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Historias de la Rosa Negra – Capítulo 2 – El Bosque 6 noviembre 2017

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Boris Oliva Rojas

 

 

Historias De La Rosa Negra
Capitulo N° 2
El Bosque

En un pueblo pequeño no había muchos negocios para regodearse al momento de comprar, así es que obligada a hacerlo en el único supermercado, aunque tuviera que pagar el doble que en la ciudad; al menos el poco personal que ahí trabajaba era simpático.

La cajera, tal vez queriendo ganarse una propina extra, se hizo la amiga.

-Hola, ¿eres nueva en el pueblo?

-Sí, llegué hoy no más. Voy a pasar unos días.

-¿Dónde te vas a alojar?

-Ohh; en la cabaña de la colina. Es de mi familia; contestó la joven.

-¿Cómo cancelas?; preguntó la cajera.

-En efectivo; contestó la clienta y sacando un fajo de euros se dispuso a pagar.

-¡Pero niña!, no seas tan descuidada. No saques tanto dinero, sobre todo si andas sola; la previno la encargada.

En la otra esquina del supermercado, cuatro tipos de esos que uno no quiere encontrarse en una calle solitaria, observaban a la descuidada joven; con un gesto, sin decir nada, se pusieron rumbo a la colina…

-Bueno gracias, me voy; dijo la forastera.

-¿Quieres que te acompañe alguien?; ofreció preocupada la cajera.

-No gracias; está cerca y es de día aún.

-¡Bueno cuídate!; se despidió la tendera.

Los cuatro tipos llegaron a la cabaña de la colina antes que la joven.

-¡Qué feo adorno!, ¿a quién se le ocurre colgar una rosa negra en la puerta?; preguntó uno de ellos.

Silbando una canción la muchacha abrió la puerta y entró.

El susto que se llevó la chica al ver a cuatro desconocidos dentro de la casa fue mayúsculo.

-¿Qué hacen aquí?, ¿qué quieren?

-¡Hola linda!; dijo uno.

-Pensábamos que podríamos hacer una fiestecita contigo; agregó otro.

Sin otra alternativa, la joven salió corriendo de la cabaña y se dirigió al bosque.

Los cuatro facinerosos rieron burlones.

-¡No te vayas bonita!

-Nos vamos a divertir.

Los cuatro corrieron detrás de la chica, la cual se veía ya algo cansada.

La muchacha en su huida tropezó en una piedra y calló.

Se levantó y miró hacia donde venían sus perseguidores.

Una cacería había empezado.

Sin darse cuenta los cuatro bandidos fueron internándose cada vez más en el bosque.

-¿Pero dónde diablos se metió la maldita?; preguntó uno; la muchacha no se veía por ningún lado.

-Mejor, así es más entretenido; celebró el mayor.

Al volverse para orientarse, los miserables se dieron cuenta de que faltaba uno de ellos.

-¿Dónde se fue Juan?; preguntó uno.

-Debe estar orinando; opinó otro.

-¡Juan!; lo llamaron.

Pero Juan no contestó.

-Allá él, más lana para nosotros.

Después de un rato y detrás de una roca, los tres se quedaron de piedra. Juan yacía tirado; con los labios azules y la piel blanquecina.

-¿Pero qué diablos le pasó?; se preguntó uno de los bandidos, mientras se santiguaba.

-No sé, pero esto no me gusta nada; contestó el que estaba más cerca.

-Encontremos a la mosquita muerta y larguémonos de aquí.

Los tres cobardes dejaron tirado el cadáver de su amigo, sin darse cuenta de las cuatro marcas que tenía en el cuello.

Unos cien metros más allá, se sintió un ruido entre las ramas. Al volverse notaron que ahora solo había dos de los cuatro; Diego ya no estaba.

Un alarido se escuchó entre la espesura.

Corrieron hacia donde habían escuchado el grito, solo para encontrar a su camarada con el pecho abierto.

-¡Le han sacado el corazón!; exclamó uno, mientras el otro vomitaba.

-¡Vámonos de aquí!; dijeron los dos y largaron a correr.

Poco más allá, sentada en el tronco de un árbol caído estaba la muchacha, quién les habló.

-¡Hola chicos!, ¿es que ya no quieren jugar conmigo?; preguntó con una mirada maliciosa, mientras se chupaba los dedos llenos de sangre.

Al mirar de nuevo hacia allá, los dos bandidos que quedaban se dieron cuenta de que ya no había nadie.

-¿Pero qué diablos está pasando?; preguntó angustiado uno.

-Pasa que la maldita nos está cazando, eso es lo que pasa; contestó el otro.

Agotados de tanto correr tuvieron que detenerse a recobrar el aliento.

Una sombra pasó y se llevó a Antonio. Éste no supo cómo llegó hasta la rama de un árbol; y parada junto a él estaba la joven.

-Hola lindo, ¿te puedo hacer cosquilla?; dijo mientras pasaba uno de sus dedos por el cuello del aterrado hombre, quién cayó con la garganta cortada.

De pronto se escuchó la voz de la muchacha quien cantaba.

-“Juguemos en el bosque ahora que el lobo no está. ¿El lobo está?…”

Desde atrás Paco sintió una respiración en la nuca, pero al volverse no vio a nadie. De frente a él estaba parada la joven.

-¡Hola amigo! ¿Ya se te pasó lo valiente? ¿No te gustaba abusar de pobres mujeres indefensas como yo?

La mujer le rodeó el cuello en un movimiento que anticipaba un beso.

El hombre estaba paralizado y con terror vio crecer los colmillos de la muchacha.

Al otro día en el supermercado, una risueña clienta hacía sus compras.

-Hola amiga; saludó la cajera. -¿Llegaste bien a casa ayer?

-Sí, súper; contesto la joven.

-Debes tener más cuidado.

-¿Por qué?; pregunto la chica con voz ingenua.

-La policía busca a cuatro bandidos muy peligrosos que ya han atacado a varias mujeres en otros pueblos; le contó la cajera.

-No creo que anden por aquí, ya deben estar lejos ahora; opinó la joven.

La cajera se fijó en la rosa que llevaba la muchacha.

¡Que linda flor, y que rara!, nunca había visto una rosa negra.

-Ahh, la encontré en el bosque y no es tan rara. Hay muchas más de las que crees; dijo la chica.

-Sí es posible; pensó la cajera.

-A propósito, ¿cómo te llamas linda?; preguntó la encargada del supermercado.

La joven se volvió y sonrió.

-¡Lizbeth!…

 

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