preguntó el Teniente Hormazabal al ver una especie de capa de agua en la roca que se movía en forma extraña.

-Lo que yo sospechaba; observó Milenka. -Alguien está tratando de abrir una comunicación con el otro lado.

-¿Pero hacia dónde y para qué?; preguntó el policía.

-¡Ayúdame!; rogó la gitana mientras era levantada en el aire.

Rápidamente el teniente se volvió y perfectamente pudo ver como una silueta rojiza sostenía del cuello a su compañera, quien forcejeaba por impedir que esas manos invisibles se cerraran más en torno a su garganta.

Como un rayo el Teniente Hormazabal cogió el bastón de la gitana que había caído al suelo durante el ataque y asestó un fuerte golpe en la espalda del ente. Despreciando a su presa inicial, abrió su mano y la soltó para fijar su atención en el policía. Con total facilidad, como si sus ochenta kilos no significaran nada, lo levantó con una mano.

Con mucho dolor en el cuello, pero con vida aun, desde el suelo Milenka pudo ver como su compañero luchaba por no ser estrangulado por esa mano que se cerraba con una fuerza colosal.

-¡Te maldigo, maldito  engendro del infierno!; gritó la Shuvani lanzándole un puñado de tierra de cementerio, que llevaba en una bolsa en su cintura.

El ente, furioso por la insolencia de la gitana, soltó al policía y se volvió hacia ella, quien sin inmutarse lo esquivó y corrió hacia Hormazabal para ayudarle a levantarse; al mismo tiempo cogió el bastón que había caído junto a él.

-Toma el bastón y concéntrate en mi voz; ordenó Milenka golpeando con fuerza la tierra con la punta de éste.

-“Yo te maldigo en nombre del aire, del agua, de la tierra y del fuego.

Con los espíritus del pasado te ordeno volver al hoyo apestoso del que saliste.

Vuelve al infierno maldito engendro.”

La tierra tembló como si un terremoto la agitase, quebrándose en una profunda zanja. Una mano huesuda, sin  carne y con la piel pegada  a los huesos, agarró una de las piernas del ente y lo arrastró hacia abajo. De igual forma en que había aparecido, la grieta en el suelo se cerró.

-Esto fue algo fuera de lo común; opinó el policía. -¿Te encuentras bien?

-Sí, ¿y tú?; le preguntó ella con voz áspera, mientras le revisaba las marcas de dedos en el cuello.

-Algo zamarreado, pero sobreviviré; respondió el teniente, pasado con cuidado sus dedos sobre el enrojecido cuello de la gitana. -Creí que te iba a perder; comentó él.

-No creas que te librarás de mí tan fácilmente; respondió ella.

-¿Esto no ha terminado verdad?; preguntó el policía, mirando la líquida película sobre la roca.

-Ni siquiera ha empezado; contestó preocupada la gitana.

Unos cuantos ladridos se escucharon a lo lejos, a los cuales no les dieron mayor importancia. Poco después éstos se repitieron más cerca, pero esta vez sonaron anormalmente raros. Sin perder tiempo la Shuvani trazó varios círculos concéntricos con su bastón, mientras con la otra mano vaciaba un frasco con un extraño líquido, al tiempo que entonaba un extraño canto en lengua Romaní, cuyas palabras el Teniente Hormazabal no lograba entender, para terminar trazando un círculo de sal en torno a ella y el policía.

-Alguien soltó los perros del infierno; comentó la Shuvani.

Lo cual no sorprendió y hasta le pareció lo más lógico y esperable al Teniente Hormazabal, a quien a esta altura del partido ya nada le sorprendía.

-¿Crees que esos círculos los pararán?; preguntó el policía. -Bueno, toma por si acaso; le dijo pasándole una pistola con el cargador lleno.

-Reconozco que estas cosas a veces sirven; respondió la gitana.

Cuatro grandes perros negros, con largo pelo erizado y ojos brillantes, se abalanzaron ladrando sobre la pareja. Antes de que el policía se lo dijese la gitana apretaba el gatillo disparando sobre las bestias sobrenaturales, acción que el detective imitó.

No menos de cinco balas recibieron tres de los perros antes de caer tirados y arder en llamas; sin embargo, el cuarto seguía avanzando.

-Ya no tengo balas; gritó la gitana al ver que la corredera de su pistola no volvía a su sitio.

Antes de que Hormazabal pudiese contestar, el animal saltó sobre él. Una delgada hoja de acero le atravesó el corazón, cuando la Shuvani desenfundó y le clavó la espada oculta en el bastón. El perro cayó  a los pies del policía y después de temblar convulsivamente ardió como sus compañeros.

-Esto podría servirme para algo; dijo Milenka recibiendo en un frasco la sangre de la bestia infernal, que cubría el acero.

-Ilegal, pero bastante útil en caso de emergencia; comentó el policía mirando la espada.

La Shuvani ya no lo escuchaba; con los ojos cerrados y los brazos en alto entonaba otro de esos extraños cantos en su lengua nativa.

-“Espíritus de ayer y mañana, vengan en ayuda de su hermana. Shuvanis de tiempos pasados denme su poder y sabiduría”.

El Teniente Hormazabal permanecía en silencio, no queriendo romper la concentración de la gitana.

Con los ojos brillantes como el sol Milenka se volvió y encaminó sus pasos hacia la roca. Diciendo algunas palabras que escapaban a la comprensión del policía, la Shuvani echó tierra de cementerio sobre la sangre del perro diablo, junto a otro polvo que Hormazabal no supo reconocer. Entonando otro de sus cantos la gitana comenzó a dibujar extraños símbolos alrededor de lo que parecía ser una lámina de agua sobre la roca. Con sus trazos ella se aproximaba cada vez más a la extraña superficie, aumentando a su vez la fuerza de su canto.

De pronto al Teniente Hormazabal le pareció que algo ocurría al rostro de Milenka; por un momento le pareció ver en él a su difunta madre. Supuso que se trataba de una simple ilusión, cuando notó que otra cara aparecía en él; pudo reconocer a la abuela de Milenka, muerta hace varios años, cuando él era solo un cadete en la escuela de detectives. Entonces él comprendió, los espíritus de antiguas Shuvanis acudían al llamado de su descendiente.

El canto de la gitana se convirtió en un coro de muchas voces que entonaban un viejo conjuro para sellar el portal abierto hacia el otro lado. Las voces subieron hasta un volumen que hacía vibrar el aire del lugar, hasta que por fin, lentamente la roca comenzó a recuperar su aspecto normal.

Milenka se volvió hacia el Teniente Hormazabal, quien en vez de ver a su joven y hermosa gitana, tenía en frente a su vieja madre que con su voz característica le hablaba desde el mundo de los espíritus.

-Bendito seas; dijo el espíritu de la vieja Shuvani antes de desaparecer.

Los ojos de Milenka dejaron de brillar y sus piernas se doblaron como delgada hierba. El Teniente Hormazabal corrió hacia el desvanecido cuerpo de la gitana y con sumo cuidado tomó su cabeza y la apoyó en sus piernas.

Después de algunos minutos la Shuvani dio signos de estar recuperando la consciencia.

-Ya todo está bien; dijo ella cerrando los ojos y sin deseos ni energía para ponerse de pie.

-Lo lograste Shuvani; comentó el detective.

-Lo hicimos juntos paisano; corrigió ella.

-Tu madre me habló; le contó el policía.

-¿Y qué te dijo?; preguntó la gitana.

-Me dijo bendito seas paisano; respondió él. -¿Sabes lo qué eso significa?

-Creo que sí; respondió ella poniéndose lentamente de pie. -Significa exactamente lo que dijo.

-¿Nos vamos ya?; sugirió el policía.

-Sí, ya no me gusta este paisaje; contestó la gitana tomando de la mano a Hormazabal y apoyándose en el bastón que le dejara su madre.

-¿Y qué voy a decir en mi informe?; preguntó el detective. -No puedo decir que un ente invisible era el asesino y que quería abrir una puerta a otro mundo, ni que nos atacaron unos perros demonios.

-En eso no te puedo ayudar yo, querido paisano; contestó Milenka.

 

 

Magia Negra – Capítulo 1 – Brujería 13 diciembre 2017

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Boris Oliva Rojas

 

 

 Magia Negra
Capitulo N° 1
Brujería

-Hace tiempo que no veía una película tan entretenida; comentó Daniel a Susana a la salida del cine.

-Sí, estuvo bastante buena; opinó ella.

-Aún es temprano, podríamos pasar a comer algo; propuso Daniel.

-Está bien; aceptó Susana. -Total mañana es sábado.

Eso estaba planeando la pareja cuando una desaliñada gitana, de edad poco definida les cortó el paso.

-Paisana déjame verte la suerte; dijo la mujer.

-No gracias; rehusó Susana.

-No seas orgullosa paisana; insistió la gitana.

-No gracias; volvió a rechazarla Susana.

-Dame un billete entonces; pidió la gitana.

-Ya no molestes más vieja; le gritó de mal humor Daniel, dándole un empujón a la mujer.

-Maldito seas paisano; le respondió enojada la gitana. -Te perseguirá la maldición gitana.

Mejor vámonos; pidió Susana algo asustada.

-Ya vamos a comer mejor; sugirió Daniel. -No le hagamos caso a esta vieja.

-Ya no tengo tanto apetito; respondió ella.

-No le hagas caso, todas las gitanas son así; opinó él.

La pareja entró a un restorán chino que permanecía abierto a esa hora y se relajó, olvidando el disgusto que les hizo pasar la gitana.

-Necesito ir al baño; se excusó Susana poniéndose de pie.

-Sí, anda; aceptó Daniel.

Cuando él se disponía a beber un poco más de vino, notó que algo se movía en su plato. Con el tenedor escarbó y encontró una cucaracha viva entre la comida.

-¡Qué asco!; exclamó Daniel. -Mozo, venga por favor; llamó molesto al tipo que los había atendido.

-¿Se le ofrece algo señor?; preguntó servicial el empleado.

-Sí, dígale al cocinero que a esta cucaracha le falta cocción; contestó sarcástico Daniel pasándole el plato al joven.

Cuando Susana volvió del baño vio que su pareja conversaba un poco enojado con el cocinero, quien se disculpaba exageradamente por algo.

-¿Qué pasa?; preguntó ella.

-Nada serio; respondió Daniel. -Me salió un pelo en la comida.

-Señor, lo siento  mucho, es muy extraño y lamentable; se excusó el dueño. -En compensación la cuenta corre por la casa.

-Está bien, dejémoslo así; aceptó Daniel.

-Por favor señora acepte este pequeño obsequio; ofreció la esposa del dueño entregándole una pequeña estatuilla de Buda a Susana.  -Les traerá buena suerte.

-Gracias; aceptó ella algo confundida.

-Bueno, creo que es hora de irnos; dijo Daniel mirando su reloj.

Las calles de la ciudad ya no se veían tan congestionadas como hace unas horas; la noche había caído hace rato y muy pocos vehículos circulaban por el pavimento. De improviso el automóvil se inclinó un poco y las ruedas se balancearon sin control.

-¡Demonios!; exclamó Daniel, deteniéndose a un costado. -Se pinchó un neumático.

-¿Traes el de repuesto, verdad?; preguntó Susana.

-Sí, ayúdame a cambiarlo; respondió él.

-Ya van dos; mencionó ella.

-¿Dos qué?; preguntó Daniel sacando la rueda de repuesto del portamaletas.

-Dos cosas malas te han pasado desde que la gitana te tiró esa maldición; comentó Susana.

-Haa,nada que ver. Es solo coincidencia; opinó Daniel sin darle importancia mientras metía la gata hidráulica bajo el auto. -Igual el neumático estaba algo viejo y la goma se pone más blanda.

-¿No me digas que crees en esas cosas?; preguntó sonriendo él mientras se limpiaba las manos con un paño.

-La verdad es que no sé, siempre se ha dicho que las gitanas tienen poderes; respondió ella.

-Son solo cuentos; contestó él. -La magia no existe.

-Claro que existe; rebatió Susana. -Mi abuela me contó muchas cosas que vio o supo.

-Tú lo has dicho, tu abuela; contestó Daniel. -La gente de esa época creía hasta en el diablo.

-Si es cierto; aceptó Susana. -Pero cuando el río suena es por algo.

-Sí, porque a alguien se le cayó un piano al agua; bromeó Daniel.

-No te rías, nací en un pueblo chico donde se creía en esas cosas; se defendió ella.

-Yo tampoco nací en Santiago; respondió Daniel. -Pero no por eso voy a creer en maldiciones gitanas y brujerías.

-Sin embargo, yo he leído que no todo es falso; insistió Susana.

Así se fueron discutiendo el resto del camino.

Al otro día el despertador comenzó a sonar insistentemente a las seis de la mañana.

-Hoy es sábado; reclamó Susana. -¿Por qué no lo apagaste?

-Estaba seguro que lo había desconectado; se defendió él volviendo a dormirse.

A la mañana el asunto de la gitana había dejado de ser un tema de conversación y la pareja pensaba qué hacer ese día.

-Voy a comprar pan fresco mientras  piensas en algo; avisó Daniel.

-Trae algo rico; pidió Susana.

Después de un rato él volvía con las compras. No se percató cuando se rompió la rama de árbol, que cayó justo frente suyo. Si Daniel hubiese alcanzado a dar otro paso más, le abría golpeado de lleno en la cabeza.

-Ya me aburrió esta broma; dijo para sí esquivándola.

-Te demoraste un poco; comentó Susana, quien ya tenía la mesa puesta.

-Había muchas señoras de edad avanzada; se excusó Daniel.

 Mientras Susana tomaba una ducha Daniel en la cocina echaba una variada mezcla de hierbas, verduras y condimentos en la licuadora.

-¿Qué preparas?; preguntó ella desde el dormitorio.

-Jugo de verduras; respondió Daniel. -¿Quieres un poco?

-Déjame verlo; pidió Susana.

Daniel le mostró la verde mezcolanza de vegetales y demases a su mujer.

-Se ve horrible; rechazó ella. -Y  huele mucho peor.

-Bueno, tú te lo pierdes; respondió Daniel mientras sin inmutarse siquiera se bebía todo el desagradable contenido del vaso.

El viento movía lentamente las nubes, dejando aparecer entre algunos claros de cielo la luna que mostraba sus cuernos, para ocultarse nuevamente al poco rato. La típica noche de otoño había obligado a prender algunas fogatas en el campamento gitano, para poder combatir el frío del invierno que ya se acercaba.

Los perros comenzaron a ladrar nerviosos. Un viento tibio que presagiaba una llovizna pasó entre las carpas y agitó las fogatas.

Un extraño entró al campamento, junto con una ráfaga de viento que apagó los fuegos. La vieja gitana salió de su carpa atraída por los perros que gemían asustados.

-Eres muy valiente o muy tonto para venir aquí de noche paisano; dijo ella.  -¿Vienes a rogar que te quite la maldición?

-¿Acaso me vas a lanzar otra maldición?; preguntó Daniel.

-¿A qué viniste paisano?; preguntó desafiante la mujer.

-A devolverte el favor  gitana; respondió él.

-¿Qué sabes tú de esas cosas paisano tonto?; se rió la gitana. -Maldito paisano.

-¡Cállate vieja bruja!; gritó Daniel.

La mujer se llevó las manos a la garganta, cuando las palabras no pudieron salir de su boca.

-¿Qué pasa gitana?; preguntó Daniel. -¿Acaso te comió la lengua el ratón?

Al no poder hablar a pesar de su esfuerzo, en su desesperación la vieja gitana mordió fuerte su lengua, provocándose un profundo corte. Furiosa y asustada la mujer dio un fuerte grito que despertó a todo el campamento.

-¿Qué está pasando?; preguntó el jefe de la tribu con un cuchillo en la mano.

-No te metas gitano; dijo Daniel dando una dura mirada al hombre, quien como si una invisible mano lo elevase, fue arrojado contra un árbol.

Otro gitano salió de su carpa empuñando una escopeta, pero cayó de espalda, como si lo hubiesen empujado.

El viento arreciaba moviendo rápido las nubes. Los gitanos se encontraban fuera de sus carpas armados con lo que tuvieran a mano. Un gitano armado con un rifle disparó contra Daniel, pero la bala se derritió antes de tocarlo; el calor que su cuerpo producía quemaba el pasto a su alrededor.

Uno de los gitanos lo atacó con una gran hacha, pero en medio de gritos su ropa se inflamó al acercarse a Daniel, cayendo al suelo envuelto en llamas.

-¿Quieren ver maldiciones de verdad?; preguntó Daniel abriendo los brazos.

El agua de la lluvia enseguida se convirtió en negra aceite que ensució todo lo que tocaba. El trueno estalló y cientos de sapos y alimañas comenzaron a caer de las nubes. El pánico se apoderó de los gitanos, los que escaparon corriendo en distintas direcciones, dejando abandonadas todas sus pertenencias.

Solo la vieja gitana permaneció en el campamento, mudo testigo de la furia del brujo.

-Fue una mala idea lanzarme una maldición gitana, mira lo que provocaste; dijo hipócritamente Daniel.

La gitana trataba de hablar, pero de su boca no podían salir palabras.

-No te entiendo; dijo Diego. -Habla más claro. Dicho esto la voz volvió  a la garganta de la gitana.

-¿Quién diablos eres?; preguntó la mujer a duras penas por su lengua herida.

-Solo un humilde brujo; contestó Daniel. -¿O creías que solo los gitanos tenían magia?

-Puedo quitarte la maldición paisano, pero por favor déjanos en paz; imploró la mujer.

-Gracias, pero ya me la saqué yo solo; rechazó él.

-Entonces te ruego que nos perdones y te vayas; pidió ella.

-No es tan sencillo; explicó Diego. -Verás, hay una reputación que debo cuidar. ¿Te imaginas si dejara que cualquiera viniera y me maldijera?, eso no sería digno.

-No pretendí insultarte gran brujo; trató de excusarse la gitana.

-Lo entiendo, pero comprende que debo dar un ejemplo; respondió Daniel.

Un fuerte viento arrojó de espaldas al suelo a la vieja gitana. Las maderas de una destartalada carreta comenzaron a temblar hasta que se desprendieron, para formar entre sí una gran cruz.

Algo arrastró a la mujer depositándola encima de la cruz. Con terror en la mirada vio como a sus manos se acercaron afilados clavos.

-¡No por favor, no!; gritó en medio del dolor cuando el metal atravesó sus manos y pies.

Una fuerza invisible levantó la cruz, clavándola en la tierra, dejando a la gitana cabeza abajo, crucificada e imposibilitada de escapar.

Alaridos de dolor estremecían la noche cuando el cuerpo de la vieja mujer fue envuelto por las llamas, los cuales pronto cesaron y el aire se llenó de un olor a carne quemada.

Con paso calmo el brujo abandonó el campamento gitano, dejando clavada en una cruz invertida su advertencia para otros insolentes.

Entre los árboles sus ojos llenos de miedo y dolor, rabia y pena, inundados de lágrimas observaban el macabro espectáculo. De niña su madre le había hablado de la magia de su pueblo, de leyendas e historias  de poderes más allá de la comprensión de los paisanos y no destinados para todos sus hermanos. También le había contado de demonios y espíritus malignos  que atacaban los poblados y hacían mal por gusto, enfermando y matando solo por placer.

Si bien la magia del pueblo Romaní se convertía a veces en maldiciones, sobre todo contra los paisanos, esta era solo para asustarlos, jamás les provocaba un daño serio o mortal; en cambio la magia que había atacado a su campamento era mala, oscura y cruel, no solo había aterrorizado, también había provocado muerte y destrucción y su madre fue la que más sufrió. Su cuerpo, mudo testigo del mal que cayó sobre el campamento aun ardía cabeza abajo en una cruz demoniaca.

Sus ojos querían cerrarse para no ver tal abominación, pero ella se resistía. Quería recordar todo lo que ocurría; el odio comenzaba a crecer en su interior y el recuerdo de los últimos y agónicos minutos de la vida de su madre le darían la fuerza para buscar al asesino y hacerlo pagar por todo, aunque se tratase de un brujo que hace poco creía que existía solo en los cuentos de las mujeres más ancianas de la tribu; y sin embargo, existía y lo había visto asesinar a su madre.

Milenka sin decir ninguna palabra a nadie se encerró en la carpa que compartía con su madre. Con el corazón herido se sentó frente al espejo y peinó su largo cabello negro para relajarse algo. No se inmutó ni asustó cuando en el cristal plateado se apareció el rostro de su difunta madre.

-Guíalos con sabiduría; le dijo el espectro de la anciana gitana.

Milenka cubrió su rostro con sus manos y en silencio lloró unos minutos para luego respirar hondo, secar sus lágrimas y arreglar su cabello.

Lista o no, debería asumir su destino y ocupar el lugar de su madre como Shuvani de la tribu. En respetuoso silencio toda la tribu la aguardaba afuera de su carpa.

-Esta tierra ha quedado maldita, dijo Milenka. -Debemos marcharnos a campos más puros.

-Así se hará Shuvani, dijo el hijo del jefe, quien había asumido la dirección de la tribu tras la reciente muerte de su padre.

Es sabido por todos que a los Romaní no les gusta hacer a los paisanos parte de sus problemas; sin embargo, no falta algún pueblerino que ve algo y da aviso a las autoridades. Esta fue una de esas ocasiones, en que alguien vio lo que ocurría en el campamento gitano y llamó anónimamente a la policía. Aunque al recibir la llamada le dieron poca importancia, cuando llegaron a la escena del crimen, o mejor dicho de los crímenes, a todos los policías se les borró de golpe la sonrisa de los labios.

-¿Pero qué ocurrió aquí?; preguntó el oficial de policía, al ver el cadáver aun humeante de la vieja gitana.

-¿Qué vienes a hacer aquí paisano?; preguntó el jefe de la tribu al policía.

-Tengo que investigar qué pasó aquí; dijo el policía indicando la cruz humeante.

-Tú no podrás hacer nada paisano; respondió el gitano.

A todo esto los otros gitanos se comenzaron a juntar ante la presencia de la patrulla, lo que puso un poco nerviosos a los otros detectives.

-Yo voy a hablar con este paisano; dijo Milenka acercándose al grupo.

-Como quieras; aceptó el jefe.

Luego de observar a la joven gitana, el detective entendió de quien se trataba.

-Saludos Shuvani; saludó el detective inclinando la cabeza. -Que Santa Sara te bendiga.

-¿Conoces nuestras tradiciones paisano?; preguntó Milenka.

-Conozco y respeto a tu madre; contestó el teniente. Pido permiso a este pueblo y a ti sabia Shuvani, para poder trabajar.

-Acompáñame a mi carpa paisano; pidió Milenka.

-No veo a tu madre; observó el Teniente Hormazabal.

-Mi madre se ha marchado ya, aunque la viste afuera; respondió Milenka mirando la cruz, mientras una sombra cubría su dulce rostro.

-¿Sabes quién lo hizo?; preguntó el policía.

-Anoche un paisano entró tarde al campamento y nos atacó; respondió la muchacha. -No pudimos defendernos siquiera.

-¿Lo habías visto antes?; preguntó el Teniente Hormazabal.

-Nunca, pero parece que tenía problemas con mi madre; respondió ella.  -También mató al jefe de nuestra tribu y a otro gitano.

-¿Y no pudieron detenerlo?; preguntó el policía.

-Era muy poderoso y ni las balas lo tocaban; contestó Milenka.

-Debe haber usado un chaleco antibalas; pensó el detective.

-¿Estaba armado?; preguntó el policía a la gitana.

-No le vi ningún arma; respondió ella.

-¿Entonces cómo me explicas que nadie lo hubiese parado mientras mataba a tres de ustedes?; quiso saber Hormazabal.

-Porque ese paisano es un brujo; contestó la mujer.

-¿Brujo?; preguntó el policía. -¿Insinúas que usó magia?

-Para ustedes los paisanos es difícil creer en esas cosas; comentó ella.  -Pero para mi gente es algo natural.

-Entiendo; asintió el policía.

-No me crees paisano; opinó Milenka.

-No importa lo que yo crea; contestó él. -Pero debo investigar qué ocurrió realmente aquí; por eso pido tu permiso para que yo y mis hombres podamos trabajar, para atrapar al asesino de tu madre.

-Hazlo, pero con respeto; accedió Milenka.

-Gracias, sabia Shuvani; aceptó el Teniente Hormazabal.

-Milenka, mi nombre es Milenka; contestó la joven sacerdotisa gitana.

-Gracias Milenka, te prometo atrapar a ese maldito; afirmó el detective.

Algunos gitanos esperaban fuera de la carpa a la Shuvani, mientras que los tres policías aguardaban ansiosos junto a la patrulla, bajo la mirada recelosa y desconfiada de otro grupo.

En medio de la expectación de todos, Milenka y el Teniente Hormazabal salieron juntos.

-Estos paisanos van a trabajar en el campamento y moverán los cuerpos de nuestros muertos; informó ella a todos. -Ellos atraparán al brujo que mató a nuestros hermanos.

-Pero eso profanará su carne y su recuerdo; objetó de mala forma un gitano. -No estoy de acuerdo en que estos paisanos se metan.

-¡Calla tu lengua insolente y muestra respeto, la Shuvani ha hablado!; se escuchó la voz severa y a la vez paternal del gitano más anciano de la tribu, ante cuya presencia  todos los jóvenes bajaron la mirada.

-Si la Shuvani lo ha consentido, que así sea; ordenó el jefe de la tribu. -Nadie moleste a los paisanos y contesten todas sus preguntas.

-Serás un sabio jefe al igual que lo fue tu padre; respondió Milenka al jefe.

-Bueno paisano, ponte a trabajar, que nosotros haremos lo nuestro; autorizó la Shuvani retirándose junto al anciano y al jefe de la tribu.

La cena estaba un poco condimentada, lo que dio algo de sed a Daniel, así es que se dirigió a la cocina a servirse un trago de agua. Afuera el viento mecía los árboles y silbaba al pasar entre los cables eléctricos. Justo cuando un relámpago rajó el negro manto de la noche, Daniel levantó la cabeza; la impresión que se llevó le hizo soltar vaso, el que se molió en el suelo, al ver el rostro de la vieja gitana muerta reflejado en la ventana.

-¿Todo bien?; preguntó Susana desde el living al escuchar el ruido del vaso al romperse.

-Sí, se me cayó un vaso; respondió Daniel.

Un gesto de molestia cruzó momentáneamente el rostro de él.

La frente de Milenka estaba cubierta de gotas de transpiración y se sentía muy exhausta, pero no podía descansar hasta encontrar al brujo que había asesinado a su madre y hacerlo pagar.

-¿Tiene alguna pista doctor?; preguntó el Teniente Hormazabal al forense.

-No, pero puedo decirle lo que no tengo; respondió él.

-Supongo que hay algo peculiar; opinó el detective.

-Cuando un objeto o persona se quema con algún elemento incendiario de cualquier tipo, siempre quedan restos de derivados del combustible; explicó el profesional.

-Algo había leído al respecto; comentó Hormazabal.

-Sin embargo, en este caso no hay nada. La combustión fue limpia, por así decirlo; aclaró el forense.

-¿Entonces con qué quemaron a las dos víctimas de fuego?; preguntó el policía.

-Aparentemente el fuego se produjo por exposición a una fuente muy intensa de calor, no química; continuó el médico.

-Ya…, entonces el asesino es Superman y los mató con su visión calórica; dijo sarcástico el detective.

-No creo que haya sido él, pero sí le puedo asegurar que usó una fuente muy poderosa y controlada de calor; respondió el forense. -Personalmente  no sé qué arma usó el asesino, pero sí que es muy poderosa.

Sin ninguna pista la investigación podía extenderse por mucho tiempo, dedujo el teniente, pero a veces eso pasaba; ahora había un criminal suelto en las calles, que no permitiría que quedase sin castigo. El único lugar donde podría sacar algo en claro era el campamento gitano. Cerca del medio día llegó cuando éste ya estaba prácticamente desarmado, listos sus moradores para marcharse de ese lugar maldito.

-Hola paisano, ¿qué quieres?; saludó Milenka.

-Saludos Shuvani; respondió el Teniente Hormazabal. -Necesito hacerte unas preguntas.

-¿Qué quieres saber?; preguntó ella.

-¿Tú viste al asesino de tu madre?; preguntó el policía.

La gitana bajó la mirada y guardó silencio un momento, con voz apagada respondió.

-Nunca olvidaré ese rostro; contestó la joven Shuvani.

-Entiendo; comentó el detective.

-¿Estarías dispuesta a acompañarme al cuartel de policía para que tú describas al asesino y hagan un retrato de él?; preguntó el Teniente Hormazabal.

-¿De qué serviría eso?; quiso saber Milenka.

-Si conocemos su rostro podremos buscarlo por todos lados; contestó el policía.

-¿Y cuándo lo encuentren, crees que lo van a poder atrapar?; preguntó ella.

-Confía en la policía Milenka; pidió el detective.

-Confío en ti paisano; respondió la gitana.

-¿Entonces me acompañarás al cuartel policial?; insistió el teniente.

-Pero nosotros nos vamos a ir de este lugar; informó la joven.

-Es solo por unas horas; aclaró el detective.

-Está bien paisano, para que puedas seguir con tu trabajo; aceptó Milenka.

Al poco rato el auto del Teniente Hormazabal se estacionaba frente al cuartel policial.

-Esta oficial va a dibujar al asesino con la descripción que hagas; indicó el policía a Milenka.

Después de unos minutos, sobre la hoja de papel apareció exacto el rostro de Daniel, con una sombría expresión de maldad.

-Gracias Milenka, con esto podremos atraparlo; dijo el policía.

-¿Ya puedo volver con mi gente?; preguntó la gitana.

-Espera un momento; pidió el detective, pasándole un teléfono celular a la muchacha.

-Llámame en caso que me necesites o recuerdes algo útil; indicó el teniente. -Mi número está grabado ya.

-Bueno paisano; respondió Milenka guardando el teléfono en un bolsillo de su vestido.

-Te llevo de vuelta a tu campamento; ofreció el policía.

-No gracias paisano; rehusó ella. -Conozco el camino.

La fría noche fue perturbada por las pisadas que entraron donde hace unas horas se hallaba el campamento gitano; ningún perro, ni ninguna voz de alarma dieron el aviso. Daniel se encontró con un sitio baldío solamente; los gitanos habían movido su campamento hacia otro lugar, lejos de la tierra maldita por el brujo.

-¡Malditos gitanos!; gritó Daniel apretando los puños con rabia. Un relámpago rompió el negro velo de la noche, cuando se desencadenó el aguacero.

En medio de la lluvia claramente llegó a los oídos del brujo la risa de la vieja gitana.

-Me la vas apagar gitana; gritó enojado Daniel.

Milenka se sentía cansada y su frente brillaba con gotas de humedad, pero no iba a desistir en su esfuerzo por hacer pagar al brujo, aunque sabía que eso era peligroso. Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el repiqueteo del celular del policía.

-Milenka te llamaba para preguntarte si has recordado algo más, lo que sea; dijo el Teniente Hormazabal.

-No he recordado nada paisano; respondió ella. -Que estés bien.

-No dudes en llamarme; insistió el detective.

-Bueno, yo te llamaré si me acuerdo de algo; contestó ella.

El nuevo campamento estaba en silencio; habiendo quedado el dolor en la otra tierra podían dormir en paz. De pronto los perros comenzaron a ladrar frenéticos; Milenka de un salto se puso de pie y salió corriendo de su carpa.

Los ojos de la gitana se dilataron cuando vieron que el brujo se encontraba en el campamento, sujetando del cuello el cuerpo sin vida de un gitano, que arrojó con desprecio al barro. De alguna forma él había logrado dar con ellos.

-¿En serio pensaste que podrían escapar de mí?; preguntó Daniel.

Algunos gitanos salieron armados de sus carpas y dispararon contra el hechicero, sin que las balas siquiera lo tocaran.

-Aún no aprenden; dijo él arrojándolos contra un montón de palos afilados, matándolos en forma instantánea.

Milenka intentó golpearlo con un palo, pero la rechazó de un solo empujón, botándola de espalda.

Las carpas comenzaron a arder, las llamas y los gritos se extendieron por todo el campamento. El espectáculo de los gitanos corriendo envueltos en llamas, para caer retorciéndose era aterrador.

Milenka trataba de moverse pero estaba inmovilizada por un gran peso que la aplastaba contra el suelo.

Daniel tomó una pala que había tirada y lentamente se acercó a la gitana que yacía indefensa en el suelo. Con un violento impulso el brujo golpeó el cuello de Milenka con el filo de la herramienta.

Con el pulso desbocado y empapada en sudor la gitana despertó de la horrible pesadilla.Asustada y consciente del peligro que se cernía sobre su tribu, apretó contra su pecho el teléfono que le diese el Teniente Hormazabal y se volvió a dormir.

Daniel sonreía maliciosamente en su departamento. No solo la gitana podía provocar miedo.

Milenka preparaba un montón de amuletos, pócimas y talismanes para que todos se pudiesen proteger del brujo. Con sus propias manos la Shuvani escarbó la tierra alrededor del campamento y enterró varios talismanes, encerrándolo completamente en un círculo protector; inmediatamente después desparramó tierra de cementerio y sangre de gallina para fortalecer aun más el poder de la magia gitana.

Ya llevaba muchas horas revisando las bases de datos de los archivos policiales y no daba con nada. Demasiado cansado, el Teniente Hormazabal estaba esperando que el Servicio Nacional de Identificación y Registro Civil le enviase la identidad del sospechoso. Mientras se preparaba una taza de café, a su computadora llegó el tan ansiado mensaje; sin embargo, no era lo que él esperaba.

-“El retrato hablado, cuya identificación solicitó no corresponde a ningún ciudadano, tanto nacido, como extranjero de nuestra nación. Por lo tanto, no es posible entregar una respuesta positiva sobre su identidad”; indicaba el comunicado del Registro de Identificación.

-Así que este tipo no existe; comentó para sí el policía. -¿Quién diablo eres?

-Bueno, es hora de cobrar favores; dijo Hormazabal marcando el número de un amigo de la Interpol.

-¿Aló?; contestaron en el otro lado de la línea.

-Tanto tiempo; saludó el detective. -Te llamaba para pedirte un favor súper grande. Verás, hay un sospechoso de asesinato cuyo retrato hablado no nos ha servido mucho para saber quién es.

-Entiendo; respondió el agente. -Mándamelo por correo electrónico a ver qué encuentro.

-Ya te lo mandé; indicó Hormazabal. -Gracias.

-Te llamaré en cuanto averigüe algo; se despidió el oficial de la Policía Internacional.

-Aburrido, para distraerse un poco el policía comenzó a leer en internet sobre maldiciones, gitanos y magia en general, pero aparte de encontrar todo muy divertido, no le interesó mayormente. En eso estaba cuando su teléfono le devolvió al mundo real.

-¿Qué pudiste averiguar?; preguntó ansioso el Teniente Hormazabal.

-Tu sospechoso se llama Daniel Briceño, de nacionalidad española; era profesor de historia, pero fue expulsado de la universidad donde hacía clases por influir negativamente sobre sus alumnos; contó el agente.

-¿De qué forma?; preguntó intrigado Hormazabal.

-Magia negra y esas cosas; contestó el agente.

-¿Sabes cuál es su residencia actual?; quiso saber el policía.

-Ahí está el problema; contestó el agente. -Briceño murió a los treinta y cinco años, hace setenta años, durante la Segunda Guerra Mundial.

-Para estar muerto parece que ha estado bastante activo estos días; opinó el teniente.

-Esa es la información que existe de él; observó el agente.

-¿Sabes si tuvo descendientes?; preguntó el policía.

-Ninguno; agregó el agente. -¿Qué opinas?

-Que alguien está usando su identidad; supuso el detective.

-Bueno, gracias; se despidió el policía del agente. -Te debo una.

Tras meditarlo un momento, el detective decidió llamar a la gitana para comentarle lo que había averiguado.

-Hola paisano; contestó Milenka.

-El tipo que describiste supuestamente murió hace setenta años, por lo que no tenemos forma de saber quién es realmente, a menos que lo atrapemos; informó el policía.

-Te dije que no encontrarías nada paisano; le recordó Milenka. -En todo caso yo…

En medio de chicharreos la comunicación se cortó; podía ser por la tormenta, pero aun así el Teniente Hormazabal se preocupó y puso de pie, tomando las llaves de su patrulla y cerciorándose de que el cargador de su pistola estuviese lleno.

Las nubes se movían rápido y el viento soplaba tibio; la tormenta caería en cualquier momento. Después de conducir unos minutos a toda velocidad, el policía llegó hasta el campamento gitano.

-Necesito hablar con la Shuvani; le dijo a uno de los gitanos.

-Ella está ocupada; respondió él sin intenciones de dejarlo pasar.

-Está bien, que pase; dijo Milenka desde su carpa.

-No debiste venir paisano, esto se va a poner muy malo hoy; lo recriminó ella.

-Yo te puedo ayudar; le contestó el teniente.

-Realmente no creo que puedas hacer mucho; opinó ella.

-Aun así me quedaré; insistió él.

-En ese caso lleva este amuleto contigo; le pidió la gitana pasándole una bolsita negra.

-Gracias, pero tengo el mío; respondió el policía mostrándole su pistola.

-Mira paisano, si no lo usas yo misma te voy a maldecir; ordenó la Shuvani metiéndoselo en un bolsillo de la chaqueta.

Milenka salió de la carpa a dar unas últimas instrucciones a la tribu, antes de la llegada del brujo.

-Mejor no la contradigas paisano; dijo el anciano de la tribu, a quién Hormazabal no había notado en la carpa. -Es tan testaruda como su madre y su abuela; le dijo el viejo gitano palmeándole un hombro.

-Nuestro hermanos ya están listos; avisó Milenka entrando en la carpa.  -Esperemos  que el brujo no venga esta noche, pero el viento lo anuncia.

Daniel con paso firme se acercó al campamento; todos dormían y esta vez nadie escaparía. Ni siquiera los perros lo sintieron llegar, el viento agitaba los árboles y aullaba como lobo sediento de sangre.

Su andar se detuvo ante un súbito mareo que hizo girar todo a su alrededor. Tambaleándose el brujo retrocedió, saliendo del círculo trazado por la Shuvani. La tierra comenzó a temblar hasta que los talismanes quedaron a la vista, removiendo algunos y rompiendo el anillo protector.

Una tormenta eléctrica se desencadenó ante la furia de Daniel. La Shuvani salió de su carpa para intentar detenerlo, mientras los otros gitanos huían del campamento como ella lo ordenara.

-Aléjense rápido de aquí; gritó Milenka. -Tú también ándate paisano; dijo al Teniente Hormazabal.

-Ni creas que te dejaré solacon este loco; respondió él en medio de la lluvia que caía a chusos.

Una sonrisa maligna se dibujó en los labios de Daniel, cuando un rayo alcanzó a un gitano, pulverizándolo en el acto.

Instintivamente el policía desenfundó su arma y disparó contra el brujo, sin lastimarlo en lo más mínimo.

-No estorbes basura; dijo Daniel moviendo una mano.

Un fuerte viento lanzó por el aire al detective, quedando tirado inmóvil al caer al barro.

Con el viento golpeándola fuerte en la cara, los relámpagos estallando cerca, Milenka concentró toda su fuerza en su voz.

-“Yo te maldigo brujo,

por la llama, por el viento,

por la masa, por la lluvia,

por el barro, por el rayo y por el fuego,

por lo que vuela, por lo que repta,

por el ojo, por la mano,

por la espada y por el látigo.

Yo te maldigo”.

Gritó la Shuvani lanzándole un puñado de tierra de cementerio en la cara al brujo.

 -Tonta, ¿crees que eso me puede hacer algo a mí?; preguntó sarcástico Daniel moviendo su mano; sin embargo, nada le ocurrió a la gitana.

La maldición de la Shuvani había anulado lo poderes del hechicero al menos momentáneamente. Frustrado y furioso asestó un puñetazo en la cara a la joven gitana, dejándola mareada en el suelo.

Descontrolado por la rabia, Daniel se aproximó al policía con un hacha que había junto a una pila de leña; contempló un momento al policía antes de bajar la hoja cortante sobre su cabeza.

Tres detonaciones hirieron la noche; las balas, sin que nada las detuviese, perforaron el pecho del brujo, haciéndolo caer de espalda. La gitana de pie, con el pelo pegado a su cara sostenía aun la pistola humeante del Teniente Hormazabal, mientras veía caer un relámpago sobre Daniel quelo redujo a cenizas.

Aun algo mareada por el golpe, Milenka llegó corriendo junto al cuerpo del detective, el que para su sorpresa aun respiraba.

Lentamente el policía abrió sus ojos, para ver el hermoso rostro de la Shuvani que lo observaba con una sonrisa. Un poco aturdido aun, se quedó un rato más con la cabeza apoyada en los muslos de la gitana.

-Parece que tus talismanes si sirven; dijo Hormazabal sacando la bolsita de terciopelo negro de su chaqueta.

-No me vuelvas a asustar así paisano; dijo Milenka sacándose un mechón de cabello de la cara.

-Está bien, pero avísame un poco antes para la próxima vez; respondió el detective.

-¿Ahora crees en la magia gitana paisano?; preguntó Milenka, ayudándole a ponerse de pie y dándole un beso en la cara.

-Siempre he creído en la magia Shuvani; respondió el Teniente Hormazabal. -¿Por qué crees que era amigo de tu madre?

La lluvia había mezclado las cenizas del brujo con el barro y Milenka lo revolvió con su pie, antes de caminar hacia su carpa. Junto a ella el Teniente Hormazabal rozaba su mano sin llegar a tomársela, mientras ella se sonreía en silencio. Total, un secreto más no significaba mucho en la vida de una Shuvani, llena de secretos.

Desde su carpa el más anciano de los gitanos terminaba de fumar, mientras los veía caminar y se encogió de hombros sin darle mayor importancia. Al fin y al cabo él sabía guardar los secretos de su nieta.